Con toda necesidad de hechos, se levanta un techo de dulces praderas y helechos.
Caudal santo que impera desde nuestra infancia, para implorar la gracia no dada.
Sede de hábito, sede de locura, incienso de amargura.
Grito de soledad aclamada y juzgada para demostrar alegre mi templanza.
Aurora no nacida, aurora que habita desde los tiempos hasta los misterios.
Ríos con olas detrás de las consolas de la espalda mojada de una yegua preñada.
Amores señalados con la dulzura del encanto.
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