En una ciudad sin tierra, donde el agua se crea, la luna es mi estrella.
En un mar de plásticos, la vida transcurre sin espacios, para ver mi sudor brotar, de los anhelos de un país sin conquistar.
Quiero mi muerte digna, en el lecho de las amapolas grandes, allá donde la gaviota come carne, dónde la vida siga a un estanque de aguas cristalinas, semejando manjares fructuosos, protegidos por los ardientes polímeros secuenciales, entremezclados con restos envenenados de la curtida piel.
Quiero mi esfuerzo enterrar, en cada azada que dé en el suelo de un bienestar por llegar, por un sueño por comenzar, y por un ave a amarrar, a la dicha de mi negra magnanimidad.
¡Qué no exista queja, ni lamento, a mi pesar! ni ardua mirada que penetre en el cansancio sin controlar, para vestir de divinidad las maneras de plantar las profundas semillas a brotar.
¡Qué mi manifiesto sea mi trabajo! ¡qué mi manifiesto sea la vida creada! ¡qué mi manifiesto sea el yantar de cada día! Porque aunque no lo creas, yo soy el que procura tu saciar, con mi energía derramada en cada sustento que tú estás cortejando, sin pararte a pensar.
¡Y repito, qué mi muerte sea digna! qué sea abono de futuros placeres que me hagan merecer, cada gota de sudor, cada surco de mi piel agrietada por la humedad de la soledad plastificada, convertidoa en testigo de una cruel realidad: morir para poder brotar.
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