jueves, 29 de octubre de 2015

En una Ciudad sin Tierra: El Plástico es mi Bandera

En una ciudad sin tierra, donde el agua se crea, la luna es mi estrella. 

En un mar de plásticos, la vida transcurre sin espacios, para ver mi sudor brotar, de los anhelos de un país sin conquistar. 

Quiero mi muerte digna, en el lecho de las amapolas grandes, allá donde la gaviota come carne, dónde la vida siga a un estanque de aguas cristalinas, semejando manjares fructuosos, protegidos por los ardientes polímeros secuenciales, entremezclados con restos envenenados de la curtida piel.

Quiero mi esfuerzo enterrar, en cada azada que dé en el suelo de un bienestar por llegar, por un sueño por comenzar, y por un ave a amarrar, a la dicha de mi negra magnanimidad.

¡Qué no exista queja, ni lamento, a mi pesar! ni ardua mirada que penetre en el cansancio sin controlar, para vestir de divinidad las maneras de plantar las profundas semillas a brotar.

¡Qué mi manifiesto sea mi trabajo! ¡qué mi manifiesto sea la vida creada! ¡qué mi manifiesto sea el yantar de cada día! Porque aunque no lo creas, yo soy el que procura tu saciar, con mi energía derramada en cada sustento que tú estás cortejando, sin pararte a pensar.

¡Y repito, qué mi muerte sea digna! qué sea abono de futuros placeres que me hagan merecer, cada gota de sudor, cada surco de mi piel agrietada por la humedad de la soledad plastificada, convertidoa en testigo de una cruel realidad: morir para poder brotar.


lunes, 19 de octubre de 2015

Padecer o sentir en un mismo devenir

¿A quién beneficia una sociedad más agresiva? Cuál película mala bélica, nos quieren hacer soldados de una guerra que ya no es nuestra. Yo no soy soldado, ni hembra. Yo no soy nada de un "cuarto de pela". Solo existo en un horizonte "sin trepa". En una madrugada de ciencia cierta. Existo en tus ojos cuando no miras. Existo en tu boca cuando no besas. Y en mi certeza temprana, le digo al alma cuya presencia me exclama, que si de algo estoy segura, es que no existo en una guerra amedrentada por las ansias. 

Recuerda que te quiero al alba para poder ser tu esencia más buscada. Recuerda que de no existir por no querer morir en un juego de tronos al amanecer, yo te amo, como nadie a podido recordarlo.
Porque admito ser súbdita de mis palabras, de mis escarchas más mojadas en tu mirada, de tu guerra ganada a las espadas.

Pero no digas nada, porque el cielo calla para dejar hablar al ama. Ama que me deja que ame a sus espaldas para que esta sociedad esté más colmada.

Si mi piel la rompieran en tiras, para poder tejer un hecho sin yo querer, no limpies mi sangre, derramada en esta estancia de tiempos encontrados en un armario estiliano. Deja que brote para alimentar la ira de los más ancianos, y así, la vida que les reste sea tranquila en sus placeras. Tú deja que brote, para otorgársela a los niños desconsolados, qué yo sea su consuelo a sus lamentos, y así, la vida que les reste, sea ignorante a la muerte existente, en un trazo alzado por sus semejantes en un conflicto atorado.

Bien, o mal, ya no siento piedad de las cosas que no se pueden arreglar, por no saber hablar con la justa dignidad. No me importa pasear de la mano de la franqueza abierta, de los cielos sin estrellas, para culminar en la creencia, de que se puede eliminar el dolor de la tempestad, hacia nuevos conocimientos de largas horas de sueños. Padecer o sentir en un mismo devenir.



martes, 13 de octubre de 2015

ROSANA Y HABBO

PRUEBA

CAPÍTULO I: HABBO


"Rosana nació valenciana para convertirse después en africana" así nació una frase popular en el pueblo de Rosana, Morella. También se decían otras cosas, "Rosana, esa niña malcriada por la pompa de la costurera ciega". Pero nadie en el pueblo sabía la verdadera historia de esa niña de ojos de cristal y alma de cigarral.

Al principio la gente del pueblo saludaba a Gema, una costurera ciega, y una pompa gigante que estaba en la puerta de su taller de costura. Después, la costurera fue pasando a un segundo plano, y la pompa ganó su propio escenario. La pompa tenía forma de niña haciendo alguna una travesura. Le pusieron como nombre Habbo. 

Emanaba de los labios de una muñeca de metal, que no dejaba de ser un aparato para hacer burbujas. Este aparato solo logró hacer una burbuja: Habbo.
Habbo no se podía romper, mil veces lo intentaron, y el resultado solía ser el mismo, brazos escayolados y labios desgastados. Era curioso ver, cómo el viento hacía cambiar el gesto de Habbo. Según fuese éste, así despertaría Morella. Si Habbo sonreía, todo era alegría, si Habbo lloraba incluso en verano nevaba. Todavía Gema se estremece, cuando relata la historia de Habbo.

CAPÍTULO II: ROSANA


Un día de gris invierno, Gema, como de costumbre abrió a las seis de la tarde el taller. Estaba cansada porque había trabajado toda la noche en un disfraz muy especial, el cual, tenía que semejar la esencia del mar. Le quedó precioso.

El encargo del disfraz fue llevado a cabo por un padre asturiano, para demostrarle a su hija cuánto la quería. Fue rotundo en su pedido: " ¡Quiero para mi hija el mejor disfraz del mundo! Quiero que sienta la marea en su piel. Mi hija no puede tocar el mar, por un problema que tuvo en su gestar, exclamó el padre.

Las aguas que rodearon a su hija, Rosana, antes de nacer, eran aguas del mar de la antigua Babilonia. El descubrimiento lo hizo el Doctor Nisin, pues sin querer, se chupó un dedo después de intervenir a Julia, la madre de Rosana, que ya estaba preñada, he hipnotizado vino a quedar el Doctor, al recordar el mar de su infancia.

Rápidamente se lo comentó a los padres: "Su hija está inmersa en un líquido que nunca nadie antes ha conocido. Habrá que guardar mucha cautela, durante todo el periodo de gestación."

Así lo hicieron, padres y médicos durante todo el embarazo. Y fue muy divertido para Rosana su etapa de engendro, porque de vez en cuando, veía luces y dedos asomar, a los que ella intentaba morder o agarrar, pues era muy aburrido siempre estar en el mismo sitio. Incluso cuando le hacían esas ecografías tan raras, ella se erguía para recibir un masaje de cabeza o espalda.

En esta etapa, solía escuchar las conversaciones del exterior, las cuales le resultaban muy curiosas. Por ejemplo, se enteró que la tía Filipa, la hermana de Julia, se había comido un pato gigante, para demostrarle a su marido que todavía podía ser gestante. Pues Julia se lo pedía a Filipa a escondidas, porque no quería ver crecer a su hija Rosana sola y deprimida. Y así fue como se engendró Marieta, que nació con una bonita cara de marioneta, aunque lloraba como un asno en el Hospital de San Gerardo.

Julia tenía una gran voz, y a Rosana le encantaba cuando cantaba. Madre e hija habían llegado al acuerdo de que si Rosana le daba tres patadas, Julia le cantaba una nana (Nanas de la cebolla). La canción que más le gustaba a Rosana era, EL HIMNO DE UGARIT. La madre se la cantaba todos los días cambiando la letra, y Rosana la bailaba dando vueltas, y el cordón hacía de pareja.

Supo cuál fue su primer regalo, cuando un día del octavo mes de embarazo, su padre llegó a casa, y llamó a la madre formando una gran alharaca. El regalo fue un libro de Pablo Ruiz Picasso. Se lo regaló para que aprendiera la diferencia entre "ver y sentir", "dar y sostener", "recibir y resurgir", por lo menos, eso es lo que Rosana escuchó, aunque a veces se quedaba con la duda, si no se equivocó en la escucha, y lo que quería decir verdaderamente su padre, era que aprendiera a "rugir", necesario también para vivir. Lo dijo o no, ella lo aprendió, por si acaso, pues lo intuía viendo los cuadros prohibidos de Picasso a la edad de siete años. Aunque pensándolo bien, también con esta edad de gestación rugía, cuando su madre, sin motivo aparente, de madrugada se ponía a limpiar la cocina. Rosana se enfadaba, de tanto sube y baja, por lo que le mordía como una alimaña sus entrañas, y así, su madre paraba y descansaba. Después la curaba con pequeñitos besos de ermitaña, donde la madre le respondía con arrumacos en la barriga.

Después vinieron muchos más regalos, y con gran alegría los padres los abrían, y ella en el vientre, también contenta se ponía. Rosana estaba deseosa de nacer, no tenía miedo, pues todo era júbilo y placer. ¡Cómo imaginar después la dura realidad! cuando aprendió lo que era llorar, por no poder tocar el mar, y algunas cosas más. También recordaba, con cara incrédula de pobre ignorante, esas ganas de nacer, cuando a los diez años de edad, en su entorno se creó un ambiente burgués de rutinarias costumbres, donde ya no habían princesas, solo chicas traviesas, y donde todo estaba dicho. Los regalos dejaron paso a los embarazosos abrazos, de amigos y familiares para salir del paso. Pero Rosana fue feliz, hasta cuando era víctima fortuita de un desencanto o pisaba un charco.


CAPÍTULO III: EL PARTO


¡Cuántos placeres imaginados durante meses, iba a tener Rosana al nacer! ¡las "puertas del cielo" se le abrirían de una vez! Pero lo único que se abrió fue el suelo, pélvico, eso sí, pero al fin y al cabo, suelo, y su mentón. Al ser una chica lista, comprendió que estas "puertas del cielo" lejos deberían quedar, y que enseguida se debía de adaptar. ¿Cómo sería la gente? Se imaginaba a todos los del pueblo, paseando con grandes bolsas amnióticas, donde el cordón de cada una, les unía al cielo, pues esa era el único alimento que para ella existía. Paseaban por estrechos túneles oscuros y amarillentos, en los que, a veces, habían trenes en movimiento en el otro extremo, pero siempre se quedaban a medio trayecto.

El día del parto, el viejo Doctor Nisin, mostraba un estado de nerviosismo mucho mayor que el del padre, pues había ideado un plan para quedarse con esas aguas que un día bañaron su Corán. Para ello compró un gran recipiente y un embudo, a los que tuvo que decorar para que pareciesen un aparato quirúrgico. La sala del hospital era de un verde luminoso, con grandes palmeras dibujadas en el fondo. A los lados de la cama que ocupaba Julia, habían dos jóvenes enfermeras inexpertas, pues el Doctor no quería dejar huellas de su azarosa empresa. Presto, el Doctor Nisin le colocó a Julia el aparato como pudo, aprovechando un descuido. Inmediatamente le rompió el saco, y las aguas brotaron torna azules, formando un manantial de ricos olores, que los trasladó a una época de antiguas lenguas y ancestrales paisajes.

Todos los que estaban en la sala cayeron en un delirio, que les perduraría en sus vidas cada dieciocho de diciembre, el día del natalicio. Se imaginaban paseando por los frondosos árboles de los Jardines Colgantes de Babilonia, o bañándose o amándose a las orillas del río Éufrates. Abundantes sensaciones de lujuriosas amapolas brotando de sus rasgadas ropas, en un intento de locura para convertirse por un día en fuertes helechos de carne y sollozo en su despertar. A todo esto, Rosana esperando en la puerta de atrás. 

Al estar la ventana abierta, el olor se fue propagando por todo el lugar, y en su lento conquistar, Morella se dejó llevar. Mujeres y hombres bailaron hasta el amanecer canciones populares del Medio Oriente, desconocidas en su totalidad por estas gentes. El cura con el monaguillo,  el juez con una secretaria novel, la pescadera abrazada a la carnicera, y así, un largo etcétera, convirtiéndose este día en fiesta. El olor llegó hasta Murcia, donde idearon crear un día de tres culturas para aprovechar la coyuntura de tanto baile y divertimiento, pues en Murcia hay afán de elevar lo bello.

Viendo Rosana que nadie se acercaba sobre la una de la tarde, decidió nacer, y lo vino a hacer de pie, y no fue un castigo de Dios, como dice la canción, sino más bien una bendición. Puso un pie y después el otro, se empujó con ayuda del cordón y pronto el culo asomó. Allí todos estaban aturdidos, con gestos muy socorridos para la ocasión. Rosana, como trepando a través de un ciclón, decidió soltarse definitivamente del cordón, y de cuajo se lo arrancó. Al caer se golpeó el mentón, pero tuvo suerte porque cayó en el recipiente. Así, que Rosana, quedó esperando, nadando en las aguas de esa mar que todavía no sabía nombrar, al sonido de la música que improvisaban las enfermeras en su letargo a bailar Anwar Abu Dragh.

A las doce de la noche terminó el encantamiento, y cuando todos despertaron se encontraron a Rosana nadando. No necesitó a nadie para nacer, pues su alumbramiento ya estaba escrito en el Antiguo Testamento. Adorable niña de preciosa piel color miel, ojos de león y piernas de gacela corriendo al viento. Adorable niña en su mirar, pues ya sabía caminar por aguas acariciadas por el Jordán.

CAPÍTULO IV: EL MAR


Rosana crecía feliz rodeada de su familia y amistades. En Morella era muy querida, aunque sus gentes tendían a protegerla en demasía, debido a la peculiaridad que le envolvía. Pero como la gota de agua que se deja caer por la lluvia, ella dejaba su ser para poder hacer, pues la intuición le llevaba a comprender que su ser era más grande de lo se pudiera antever.

A los tres años de edad, llevaron a Rosana a ver el mar. Desde su nacimiento, Rosana no había estado en contacto con ningunas aguas que no fueran las de su bañera. Julia preparaba el baño de Rosana, como si se tratase de una ceremonia nupcial, madre e hija, casaban sus manos, pies y cabezas. Hasta ver contenta a la niña, Julia no escatimaba en preparativos, donde un manjar de cremas esperaban a Rosana cada mañana al son de su nana más temprana.

Sus padres tenían una cierta aprensión con la idea de que su hija volviera estar en contacto con agua salina. Pero quién eran ellos para impedir este hecho en su vida. La querían demasiado cómo para aniquilar cualquier oportunidad de felicidad de su día a día.

Las circunstancias llevaron a su culto padre, por motivos de trabajo, a un pequeño pueblo de Alicante llamado Jávea, donde la gente era muy agradable. Rosana enseguida se sintió como en casa cuando se hospedaron en el hotel. Nada de lujos, así era su padre, un estadista muy comprometido con la sociedad. El hotel tenía su propia playa.

El hotel estaba decorado minuciosamente en blanco, con motivos minimalistas. Este fue el único requisito que impuso Julia. Grandes lámparas colgaban del techo del hotel, emitiendo una luz que se propagaba por las cabezas de aquellas personas que visitaban las salas, para envolverlos hacía otras estancias más alejadas. La luz jugaba con sus cabezas sin ánimo de llegar a las caderas. Jugaba con sus ojos, haciendo que estos mirasen por encima de los hombros, donde la tarea encomendada a la mirada, era la de encontrar una estela de gracia en las pupilas de otras gentes hospedadas, creando un extraño placer, donde todo era alegría al toparse con gente desconocida.

Enseguida, entablaron amistad con un matrimonio del Peñón de Gibraltar. El hombre era bajito, peludo y pecoso, de un aspecto gracioso. Era de esa clase de personas, que al conocerlas te daban ganas de abrazarlas y no soltarlas, como a un oso de alcoba infantil.

En un momento de descuido, la pequeña se escapó por una ventana y salió a la playa. Rosana voló hacia el mar, buscando una ola que la llevara de regreso a su realidad. Y, así fue. Regresó a su realidad pasando por distintos tiempos que ya dejaron de existir para nosotros, para todos excepto para la pequeña Rosana, pues ella llevaba inscrito en cada arruga marcada en su piel amelocotonada, una época de su ser. Ella era el tiempo en sí.

Su pequeño cuerpo se fundió con brumas de sensaciones de sabor pesado para su temprana edad, pero su alma no crujió por el recoveco de las esperanzas. Esperanzas que ella anhelaba para convertirlas en esencia de calma. Tan intensa fue la experiencia que a la niña la creyeron muerta, cuando la encontraron tumbada boca abajo, en la arena.

El padre en un intento de socorrer a su hija, tiró bruscamente de su pequeño brazo, y al girar su tierno cuerpo inerte, se percató que la piel de Rosana se tornó en brillantes escamas, de blancura tan pura, como la sonrisa que emitía su boca entreabierta, en desmesura. Su tez reflejaba la ardiente aura, cuyo reflejo asemejaba el esplendor de la pedrería de la joya más preciada, para hacer honor a su magnánima presencia.

El aire empezó a espesar, y todos los que estaban allí en presencia del cuerpo de Rosana, no pudieron más que soñar, pues fue la única forma que tuvieron para poder respirar. Sueños de todo tipo aparecieron, infantiles, perversos, oscuros, valientes, placenteros, inocentes, reveladores... Fue curioso ver, cómo su padre en pleno trance, creyó ser capitán de un barco alemán, en busca de felicidad, dónde su salva, era su hija bien amada.

Rosana empezó a jadear, respirando con gran pesar, hasta que logró inhalar la esencia de los anhelos soñados, por todas aquellas personas del lugar. Primeramente, abrió los ojos, para después incorporarse. Ella quieta sobre la arena, siendo el centro de un círculo perfecto, hecho por personajes de sueños, dónde unos recitaban, otros bailaban, o luchaban contra adversarios imaginados...y Rosana esperando un milagro, observaba tan bello espectáculo, semejante al de su nacimiento.

Lo curioso de todo esto, es saber, que al pasar los años, desde este inesperado acontecimiento, todos aquellos sueños expresados al viento, a la mar más calmada jamás pensada, se fueron realizando de una manera sistemática en presencia de Rosana, la cuál, entraba en estado de gracia, resolviendo enigmas jamás imaginados. Tal fue, su fama, que la llamaron de la Casa Blanca, para contratarla como becaria... pero esto fue después de su viaje a África.


CAPÍTULO V: EL REZO DE ROSANA


Rosana desarrolló una cierta repulsión, a todo aquello que le recordaba a la mar.

Julia tuvo que volver a decorar otra vez su casa. Cambió toda clase de objetos que pudieran ser antojados por Rosana como un elemento constitutivo del piélago. A Julia no le importó realizar este peculiar esfuerzo, porque le sirvió para tomar conciencia de la importancia que había tenido para sus vidas el océano. Hasta entonces, no se había percatado de esta circunstancia, y realmente creyó en la posibilidad, de que la niña pudiera tener algún tipo de problema en su crecer. Pero Rosana supo acomodar su nueva situación en su beneficio, cómo si de una almohada recién estrenada se tratara, a la que hay que domar para poder utilizarla.

La preocupación de Julia se disipó cuando a la edad de nueve años, vio los pies de Rosana elevarse del suelo hacia una tarima imaginada, mientras simulaba un vuelo de un pájaro incierto, en una noche de mayo, junto al lago de sus abuelos.

Julia y su hermana Filipa, decidieron celebrar las comuniones de Marieta y Rosana, en la casona grande que había junto al lago de las cinco estrellas. La casona, que ahora pertenecía a Julia, era un legado de su madre, Bárbara, una mujer sin duda extraordinaria, que provocó en sus hijas una gran influencia. Criada en el seno de una familia acomodada, Bárbara enseguida, destacó por su belleza, y su elocuencia, y por sus estudios en Zoología.  Mujer de grandes ideas, y pocas formas, no dudo en mudarse a África a la edad de veinte años, cuando al padre, que había sido republicano, le acusaron de un robo jamás probado, por lo que fue encarcelado en 1966. No dudo Franco en reconocer su trabajo en 1970, como la primera mujer española en destacar en tan peculiar campo, por un artículo publicado de leones en la Sabana Africana, que ella misma recogió cogida de la mano de su padre, liberado un año antes, como intercambio de favores, en los que intervino la embajada americana.

En África vivió durante cuatro años, como ayudante de George Schaller. El Serengeti fue su segundo hogar, gracias a George. Escribieron juntos grandes artículos reveladores, de enorme impacto para la época. Uno de esos artículos narraba la historia de cuatro leones y sus coaliciones. Bábara los apodó cariñosamente como Santamaría, Kubala, Gárate y Puchades.

Se introdujo en las más oriundas costumbres de los massai. Todos la consideraban una massai más, pues no dudaba en arriesgar su vida, por acervar las vidas de los lugareños. Se fue a vivir a una enkang cerca del Monte Meru, donde nació su leyenda. Una mañana de grises esponjas en el cielo, con temperatura de invierno, Bárbara se despertó sobrecogida por un grito, de un colobo blanquinegro. Cómo un ser sin ser, Bárbara, se dirigió andando a Miriakamba Momela, con una simple camisa blanca, la cual se contoneaba al son del viento, dejando entrever sus hermosas piernas y pechos.  Inerte en su caminar, sólo podía respirar. El camino era angosto y polvoriento, parecía unirse a la muerte de los animales en verano, cuando el agua escasea, y el sol hace estragos por su presencia.

A mitad de camino Bárbara, se encontró un león, el cual la acompañó en el resto del trayecto, alejado unos diez metros. Un búfalo la hizo detener, y le dio agua para beber con su propio hocico, dándole un pequeño mordisco. Al caer la noche, la luna cambió su ciclo, y cómo nunca, llena se mostró, para dejar caer un rayo de sol, antes del amanecer, sobre una flor. Bárbara se dirigió hacia la planta y la arrancó, y cómo si nada, siguió su ritmo por el camino. Al llegar a Miriakamba Momela, un anciano  Oloiboni llamado Asanja, la recibió, y ella la flor le entregó, postrándose la luna nos iluminó. El anciano agradecido la besó. Dicen que fue el anciano quien con una oración, la hizo andar sobre el viento, porque sólo ella podía ver la flor iluminada por el lucero, para crear un ungüento que necesitaba el anciano para enamorar a un guerrero, para que dejara de luchar en una concreta noche de inverno, para la procreación de un nuevo sacerdote de tan altos conocimientos , que su inmensa sabiduría, haría traer la paz al pueblo.

 Y allí, Bábara, quedó preñada de Julia, su hija mayor. Los massai cuentan, que el padre fue el león que la aguardó por el camino, otros cuentan que, fue el rayo del sol que hizo iluminar a tan bella flor, ingrediente imprescindible para tan mágico ungüento , por lo que no llegó a conocer varón. Pero los científicos compañeros, se declinaron por la teoría de lo más razonable, no por ello cierto. Y es que a Bárbara la engatusó el aciano Asanja, y así, un día, cuando Bárbara se dirigió a Miriakamba Momela, Asanja la paró, para mostrarle su gran ungüento, a lo que Bárbara respondió con un gran aspaviento, unido a un gran quejido que hizo romper las nubes del firmamento.

Bárbara no quiso conocer padre, para la hija que todavía estaba en el vientre. Y fue entonces, cuando regresó otra vez, a España, y conoció a Manuel, para casarse un año después con él. Se compraron una casona junto a un lago, que por la forma de las rocas de alrededor, lo bautizaron, como "el lago de las cinco estrellas". Bárbara hizo de la casona su convento, y a la edad de cincuenta años murió, dejando a Julia  la casona como legado de una vida de cuento.











sábado, 10 de octubre de 2015

Tres son Tres




Tres cantos rotos, uno azul, uno rojo, y el otro de un ámbar otoño abedul. Así, juntos arden en el pecho de un arcángel, para formar el albayalde.

Tres vasos rotos, uno de cristal, uno de papel, y el otro de metal con virutas de piel de San Rafael.

Tres platos rotos, uno redondo, uno ovalado, y el otro precioso en lo más hondo del santuario.

Tres amores rotos, uno sin corcel, uno sin perder, y el otro estremeciéndose se fue, buscando el camino para volver.

!Tres son tres! y el regreso de un ángel para lavar sus pies.

!Tres son tres! y un corazón se arregló ayer.

!Tres son tres! y un fin, formar la palabra divina en el agua derramada por San Ezequiel, Elohim mi fiel



jueves, 8 de octubre de 2015

Lágrima

Dánae

Lágrima, peso del ala, horizonte sin conquistar.

Lágrima, abrazo sin molestar, para que en tu fosa me puedas recordar. Agujero que yo misma cabaré, para que tus huesos huelan siempre a la hiel de mi piel.

Lágrima, perdón sin susurrar, siempre te voy a recordar, porque dentro de tu alma vine a estar para nacer. Tú y yo juntas en el despertar de las águilas al caminar, porque ya saben volar.

Lágrima, en una tierra de ayer que mira sin antojar. Lágrima en un papel sin mojar. Lágrima de tinta negra para que tu voz se haga escuchar, pues mía es la fuerza del garabato acabar, para que tu vida sea entendida en el azar del gavilán.



Lágrimas de San Lorenzo

Las Seis Motas del Moca

Estaba sentada junto a su padre en el huerto, era un día soleado de grandes nubes blancas, de esas que semejan barcos a los que quieres subir para ir navegando hacia una fantasía nunca antes inventada. Los dos llevaban grandes sombreros de paja y una gran felicidad en la cara. Ella,  que tenía cinco años y se llamaba Candela, se incorporaba para darle las yemas de las ramas a su padre, mientras él cortaba las finas cortezas de los árboles.

                        Al observar el milagro del injerto pensó la niña: ¿seré capaz yo de lograr vida en otro cuerpo? La ansiedad se apoderó de Candela, una ansiedad que la acompañaría para el resto de su vida y que se manifestaría con unas cuantas pecas en forma de heridas.

Estaba deseando llegar a casa para introducir un trozo de su piel a la vaca. Y así lo hizo, pero lo único que consiguió fue crearse una cicatriz en la espalda. No aprendiendo de la experiencia y a la edad de ocho años, Candela  no pudo soportar el enfado de su hermana menor porque no lograba hacer sonar la guitarra como lo hacía ella. Así que una noche mientras todos dormían, la hermana se despertó con un gran dolor, y es que, Candela, le arrancó una uña de la mano, para poner la suya en su interior. La madre preocupada le dijo a Candela que esa no era la forma de arreglar los problemas: "No puedes arrancarte algo que vive en ti para dárselo a otro, entiendes Candela, es imposible, porque deja de existir" 

Claro está que Candela quiso estudiar medicina para poder contradecir a su madre. No le fue difícil ser cirujana. Pero un día mientras la felicidad de Candela era máxima entre los bisturís y las tijeras Nelson, recibió la noticia de que su padre había muerto. Una nueva peca afloró por su nariz, cuando esta vez, la sorprendieron metiendo una yema de naranjo en el cuello de su padre cuando estaban en pleno duelo. No contenta con ello, junto antes del entierro, en un descuido, le introdujo otra yema de limonero.

La cuarta peca le asomó cuando se enamoró, pero Candela no podía comprenderlo, mientras sus piernas se abrían para otra clase de injerto.

En el parto Candela pidió un espejo, todos sorprendidos se volvieron y le dijeron: ¿No será mejor algo para el dolor, Entonox por ejemplo? Pero ella dijo; “No, tan solo quiero un espejo” ¡Qué contenta se puso cuando vio nacer su quinta peca! Lo que no entendía, era, por qué le habían puesto aquel bebé en el pecho… pero después lo fue queriendo.

Con los pasos de los años, se enteró que existió un gran revuelo en la ciudad, porque en el cementerio habían crecido unos limoneros y unos naranjos que no lograban eliminar. Los cortaron y los quemaron, pero a los cinco días renacían con más fuerza, así que, decidieron construir un parque infantil en pleno centro, y se convirtió en un lugar de encuentro donde se daban cita generaciones de familias, aunque algunas llevaban años muertas. Para Candela, fue emotivo ver a su hija jugando al escondite en la tumba de la tía Enriqueta, porque ni ella misma lograba recordar su existencia.

La última peca, la más caprichosa, se paseó desde su nariz a su boca, para apurar tocar los labios de su hija, cuando le dio el último adiós con un beso. Antes de morir, le hizo prometer a su hija, que le arrancara la piel de la cara y que la utilizará para pintar un lienzo.

Cada pincelada dibujaba seis palabras, que contrapuestas semejaban una cara girada a unas blancas nubes, que ya habían sido observadas en la infancia. El cuadro creó un enorme estupor en el mundo entero, y creo que ahora, está expuesto en el MOCA, en honor a la peca de su boca.

En un Día Perfecto, en un Mundo Perfecto, la vieja nos salva el cuello

Una secuencia, un pensamiento, una idea, una propuesta  ¿Cómo debe actuar un mundo ante sus problemas? Con coraje, determinación y con un objetivo básico, claro y sencillo. Atravesando su propio camino minado, con la seguridad e inteligencia de seguir a aquellos que ya han hecho el trayecto sin explotar en su intento.
Aprendiendo, observando y no despreciando cualquier comportamiento, que nos ayude a pisar por un terreno que no te pueda arrancar un trozo de cuerpo. Porque pisar un poquito más allá, o no atreverse a pisar, nos puede matar, y seguir el instinto de un animal nos puede salvar.

La Diferencia

Con toda necesidad de hechos, se levanta un techo de dulces praderas y helechos.
Caudal santo que impera desde nuestra infancia, para implorar la gracia no dada.
Sede de hábito, sede de locura, incienso de amargura.

Grito de soledad aclamada y juzgada para demostrar alegre mi templanza.
Aurora no nacida, aurora que habita desde los tiempos hasta los misterios.

Ríos con olas detrás de las consolas de la espalda mojada de una yegua preñada.
Amores señalados con la dulzura del encanto.

Todos Somos Refugiados

Cuando no hay transferencia de sensaciones entre lo que se ve y lo que se es, entonces, no hay mejor película rodada que aquella en la que la fotografía no es posada.
En algún momento dado, todos hemos sido unos refugiados intentando cambiar nuestras vidas, huyendo de la guerra de nuestros propios sentimientos, incluso algunos han muerto en el intento, aún pagando una gran cantidad de dinero.
Nos matamos a nosotros mismos con el descaro, la desesperanza, la arrogancia, la frivolidad, la vanidad, el encumbramiento, la indiferencia, la insignificancia, la exclusión, el miedo…Y es en ese momento cuando pedimos que nos retraten tal y como somos, con la intención de que  alguien nos pueda ver y nos salve, o tal vez, se salve. Por suerte, nos están salvando.
No empatizar con un refugiado cuyo Estado esté en guerra es negar nuestra naturaleza. Todos hemos sido refugiados de nuestra propia existencia. Todos, o casi todos, buscamos una paz pues es innata a nuestro ser, lo contrario sería un suicidio.
La pregunta es (dentro de mi ingenuidad):
¿Se ha creado una especie de PNL para los Estados? ¿Se puede convertir un país en “país saludable”? ¿Un político debe actuar como una especie de coach para con su ciudadano? Lo que está claro es que el concepto de política, como lo entendemos hoy, va a desaparecer para evolucionar a un concepto mucho más amplio, distinto en su propia definición.

Las Nuevas Formas

En la costumbre de la ironía está el templo del orgullo en un intento de parecerse al divino embrujo.
Sedes de experimentos y deseos, en la puerta de lo eterno. Sedes de garabatos sin regreso a la sola dimensión de la vida de los bellos pensamientos.

Nuevas representaciones formadas por letras en movimiento, sujetas a la razón de nuestro intelecto, midiendo nuestros anhelos.

Formas de arte muerto jugando a parecerse al viento. Transformaciones no dadas en el tiempo buscando su momento. Experiencias cotejadas con lo racional para explorar en lo inmortal. Figuras que se antojan paradojas en un bucle de números expuestos.

Dale forma a mi pensamiento porque tuyo será mi regreso.

Imaginary

Aniceto, Madrid, 1945

“Alfredo, tienes suerte, puedes escapar de la muerte”.

 

“Doctor, me siento cómodo aquí, este edificio me da buena suerte”

 

1945, Madrid, Aniceto

Se levantó con urgencia, tenía calor, era un verano sofocante. La siesta le había sentado mal, tan mal como el olor que desprendía. Llevaba unos calzoncillos blancos y una camiseta de tirantes negra. Estaba gordo y sudoroso. Pensaba a la velocidad de los pocos pelos que le quedaban en la cabeza. No podía respirar se sentía sucio. En la habitación solo había una cama con un viejo colchón, y parecía que estaba sacada de un mal cuento de algún abuelo.
Se dirigió hacia su teléfono con la intención de llamar, y con la esperanza de que iba a poder contactar con su asesino. No fue así, se sintió cobarde y despreciado, ni el sicario contratado le hacía caso.
Desesperado, se vistió con acelero, dejando varios botones de la camisa sin abrochar, por lo que parecía un macarra de ciudad. Un despojo humano sin rumbo.
Cuando salió de la pensión en la que estaba hospedado puso rumbo a la estación. Ahí encontró a Carolina, una chica lista del montón, con cabellos largos y pelirrojos y con acento alemán. Carolina se acerco con la intención de sacarle todo el dinero que le fuera posible, en seguida comprendió que era un error y se apartó. Pero levantó en ella un sentimiento de profundo desprecio por lo que le escupió.
Él no hizo nada, se fue y subió al vagón del tren, por primera vez en tres días sintió algo de esperanza, aunque no le duró mucho porque se equivocó de tren. Estaba todo perdido, y no lo ocultaba con la mirada.
En la primera parada bajó, pero era demasiado tarde para enmendar su error. Ya no sabía dónde dirigirse. Pero de repente le vino una frase de su padre a la cabeza: “Se tú el dragón cuando tengas miedo, así no necesitarás tenerlo” En ese instante visualizó con exactitud a un dragón de peluche que le habían regalado por su décimo cumpleaños.
Sintió unas enormes ganas de abrazarse a sí mismo, pero le dio asco. El agua de su nariz le caía sin piedad, y una anciana le ofreció un pañuelo al ver como él intentaba parar la mucosidad con la lengua. Aquel gesto le conmovió, así que mató a la anciana y se quedó con su dinero.
Siguió caminando por una calle angosta y lúgubre, no sabía dónde estaba, pero no era ciudad, era una especie de pueblo que quería aparentar algo más.
Caminaba con la cabeza agachada contando el dinero, cuando de repente, se paró para llamar por teléfono al asesino que había contratado, contestó rápidamente, y Aniceto le preguntó si podía estar todo hecho para final de año. El sicario con sarcasmo soltó una enorme carcajada, y le dijo con rotundidad “No”. Colgó el teléfono.
No recordaba a quién quería muerto, eso ya no le importaba. Se dirigió otra vez a la estación y cogió un tren con destino a Aranjuez. En Aranjuez encontró a Pedro, más tarde sería su protector. Pedro era un chiquillo de trece años, famélico con aspecto de camello. Pedro le preguntó si quería algunos de los objetos que llevaba robados. Le compró una navaja. Le preguntó donde podía alojarse, y Pedro le dio una dirección, la de la casa de su prima Loreta. Ésta alquilaba los catres a buen precio.
Al llegar a la casa de la prima de Pedro, apareció la tía, una mujer ciega desaliñada, le dijo que no quería broncas en su casa, y que por favor que pagara siempre por adelantado. Aniceto no saldría de esa casa por una temporada.
Cuando camino a la cama se encontró con Loreta, una joven de dieciocho años, morena, de piel tostada. Parecía sacada de un cuadro del Escorial. Aquella noche, Aniceto, se acostaría con ella en un juego siniestro de sumisión a punta de navaja. Ya no había cuadro del Escorial para él, solo una mujercilla más. Pocos años después, Loreta murió de tuberculosis, en un hospital de Murcia. A su manera la quiso.
Aniceto encontró trabajo de fontanero, pues para esto era muy diestro, aunque también para quitar el sustento de las amas de casa, pero alguna sonrisilla les dejaba. Hizo fortuna robando y supo invertirla bien para después parecer un hombre de provecho.
Se casó con una solterona del pueblo, a la que después mató, con un líquido que utilizaba para romper el acero. La gente lo sabía pero aún así lo respetaba, pues el líquido podía ser de fácil ingesta para el que se quejara.
Se hizo con unos terrenos y con unas casas, prosperó y su imagen cambió, pero eso de matar le gustaba.
En el ocaso de su vida, recordó a quien quería ver muerto cuando contrató a ese asesino a sueldo. Era a él al que quería ver muerto, de una manera u otra, tentaba a la suerte para cumplir con ese sueño anquilosado. Pero no había forma, de todas salía sin ningún tipo de premisa. Se dio asco otra vez, se consideraba un frustrado admirado. Recordó también la noche del atentado del barrio de Cuatro Caminos en Madrid. Cómo vendió a sus compañeros de partido al Régimen, en un intento de escaparse de su suerte.
No tuvo hijos y su fortuna la delegó a Pedro que poco después se fue a un convento como ayudante del clero, y ahí se lavó el dinero, cuando se invirtió en un colegio, de pago creo.
Más que colegio parecía un monumento, de preciosos ángulos y vistas al cielo. Fue tal la importancia de dicho edificio que Franco lo utilizó para algunos de sus servicios. La nueva paradoja del destino incierto fue, cuando con el paso de los años, el colegio se convirtió en un retiro de personas con muy buenos recursos. 
Actualmente, es sede de una famosa asociación sin ánimo de lucro de víctimas del cáncer, donde Alfredo recibe tratamiento. Un viejecito encantador hijo de Antonio, que murió una noche de febrero de 1945 en un asalto. Alfredo cuenta esta historia con cierta ingenuidad alegre, porque desconoce los acontecimientos.

Alfredo se siente a gusto, Alfredo está contento.

En cada centímetro de tu piel, un verso

Recorrí un centímetro de tu piel, y ya creía que tenía tu cuerpo, ¡pero ni tan siquiera tú, notaste mi dedo en tu pelo!
Encontraste un camino abierto en la puerta de los infiernos, para demostrar mi destierro al sueño de los eternos. Y ,sin embargo, viste una hermosa escalera hacia al cielo, cuando te mostré mi recelo.
Juntos fuimos secreto del desvelo ante la enorme suerte de seguir viviendo. ¡No calles! y admira el extraño roce de nuestros pechos desnudos, pues cada vez que estos se juntan, forman una perfecta orquesta afinada, cuyos acordes describen el ritmo de nuestros corazones, cuando se hacen uno.

Un paseo por el Museo

En la felicidad del óleo, está la sábana del consuelo, de los mortales que vienen a decirnos, una palabra más alta, que nuestros propios sentimientos. Es la dura esperanza del que habita en una sala a oscuras, para ser descubierto por la nariz traviesa de un ángel en pleno vuelo. No temas por no ser descubierto por vuestra premura, no temas a la luz del día, no temas a tu misería blanca, que se anula en el combate de las armas pintadas. Dios hizo una especie de encuentro a lo eterno, en los cuerpos pintados al viento, cuyos pechos desnudos semejan a los mares que habita Neptuno. No temas nunca, ante la posibilidad alguna de ser escultura, porque tuya, es la talla de mi admirada mirada, en un tiempo que no escapa. Sal del lienzo y dale esperanzas a Neón con su fuego.

A-Siria

Entraña peligro no haber existido, aunque tu nombre aparezca en la cumbre de los asirios.
Entraña peligro no haber nacido, si se está viviendo sin el alumbramiento de lo certero.

Entraña peligro recorrer un camino incierto por los lodos del infierno, para rogar a Dios y al cielo, la misericordia de no ser un extranjero, en tierra maldita con sangre al cuello.

Entraña peligro el asilo de mi cuerpo, dejando mi conciencia en el arenero.

Entraña peligro no pertenecer a ninguna patria, por la miseria del poder cuando ya no hay un rey.
Entraña peligro el conflicto de las muertes en terreno de aduanero, con marchitas sonajas del jaranero.

Pero, alivio entraña el día con el alba, para cubrir las tinieblas sonadas, en un mundo certero de razón con conocimiento, en el que el refugiado se convierte en el telonero, el desahuciado en el albero del argumento, y el despreciado, en el estruendo aplauso del aclamado zaguero .


Amor a Murcia, a mis Murcianos, a mis Huertanos

Ciudad querida, ciudad temida, ciudad de acogida. No cierres la puerta de tu perdón, y haz sonar las campanas del Torreón, cuando observes por tus plazas la pasión.

Porque mi Catedral es mi casa, mi pueblo mi alma, y mi religión… la gente, que en feria, sale buscando diversión, por los jardines del Malecón.

¡Qué el amor a mi Región lo demuestro, con el plenilunio de mi crecimiento!
Murcia, murcianos, moros y cristianos, alabemos con acuidad nuestras enseñanzas, en el Santuario de la Esperanza. Lavemos en su río, la imagen de nuestras enseñas, para mostrar nuestras purezas. Y hagamos camino a Caravaca, pues es Tierra Santa, y subamos los caballos al Castillo, con una gran alharaca.

Murcia, murcianos, moros y cristianos, alabemos el mantón de nuestra Virgen que sube descalza a su casa, para que podamos beber de Fuente Santa, y así, nos podamos sentir hermanos de alianza.

Porque en mi ciudad se asienta la paz, puesto que Dios la hizo tallar, para ver sus pasos e imágenes pasear por la Capital, no existiendo nada igual. ¡Cómo imaginar Salzillo, que era Dios su martillo!

Murcia, murcianos, mis huertanos, representemos a nuestra huerta, con una bandera de siete coronas. Y dejad que los chiquillos dibujen sus cuatros castillos, cuando terminen de madurar los membrillos. Qué se cosa con el mejor hilo seda, que en antaño fue leyenda. Y que su color sea el de las mejillas de las enamoradas, cuando desgranen las granadas, que le han sido regaladas, para cocinar migas de pan, para que sus murcianos nos las dejen de amar.

El Cuento de María con un Mojón de Compañía

Nació sin colchón pero no le importó. María sabía bien lo que quería, un árbol y unas tijeras para poder podarlo, en primavera. Por eso, de pequeña, María, construía sus pequeñas casas de almendras almidonadas en las ramas, para poder cuidarlas.

Un día jugando en un árbol, le picaron unas abejas de rayas blancas y rosas, que le produjeron unas enormes tormentas de carcajadas de boca cerrada. Gracias a la nueva situación, María se acostumbró a ser una persona mejor, pues siempre sonreía un montón.

Fue creciendo la niña, y encontró un gran charco, en el que poder plantar su árbol, de melodías de yeso y barro. Pero resultó ser un gran fiasco, pues era un tostón escuchar la misma canción, de unísona voz.

Con el tiempo perdió la esperanza, y a María, le dio por comer manzanas. Tantas manzanas comió, que un día le entró un apretón, y su intestino le regaló la mejor semilla de la colección, que inmediatamente plantó.

El lugar que eligió para la plantación fue un viejo terreno olvidado de la mano de Dios. A su vientre me refiero yo. Y germinó. Nacieron dos enormes moreras de largura ancha, con ojos de color de plata, y corteza de avellana.

Las moreras se hicieron grandes y… ¡hasta estudiaron un Máster! Pero un día, se secaron, por querer subir a un escenario, para hacer teatro. Así, que María, las podó con sus alas en forma de garras, para que les salieran la sabia.

Renacieron con tal fuerza, que se formó una gran arboleda de enormes rosas rojas, con forma de mariposas, entre el mojón de la Ilusión y la pasión, donde floreció su primer amor, un alcornoque de bellos retoques.