Amanece y no ha anochecido, eres calvario y ausencia de olvido, porque te quiero en mi fiel soñado sueño, logrado en los madroños del invierno, junto a la colmena del hambre y del infierno.
Te quiero hasta el amanecer incierto donde ya no hay encuentro. Te quiero hasta que la luna diga ¡pan! a mi barriga encogida, en ausencia de sal en la mar de la ambigüedad.
Sales por la puerta para buscar tuertos de lo verdadero, pero no ves la sensación de lo sincero. Eres espuma que sobra sobre la hierba mojada en el suelo, mientras los cerdos se remojan en el agüero.
Tanto esperar a ser santero en un reino de loqueros, qué ya no sé si es invento o alero ¡No creas que ya no siento cosquillas en mis dedos! ¡No creas que no padezco! Qué mis ojos son eventos sin pronunciamientos, causados en el albero de los recuerdos.
Si algún día escondí mi alma para regalarte una manzana, no extrañes las hojas de laurel en tu mirada, y tus manos enojadas. Saca pecho de tu altero como si fueras dueño. Saca hambre e incienso de tus pies sin dueño. Saca perfume de tu esquela más olvidada, en las ramas de los olivares encendidos sin llamas, por ser apagadas por las aguas de mi falda.
Esconde las sienes en tu mejilla rota, de tanto sonreír en la miseria de tu terquedad, hasta que caigas roto de dolor, con las piernas doblegadas en la certeza de tu alma desgarrada en la cumbre de la ignorancia. Porque amar es el olvido de esperar, y amor es el encuentro con la razón, sin que exista razón, en la burda explicación, de la ausencia del candor en el desamor.
Esperar en la habitación callada, esperando una mirada de una espalda empapada, de contagios verdes, en la primera primavera del alba roja del águila sorda. No te preocupes del atardecer, parco en aparecer, no te preocupes de mis alas en la lejanía de tu cama, porque son tuyas cuando callas. No te preocupes de la estela del oriundo viejo de mis hoyuelos, preocúpate de tus estupideces más sabias cuando hablas sin decir nada. Amor.
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