martes, 19 de septiembre de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. XIV

EL PADRE HIDALGO


-El padre Hidalgo a venido Mario.- Gracias María. Mario debes decírselo a Clara. Tienes razón ha llegado la hora. Mario se dirigió lentamente a la choza donde estaba Clara. Habían pasado tres semanas, y ella ya estaba totalmente recuperada. A Mario les temblaban las manos. No existe frontera para la verdad y la mentira en las tierras de Campeche, se decía a sí mismo, en modo de reflexión. Su sentimiento de culpabilidad era palpable y él lo sabía. Se quitó el sombrero de la cabeza, para poder agacharla y mirar así hacia el suelo. Su aspecto raído por la aridez del sufrimiento de su pueblo, no degradaba su forma de caminar y su manera de exhalar. 

Se acercó a Clara y le dio un beso cariñoso en el cuello. A Clara le pilló por sorpresa ese gesto cariñoso. Nadie es impasible al calor de la caricia de otro ser. Se queda registrado en las huellas de nuestra memoria, y tarde o temprano como cuerpo inerte por estar inconsciente, emerge de su propia laguna. Clara recordó las caricias de su propio padre, por un momento quedó confundida, cerró los ojos, para tansformar cada beso de Mario en el recuerdo del lecho de Rodrigo. No le disgustó, es más, le indujo con el movimiento de su cintura, que no cesara en ese propósito de buscar por el camino del beso su perdón. 

-Clara, ven conmigo, tengo que enseñarte algo.- ¿De qué se trata Mario? Ven y no digas nada. Se dirigieron hacia el anclaje de una antigua mina abandonada de oro. El sonido de los pasos de Mario pesaban en la conciencia de Clara y no encontraba razón alguna a esa extraña sensación, pero no dejaba de sorprenderse, por la diligencia de sus manos, que intentaban buscar la complicidad de Mario, en el compás de sus pasos. La unísono entraron juntos, avanzando hacia la oscuridad de la mina. De repente notó Clara la presencia de alguien más. Era el Padre Hidalgo. -Por fin nos conocemos Clara. Mario me ha hablado mucho de ti. Como sabrás nos estamos organizando para la revolución. Queremos ser libres. Estamos hartos de pasar hambre y enfermedades. Le hemos dado muchas oportunidades al Rey de España, pero no no hace caso. Ellos están librando su propia batalla. Además necesitamos tu ayuda. Se dirigió hacia Mario, y le dijo: Mario la Iglesia nos apoya, tengo una carta del propio Papa Pío VI, la invasión del Norte de los Estados Pontificios por Napoleón, ha puesto en alerta a Roma en estos territorios. La Iglesia va a empezar a actuar. La Revolución va a comenzar Mario. A la Iglesia le interesa esta lucha. -

Clara, quedó sorprendida, su rostro reflejaba un estado de ánimo de ambivalencia. Ayudar yo ahora, pensaba. Y los criados, y la Hacienda, y Carlos, y Rodrigo. Fuente incombustible de espera era su agonía, y ahora esa espera se convertiría en lucha. 

 -Clara-, dijo Mario. Me consta que Rodrigo ha estado en Pensacola pero ya no sabemos cuál es su actual paradero. Necesitamos tu ayuda para localizarlo. En su poder lleva un documento muy importante. No quiero darte más información, pero si conseguimos ese documento, Estados Unidos apoyará nuestra causa, así como la de Italia. Va a haber una fiesta en Filadelfia. En ella estará la élite de Estados Unidos, ha sido una invención de Jefferson precisamente para intentar recuperar ese documento. Esa fiesta es un fachada. Y nosotros sacaremos provecho. De repente, Clara notó una presión en su falda. Al principio creyó que se trataba de algún animal, un gato o un perro tal vez, pero después se dio cuenta de que se trataban de dedos jugando con los pliegues de su falda. Se dio la vuelta lentamente, y en su soslayo encontró pegada la melena rubia de Lucía.

-¡Lo sabía, Mario. No estaba loca! Lucía vive y está preciosa.- La hemos cuidado bien, no deja de ser la hija de Eulalia. Ella nos trataba bien. Si fuera por el amo, la había matado ya. De todos modos, no te encariñes con ella otra vez. Nunca se sabe lo que puede pasar. Mañana partiremos hacia Filadelfia, quieren que vaya una representación de la sociedad criolla mexicana, como motivo del discurso que Jefferson quiere pronunciar, a favor de la exaltación de los derechos de los hombres. La fiesta es una mera excusa. Si todo sale bien Rodrigo estará allí. Es el único que podrá reconocerte, así que debemos llevar cuidado.

Clara cogió a Lucía, la abrazó con tal fuerza que la niña dejó de respirar por un momento. Clara le susurró al oído a la niña: A partir de ahora, voy a ser tu madre, así que no te preocupes. Sus manos se entrelazaron. Las palpitaciones de sus corazones parecían escucharse a través del eco de la mina. Clara se acercó a Mario, y le preguntó que por qué no se lo había contado antes. Mario le comentó que todavía no estaba seguro de poder contar con ella para aquella misión. Clara no quiso saber más, y se dedicó a besar a la niña. Lucía temblaba de emoción.

Mario se acercó a Clara y en voz baja le dijo: le hemos dicho a Lucía, que Eulalia está en España cuidando de su padre, su abuelo. La niña ha quedado conforme. Gracias por decírmelo Mario. Mantendré la mentira. Pero cómo puede ser que esté viva, le preguntó nuevamente a Mario.

-Clara, nadie lo planeó tan sólo sucedió.- Clara se agachó para proteger a la niña. Di la orden al resto de compañeros para que nos sorprendieran y simularan un atraco, cuando Eulalia me dijo que quería partir a Champotón. No quería que sucediera así. Tan sólo queríamos el dinero, lo necesitábamos para poder comer. Los niños se mueren de hambre aquí arriba en la mina. Y ellos en la Hacienda con sus riquezas... me enfurecí. Y al final se me fue de las manos. No pude controlar mi ira, y lo peor de todo es que esa ira se contagió al resto del grupo. Lucía no estaba muerta como creía Eulalia, tan sólo se desmayó, pero ésta estaba demasiado asustada cómo para esperar allí sola en el carruaje, a que despertara Lucía. Realmente yo también creí al principio que estaba muerta. Eulalia era muy cariñosa conmigo, pero jamás me hubiera tratado como un hombre de verdad, en el fondo me veía como su esclavo. La odiaba, me entiendes la odiaba, porque me trataba bien, y eso me hacía recordar que podía ser un hombre libre, y es eso precisamente lo que más daño me hacía, por la imposibilidad de saber que no podía serlo, hasta que conocí al Padre Hidalgo. Lo entiendes Clara, ella en el fondo era la más cruel, la peor de todos ellos, ¡por tratarme bien, por hacerme creer que yo también tenía derecho a ser como ellos, a sentarme como ellos en una mesa, a vestirme como ellos, a asistir a sus fiestas, a que me hablaran con respeto.! ¡La odiaba, la odiaba! ¡No lo entiendes.! Era la peor de todos por darme esperanzas. La crueldad del tiempo de espera de la esperanza, sin saber realmente que podía existir otra clase de vida para mí, me enfurecía, me enloquecía. Lo peor era cuando tenía que ir y venir de la Hacienda como un perro sucio, para preparar sus fiestas, todos tan elegantes y galantes, y yo, ¡menos que un perro, una basura.! -Mario no me cuentes más- dijo Clara perpleja ante sus palabras. Mario agachó su cabeza y se dirigió sollozando al rincón más oscuro de la mina, como un niño asustado, mojando el rifle que había en sus pies. Clara seguía agachada, protegiendo a la niña, de las palabras de Mario.

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Lalyam ya hemos llegado a Filadelfia. Gracias Claudia

martes, 22 de agosto de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. XIII

RICHMON





Despedí a Patrick en Richmon. Al verlo partir la angustia se apoderó de mí, pues sabía bien, lo que implicaba no estar cerca de él. Debía de ser fuerte y comprender que la vida no se construye al revés, sino en línea recta y bajo los principios de un saber. Saber que iba resucitando en la ilusión de formar un nuevo país. 

La ilusión se reflejaba en las caras de aquellas personas que buscaban pertenecer a una confederación de territorios. Realmente era gente extraordinaria, la mayoría de ellos poseían de una manera innata una humildad perfecta y aclamada. Su humildad era signo de distinción. Conocían bien el viejo continente, muchos de ellos habían salido de esa forma de vida de manera abrupta, porque realmente tenían la creencia de conseguir un mundo mejor que aquél del que procedían. Sus gestos reflejaban el agradecimiento de alguien personas de la condición social más humilde al que se le da la confianza de tener la responsabilidad de crear su propio país. Su ímpetu me desgarraba por dentro. Richmon era un espejo de aquella ilusión. Inés al bajar del carruaje, me preguntó con un acento inglés casi perfecto si aquella ciudad era Filadelfia. Yo le respondí que no, pero que no se preocupara, porque en unos días estaríamos allí. 

Vimos una Iglesia de blanca apariencia solemne, por verse remarcados los capiteles de sus columnas. ¿Qué Iglesia más extraña? Claudio sonrió. Lalyam es el Capititolio. Puse cara de asombró, a la que Claudia respondió. Ya te lo explicaré en otro momento. Por un momento pensé en la etimología de Richmon, y como una niña de quince años, me agaché para contarle mi inquietud a Inés. Inés esta ciudad es importante porque se construyó bajo una luna rica. Tan rica era la luna que prestó una de sus letras a las estrella para que terminaran de darle forma al sol, para poder parecerse así los dos. En ese mismo instante, Claudia rompió el hechizo de estupidez que embriagó todo mi ser, por el entusiasmo que nos produce la insólita ilusión de escenas nuevas que palpan una vida mejor. Lalyam el nombre de Richmon es en honor a uno de los suburbios más conocidos de Inglaterra. Mi cara volvió a reflejar nuevamente el sentimiento férrimo de estupidez. A lo que le respondía a Inés, has visto nunca debes de hacer caso de las apariencias, porque engañan. A lo que respondió Horace, mamá tal vez la luna de Richmon de Inglaterra sea la más rica de todas, porque no es la luna lo que la hace grande en sí, sino la mirada de anhelo de las gentes que la iluminan dentro de su ser esperando una felicidad mayor. Quedé totalmente anonadada e impresionada por aquellas palabras de un niño que acababa de cumplir los nueve años. Bien Horace sigue así, y llegarás a ser un honorable profesor. Claudia sonrió nuevamente. Horace promete Lalyam. Me alegro de haberos conocido.

Pasamos noche en la casa de Elizabeth Arnold. Una vieja amiga de Claudia. La casa había pertenecido a Claudia. La heredó a la edad de cuarenta años tras la muerte de su padre. La madre de Claudia y la madre de Elizabeth se conocieron en Londres. Iban paseando cuando estalló una gran tormenta en Romford, la madre de Claudia, que había contraído nupcias recientemente, iba del brazo de su marido, cuando tras un relámpago comenzó a escuchar unos gritos de niña que procedían de un callejón. Se acercó lentamente al callejón, y conforme se acercaba, sus ojos se llenaban de lágrimas, al observar la pequeña silueta de aquella niña, temblorosa y asustada. Se acercó para arroparla, y fue así como comenzó su amistad. Amistad que se transmitiría de una generación a otra, como uno de los bienes más preciados y codiciados de ambas familias. Elizabeth Arnold era actriz y residía también en Boston. Poseía una compañía propia y viajaba asíduamente con su familia de una ciudad a otra, por lo que al saber de nuestro destino, insistió en acompañarnos en el resto de nuestro viaje, pues tenía que cerrar unas actuaciones en unos teatros de Filadelfia.

Tenían una niña llamada Eliza. Era una adolescente de una educación exquisita. A la edad de nueve años debutó en los escenarios de Boston. Primero salió para recibirnos Elizabeth. Yo iba acompañando a Claudia, mis hijos iban detrás vigilados por Ignacio. Eliza quedó prendada con Ignacio. Tan galante. Tan moreno. Llamaba la atención. Mi padre lo educó en la galantería del gentil hombre español. Aquellas mujeres no estaban acostumbradas a esa clase de tratos. Sus enormes ojos negros y sus ademanes cautivaban a cualquier mujer. El perfecto galante español. No podía ocultarlo. Dieron por hecho que también tenía procedencia anglosajona.

Nos acomodamos en las habitaciones, yo todavía llevaba la pequeña muñeca en mis bolsillos. Mi pequeña. La besé antes de guardarla en el cajón de mi mesita. Íbamos a estar dos días allí, para descansar un poco y después continuar con nuestro viaje. La compañía de Elizabeth nos vendría bien. Claudia me trataba como a una hija. Su mirada, sus gestos denotaban un cariñó inusual, en demasía en ciertas ocasiones, llegando alguna vez a despertar en mí el pudor de la carne.

Se pasaron toda la noche coqueteando Ignacio y Eliza. Me gustaba observarles. Esos primeros contactos con el ingenuo amor temprano, donde un día todo sería tempestad y al siguiente día sería todo serenidad. Emociones en incandescencia, combustión del fuego pasional, para calmar la llamada más natural, la maternidad.

Sabes... ¿cómo te llamas?... Lalyam eso es...en Rychmon queremos mucho a Jefferson. De hecho a comido varias veces en esta casa. Gracias a él existe libertad religiosa en esta ciudad. ¿Lo sabías?. No, no lo sabía. Se acercó al oído de Claudia, y con voz tenue le comentó: he podido observar que en uno de los libros que ha traído Lalyam, habían rezos escritos en castellano. Su acento todavía no es perfecto, no sé si va a poder pasar por uno de nosotros. Claudia le respondió. Sí pasará por uno de nosotros porque es una de nosostras. No te preocupes lo tengo todo bajo control. Su parecido es considerable. Lo sé Elizabeth.

Querida Lalyam, ¿te ha hablado ya de nosotras Claudia? Su voz refutaba un refinamiento cargado de ironía. Hemos formado una organización. Sólo mujeres. Estamos hartas de que nuestros maridos nos digan lo que tenemos que hacer. La señora Pichman, quiere abrir un debate en la próxima fiesta que se va a celebrar precisamente en Filadelfia, para lanzar la carrera a la presidencia de Jefferson, sobre el derecho a voto de la mujer. ¿No es extraordinario querida?. Sí Elizabeth lo es.

Elizabeth calla y ayuda a Lalyam a interpretar su papel, como te comenté en mi carta. Todo a su debido tiempo, Elizabeth. Cuanta más información obtengas mejor. -Sí Claudia. -



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Inmaculada era un ser extraordinario. Su hermano Rodrigo estaba absorto con ella. Después de cumplir ésta los doce años, empezaron a rondarles numerosos pretendientes. Su melena rubia denotaba una distinción especial, que la hacía única. Rodrigo hubiese deseado no ser su hermano, con tal de estar más cerca de ella. Rodrigo temía el castigo de su padre por lo que su sufrimiento se acusaba sólo en aquellas noches, en las que el alba te recuerda con su brisa el melindre dulce de unas caricias robadas a la imaginación más impura. Desde sus diez años sus padres le prohibieron que se quedara durmiendo en el mismo cuarto con su hermana.

La familia de Rodrigo contaba con un buen apellido y una posición privilegiada, que le permitía codearse con total facilidad en las esferas de poder. Los más ilustres caballeros pasaron por la Hacienda "La Dolorosa" en honor a la madre de Rodrigo que se llamaba Dolores. Su casa era un trasiego de gentes procedentes de distintos lugares. 

En una ocasión en 1765, unos meses después de que Inmaculada cumpliera los doce, vino un caballero muy distinguido procedente de Virginia. Mi padre estaba esperando su visita con impaciencia. Al bajar de su caballo cuando llegó al pórtico, lo primero que hizo fue disculparse por su ligero retraso. Mi padre aceptó sus disculpas. Los dos hicieron por entenderse. Ninguno de los dos dominaban bien la lengua del otro. El Conde de Guzmán veía con buenos ojos a aquel joven. 

Vengo a hablarles de la preocupación en la que se desenvuelven nuestras vidas actualmente en las colonias inglesas, los colonos estamos bajo yugo implacable de Jorge III, la situación se está volviendo insostenible, necesitamos ayuda de los españoles. Bien, tu nombre era... Jefferson, Thomas Jefferson, señor. Bien, continuo el Conde, España también está librando sus propias batallas, no sé si podremos ayudarte en tus pretensiones. Creo en la igualdad de los hombres, señor... ¡Ja, Ja,Ja! perdona que te interrumpa, pero cada vez creo menos en la juventud de las palabras, la experiencia me ha llevado a ello, no creas... Mi hijo por ejemplo, anonadado todo el día como niño que es, luchando en aras de una monarquía que tan siquiera él llega a comprender realmente lo que es. ¡Ay! palabras de juventud. No obstante voy a proponerle tus inquietudes a mi Rey. Gracias Señor, me habían hablado muy bien de su talante mediador en esta clase de empresas. Si yo te contara. Quiero presentarte a mi hija, se llama Inmaculada Lucía de Guzmán, domina el francés perfectamente y entiende algo de inglés.

El Conde hizo llamar a Inmaculada inmediatamente, sus ojos empezaban a pernoctar en la ambición de sacar provecho de aquella situación. Se había alejado mucho de Carlos III y esa era una buena oportunidad de volver a retomar el poder perdido. Para ello necesitaba tener contento al joven Thomas, y quien mejor que Inmaculada para aquella misión. El Conde le dio las instrucciones precisas a su hija para que Thomas se sintiera como en su propio hogar. Inmaculada así lo hizo. Thomas se convirtió en su principal atención, no escatimando en cualquier clase de sutilezas femeninas tan elegantes que apenas se apreciaban ante los ojos de un vulgar observador. Era una niña pero se enamoró perdidamente de él. Todas las noches Thomas le leía un relato de Aristóteles o Cicerón. Ella quedaba quieta, presta en sus palabras. El joven Thomas se percató enseguida. También Rodrigo, cuyos celos le hacían romper a llorar cada noche.

Un día Thomas bebió más de lo normal, por lo que enseguida se indispuso y tuvo que subir a su cuarto, el Conde de Guzmán así lo dispuso, e hizo entrar a su hija en el cuarto y le dijo que se metiera en la cama de Thomas. A ella le habían instruido para servir en todo a su familia. La niña obedeció a su padre. El joven Thomas no pudo resistirse a aquella niña de surcos pechos y pecas en las mejillas. La niña apenas se movía, su cuerpo estaba inerte y tiritando. Durante una semana Inmaculada estuvo entrando al cuarto de Thomas semidesnuda sin articular ninguna palabra y expresión, por órdenes de su padre. La niña ni se inmutó, sentía el placer de la complacencia de su padre.

Thomas partió un quince de mayo para Virginia. El Conde le dijo con gesto adusto que dejara aquel asunto de la Independencia bajo su tutela en lo que respectaba a España, pero iba a llevarle mucho tiempo, por lo que tuviera la suficiente paciencia para encontrar la ocasión adecuada a su empresa. Mientras tanto adoctrinaría a su hijo Rodrigo para que guardara sumisión a las órdenes de tal cometido. Thomas complacido marchó inmediatamente.

La niña quedó preñada, con el consentimiento de sus padre. Inmediatamente se la llevaron a España. Doce meses después Carmen de Oleza  supuestamente había dado a luz a una niña que llamaría Eulalia. El Conde de Guzmán seguiría fielmente los pasos de aquella niña, que tanto le serviría a la Corona Española.



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¡Lucía vive, Mario! Clara necesitas descansar. Mario la he visto. Todavía tienes algo de fiebre. Has estado muy enferma. Pronto te pondrás bien. Mañana estará bien ya para continuar con vuestro viaje, dijo María.

miércoles, 16 de agosto de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. XII

A la Luz de un Candil



Clara está delirando. Mario, no está bien. Tienes que tener paciencia, tal vez, en dos o tres días... puede ser que recobre totalmente la consciencia. Gracias María. Ten paciencia Mario, Clara es fuerte y audaz.

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¡Izar velas! Estoy preocupado, este barco está acusando el peso que llevamos en la bodega. Tal vez, si quitáramos algo de peso. Rodrigo ya sabes...
-¡Piratas! ¡Piratas!- No puede ser Sebastián, no puede ser. Por favor, ¡no! Haz que tus hombres lleven este barco a su puerto, cómo acordamos. Ha parado el viento, mi Capitán. Gracias Manuel. Necesitamos más hombres en la cubierta. ¡Nos están alcanzando, mi Capitán!

El barco parecía un transeúnte ebrio a la orilla de un riachuelo. Todo pasó, en un instante. Rodrigo estaba sumido en la desesperación junto al palo mayor del barco. Sus ojos iban perdiendo el reflejo de la aventura que unas horas antes se podía apreciar en su mirada. Todo se torno, negro y oscuro, el calor se hizo insoportable. Tuvo que arrancarse con brusquedad el pañuelo de seda que le asomaba debajo del cuello de la camisa. Se paró a meditar cinco minutos, mientras tanto el Capitán Sebastián no cesaba de dar ordenes a su tripulación. Chillaba desconsoladamente, las imágenes se tornaban en movimientos ralentizados, distorsionados por el calor del sol. Veía acercarse cada vez más la bandera pirata.

-Todavía nos quedan un día para llegar a la bahía de Pensacola, Rodrigo. No sé si lo conseguiremos. Debemos liberar espacio. No entiendo lo que ocultas, pero tiene que ser algo importante, para no dejarme bajar a la bodega.- Nos están disparando, Capitán. Son piratas ingleses. -No me extraña, espero que no lleven la cabeza de Galvez.- Nos están disparando Rodrigo. No tardaran mucho en abordarnos. Es la muerte Rodrigo. -Lo sé, Sebastian.- Rodrigo empezó a sudar, mojando las comisuras de las mangas de su camisa, esbozando una pequeña sonrisa. Sebastian, este mundo no está hecho para patriotas, lo siento. Se escuchó otro disparo de cañón. 

!Capitán, Capitán! -Por favor qué pasa ahora. ¡Qué locura es ésta! No terminó de decir la frase cuando Rodrigo le clavó el puñal en el corazón. Sebastián se le quedó mirando fijamente, y sin mediar palabra cayó muerto al suelo. Rodrigo comenzó a gritar al resto de la tripulación. El barco pirata se acercaba más y más, por lo que ya se podía apreciar nítidamente las personas que iban en él. El barco estaba pintado de un color azul intenso. La tripulación iba vestida de una manera ridícula, con casacas que intentaban imitar el uniforme del ejército inglés. De repente, se escuchó un gran estruendo. El barco pirata se había acercado tanto al barco español, que no pudo virar lo suficiente como para evitar el choque entre ambos. El casco del barco español se vio afectado, por lo que empozó a introducirse agua en la bodega. Rodrigo asustado bajó rápidamente a ella. Al llegar a la puerta, se le cayeron dos veces las llaves. Sus manos temblaban, como las de un anciano a la puertas de una iglesia pidiendo limosna. Al final, pudo lograr templar sus nervios y abrir la puerta. 

¡Salir! ¡Salir! ! ¡He dicho que salgáis! ¡Rápido! De entre los bultos oscuros, empezaron a escucharse ruidos, chasquidos de madera. De repente, las sombras se tornaron en figuras humanas. Uno de ellos dijo: ¡Subimos arriba ya, Rodrigo! -Sí, sube ya.- Empezaron a subir una especie de espectros humanos. Conformen subían y se acercaban a la luz del sol, se les iban distinguiendo sus ropajes. Eran uniformes ingleses. Pareciérase que formaban parte todos ellos del mismo batallón de infantería. El Alferez todavía respiraba en el suelo cuando salió Rodrigo otra vez a cubierta. Su sangre le manchó sus zapatos. Rodrigo hizo un gesto de asco. El capitán del otro barco lo saludó, y gritó: ¡según lo previsto! Rodrigo sonrió. ¿Habéis conseguido el manuscrito de Mason? 
Peter sonrió.


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Lalyam, ¿estás preparada? Sí, podemos iniciar el viaje cuando tú quieras, Claudia. Mamá se te ha caído una de tus muñecas del bolsillo, dijo Horace. ¡Oh! ¡Claro! Gracias. Me quedé ensimismada en un pensamiento extraño. Mi mirada se tornó en una mirada angelical llena de ternura, que brillaba más que nunca. Cogí la muñeca del suelo, y le dí un beso en su mejilla de trapo. Al separar mis labios le hablé con voz de otro mundo, "Sonyansém Irum Tantumdes Izan Muré". Todos callaron de repente, se enmudecieron también los ruidos que provenían del exterior. Apenas podía respirar. Mi inquietud iba creciendo conforme pasaban los segundos y el sonido cada vez se volvía más mudo, hasta que al final Horace sacó una cerilla de su bolsillo y la encendió, utilizando para ello la pared del carruaje. La soplé dándole las gracias a mi hijo. ¿Qué has hecho Lalyam? estabas susurrando algo extraño. Claudia no te preocupes. Estaba rezándole a la Virgen de Guadalupe. ¡Lalyam, por favor! Algunas costumbres debes perderlas. No vuelvas hacer eso en público si no te importa. -Claro, Claudia, disculpa.

Mientras iba en el carruaje camino a Filadelfia, me quedé un momento dormida. Mis ojos cansados vislumbraron cartas y manuscritos que viajaban de un lado para otro. El destino de un manuscrito era el comienzo de una Ley plasmada en un libro gigantesco que yo tenía el deber de cerrar. Tantas historias que me contó mi padre de caballería, que al final sirvieron para que yo comprendiera el sentido y la norma de los que se llaman caballeros. Realmente, todavía no había palpado la naturaleza de esos gentiles hombres buscando la verdad y la justicia a través de sus escritos. En el fondo de mi ser los imaginaba reunidos en torno a una mesa organizando papeles mientras sus mentes suscitaban pensamientos tan brillantes como la luz del fuego a través de una ventana. Mi mente jugaba con sus personajes, tal vez, porque intuía lo que iba a pasar, lo que iba a suceder.

El camino se hizo largo. Paramos varias veces, para repostar y dormir. Patrick nos acompañó un pequeño trecho. Paramos en la casa de una vieja amiga de Claudia. Patrick debía partir esa misma noche. Al despedirnos, Patrick empezó a jugar con mis cabellos, besándome las puntas. Acariciaba mi pecho, de una forma inusual. Suavemente y con delicadeza. Ojos de enamorado algunas veces me parecía verle bajo sus cejas, aunque no lo tenía claro. Era de noche, y al mirar al horizonte la luna me pareció que transmitía una luz tenue distinta a lo habitual. Una luz de fuego, que alumbraba los cabellos de Patrick, dibujando en ellos la divinidad. ¡Qué luna más bonita! pensé yo en varias ocasiones. Patrick me cogió de la cintura y me subió girándome con él para darme un beso, fue un momento tan enternecedor, que por un momento pensé que sí deberían de ser aquellos los ojos de un enamorado, pero al completar su giro y soltarme otra vez al suelo, mi perspectiva cambió, por lo que pude vez con nitidez esa luz, que un instante antes  había causado tal delicia en mi mente, que parecía que me veía reflejada en mí a través del rostro de Patrick a la misma Selene. Era la luz de un enorme candil, colgado en la pared que había situado, que por atares del destino le faltaba una mano de pintura. Al mirarle otra vez a los ojos, ya no supe qué pensar.

Mi mente se llenó otra vez de pensamientos. Ahora me importaba el amor aunque fuera a través de la luz de un candil viejo, sucio y oxidado, nunca antes había querido sentirlo. Destreza con desdén con un poco de sentimiento loco, eso debía de ser en las horas de luna llena en la que la luz de la montaña de los deseos no te dejan ver el prado que se ocultaba bajo sus pies, para no dejarte descansar ni comer. Algo así, pensé yo que debía ser el amor debajo de esa luz de candil a punto de romperse por lo viejo y lo mal cuidados que estaban sus oxidados lados.






sábado, 29 de julio de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. XI


CLARA


Al irse Rodrigo, Clara se quedó invidente ante los hechos que le iban aconteciendo. Durante una semana parecía estar ciega al mundo. No sabía lo que tenía que hacer. Los primeros días se escondió en la habitación de Rodrigo. Se quedaba allí durante horas, tumbada sobre su cama. Algunas veces, se quedaba dormida sobre la ropa de él, por el agotamiento propio del llanto de una amante hija, que no podía dejar de amarlo.

Alarmados, el resto de criados llamaron a Carlos Espín, una especie de albacea que tenía Rodrigo a su cargo. Aquél tenía la obligación de cuidar de ella por órdenes de éste. Se comprometió con Rodrigo a pasarle a Clara una especie de minuta durante su ausencia, para que ésta pudiera llevar a cabo sin ningún tipo de problema el mantenimiento de la Hacienda. Carlos junto con los capataces de la Hacienda se hizo cargo de los negocios de Rodrigo y de las cosechas.

Carlos intentó verla en varias ocasiones, pero ella no quiso. Ella no le abrió nunca la puerta, siempre le hablaba a través de ella, y le decía que se fuera, que no se preocupara, qué ella sabía cuidarse de sí misma, y que pronto todo cambiaría. Clara temía a la ambición de Carlos.   Carlos se apiadó de ella. ¡Pobre necia! le decía. El mundo de la codicia donde se desenvuelve Rodrigo, caerá enseguida sobre ella, cómo red que pesca a su pez. Clara conocía bien a Carlos, sabía que era un sagaz español en busca de su propia fortuna, pero que por ahora le había tocado vivir bajo la sombra de Rodrigo. Tarde o temprano pensaba Carlos, Rodrigo caería ante él abatido por su orgullo, ante sus propias trampas, y ahí estaría él para verlo, para poder abalanzarse sobre los negocios que aquél dejaría pendientes, siendo por fin él, el nuevo gobernador de Campeche.

Al principio, al ver la actitud de Clara, todos los esclavos se asustaron, creyendo que la Hacienda estaba perdida. Pero a las dos semanas, antes de que soplaran los primeros vientos del otoño, Clara se sobrepuso, como si se hubiera obrado un milagro. Salió de la habitación de Rodrigo cerrando la puerta  con llave. Llamó a Juan inmediatamente, un esclavo de la finca, y le dio la llave. Guárdala hasta que llegue el Señor Rodrigo. Bajo ningún pretexto me la devuelvas. Esta llave solamente debe ser entregada al Señor Rodrigo, ¿entiendes?. Juan entendió claramente las intenciones de Clara. Éste era otro esclavo de la confianza de Rodrigo. Tenía 15 años. Rodrigo lo compró cuando él tenía tan sólo tres años. Contaba sólo con un mes de vida cuando lo abandonaron bajo la sombra de un melojo, hecho que le marcaría para el resto de su vida, pues parecía que siempre iba buscando esa misma sombra bajo las huellas de Rodrigo. No hablaba con nadie, tan sólo con él. La llave estaba en buen recaudo, y Clara lo sabía.

Pasaron tres meses, y Clara, no tenía noticias de Rodrigo. Tampoco sabía nada de Mario. En su soledad de mujer, a Clara se le iba marcando la cara. Las ojeras y la piel opaca, no tardaron en aparecer. Su sonrisa se volvió fría y sin vida. Su vida se volvió triste, sin el aliento del animal que te debe ir comiendo. Pero Clara era fuerte, y cada madrugada, se lavaba su larga melena, para limpiar sus penas, y con ese olor agradable de limpieza recibía a la mañana. Y en las noches de más soledad, se acariciaba a si misma el cuello y los brazos hasta caer agotada, recreando en su piel las manos de Rodrigo, buscando aquel placer,  que nunca había llegado a conocer, y que por ahora, tampoco sabía reconocer. Padre y amante, a ella le daba lo mismo. Sólo quería verse tumbada junto a él, pues su mente sólo era capaz de reconocer las caricias de Rodrigo en la intimidad, por lo que sus anhelos no podían ir más allá. Clara en la crueldad de su desesperación aguantaba fielmente a la esperanza, de volver a sentir la alegría de su vida pasada.

Porque la soledad de un hombre no es lo mismo que la soledad de una mujer. El único recurso con el que contaba Clara era con su fortaleza, pues casi todos los divertimientos mortales le estaban prohibidos. Un hombre dada su libertad moral podía ir a un más allá, que ella nunca iba a poder lograr. En casa, encerrada, a la espera de la tan ansiada noticia o visita. Organizar la casa le era fácil. Sólo estaban ella y las criadas. De los esclavos se ocupaba Carlos. Sólo le permitían salir de casa para ir a una pequeña ermita que había en la propia Hacienda. Tampoco ella mostraba interés alguno por salir. Sabía que pronto cambiaría todo.

Un esclavo, el más rebelde, al enterarse de que Clara estaba sola, intentó forzar la puerta de la casa una mañana de domingo aprovechando que todos estaban en misa. Clara siempre salía la última, para asegurarse de que se cerraban todas las puertas, pues era ella la única persona que tenía las llaves de la Hacienda. La esperó en el zaguán semidesnudo y la atacó, pero la rápida intervención de Juan hizo que todo quedara en un experiencia desagradable. Forcejearon hasta tal punto, que sus movimientos asemejaban a los de dos coyotes salvajes arrancándose la piel a mordiscos mutuamente. La fortaleza de Juan era evidente, por lo que en uno de sus mordiscos le arrancó un trozo de brazo al esclavo, dejándole una herida tan profunda que no olvidaría en su vida. Carlos al enterarse del suceso se presentó inmediatamente y ordenó azotar al esclavo cien veces delante de todos.

Una noche de fría tormenta, de relámpagos rotos que hacían las delicias de los asombros de los esclavos, por asemejarse a la belleza que proporciona en el cielo la luz de los fuegos artificiales, llamaron a  la puerta. Tres golpes secos como los grazñidos de un cuervo, marcaron una sentencia.

Las criadas de la casa se asustaron. Clara les dijo que se quedaran en sus habitaciones. Las manos le temblaban, por lo que intentaba sujetárselas ella misma. ¡Abre y no tengas miedo! ¡abre, te lo pido por favor! ¿Quién eres? ¡Abre! pero ¿quién eres? Soy Mario, abre. Clara se quedó estupefacta, por fin, Mario, había vuelto. Su corazón palpitaba tan fuerte, que ensombrecía el ruido del tic-tac del enorme reloj de pie que había a la derecha del recibidor. Rodrigo lo puso allí porque tenía la imprudente manía de mirar la hora cada vez que entraba y salía de la casa.

Clara abrió la puerta cómo gacela que por primera vez se pone en pie. Lo miro a los ojos, y Mario, sin poder evitarlo, se dirigió hacia ella con los brazos extendidos para después abrazarla con tanta fuerza, que le impedía a Clara respirar. Durante un instante Clara creyó morir otra vez, por lo que hizo el ademán de separarse. Sigues tan linda como siempre, pero tus mejillas parecen marchitas. Mario volvió a acercarse a ella y le dio un beso noble en la mejilla izquierda, acariciando con su mano la otra mejilla.

Mario sacó del bolsillo una especie de mapa. Estaba muy emocionado. Tenemos que ir al norte lejano. Rodrigo está en Pensacola, por lo que se ve los Estados Confederados están interesados  en Florida. Quieren quitársela a España definitivamente. ¡Pero México vive Clara¡ vive prácticamente sin la ayuda de España. Mario, hablas cómo si ya México fuera un país distinto a España. Clara, México es ya distinto a España. Para lo único que sirve ésta es para robarnos nuestro oro, nuestros recursos, para poder pagar sus caóticas guerras. Los ingleses tienen un pacto oculto con Francia, y están jugando con España, y mientras tanto los Estados Confederados, se están haciendo fuertes, porque éstos sí que han aprendido de las malas políticas del viejo continente. Se creen que porque nos hayan conquistado vamos a ser como ellos. ¡No! ¡eso sí que no! están equivocados. Sus viejas políticas nunca van a funcionar aquí, porque nuestra sangre es diferente, y no se dan cuenta, de que ellos ya han bebido de ella, al estar bañada esta tierra por nuestra sangre debido a sus matanzas. Enseguida habrá una revuelta. He estado hablando con el padre Hidalgo, y nos apoya. Los gobernantes de Guadalajara, Valladolid, San Luis Potosí, Zacatecas, están enfrentados entre sí, por lo que pronto reinará el caos. Los ingleses están introduciendo su algodón, sus telas, aquí en México para poder comercializar con ellas. La ciudad de Puebla se está viendo resentida. México muere si no nos quitamos el lastre de la Vieja España. Clara, tienes que acompañarme ahora mismo. Pero Mario está lloviendo. Da lo mismo tienes que acompañarme. No preguntes y hazlo. De acuerdo Mario, avisaré a las demás criadas inmediatamente.

Clara dejó ordenes a las criadas de la casa y dispuso a Juan para que avisara a Carlos de que ella se iba a ausentar unos días. Cogió víveres para el camino mientras Mario fue a preparar el caballo de Rodrigo para el viaje, y en tan solo una hora ya estaban partiendo hacia las colinas.  Llovía y la humedad de la noche recalaba en sus huesos. Sus pies estaban enlodados. La dureza del viaje debido a la lluvia hizo que Clara cayera enferma. La fiebre no tardó en aparecer. Aún así continuaron el viaje. La travesía duró tres días, hasta llegar a las colinas altas. Una vez allí aparecieron una especie de horda indígenas que habían escapado de la justicia. Clara cayó del caballo y se quedó tumbada en el suelo. María, una antigua esclava de Rodrigo, a la que todos daban por muerta, fue corriendo a socorrerla. Al día siguiente, Clara pudo abrir los ojos, la niebla invadía sus retinas, pero pudo escuchar cómo la voz dulce de una niña le decía, Clara ¿te encuentras mejor? No te preocupes que yo te voy a cuidar. De repente sintió los labios de la niña en su frente. La besaba una y otra vez, mientras le decía a Clara llorando ¡quiero que me lleves con mi mamá!. A lo que respondió Clara, claro que sí, Lucía, pero no llores más.



Clara se dio cuenta de que la vida y la muerte son la misma cosa en el pico de un cuervo insano, que por volver a ser sano como carne de ojos humanos, para poder ver la esencia de la ternura de una dicha, que está encerrada por su propia tumba, a la que él tendrá que acceder para poder liberarla de tan sosiego desenlace de vida y muerte en la resurrección de su propia carne, y de su propia mente.

¡Lucía no llores más, por favor!










martes, 18 de julio de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. X

CAPITULO X


LA BODA DE JULIE



Nunca una melodía fue tan dulce para mis oídos. La Iglesia de Wilmington se había caracterizado, por tener una buena acústica. Los lazos blancos de los bancos, decorados con encajes amarillos y azules, unidos por arpetones cuya punta era claramente una cabeza de águila, se movían lentamente al compás de los acordes de la música. La orquesta situada en el balcón interior del primer piso, tocaba en ese momento los Menuets de la Suite II y III de Händel. Mi vestido era de color del oro con pequeños detalles azules y negros. De mi pecho sobresalía claramente un colgante de perlas azules turquesa. Patrick me cogió la mano y me dijo: -Lalyam ya están casados, salgamos a la puerta para felicitarles. Julie derrocha el esplendor de la dicha, y Peter estaba insultante de alegría. Lalyam sé que es duro para ti, y que te traerá muchos recuerdos, pero tenemos que salir.- Me quedé mirando al altar atónita, con la mirada perdida. Mi pecho se agitaba, haciendo que el collar disfrutara de los vaivenes de mi respiración.

Hacía quince días que se había celebrado el entierro de mi padre en esa misma Iglesia. Ignacio estaba a la derecha de Patrick, había quedado bajo su protección, tras la muerte de éste. Ignacio estaba muy emocionado, tenía un perfecto acento inglés, aunque su piel lo delataba, pero no dejaba de ser un hermoso joven encantador que hacía las delicias de las quinciañeras americanas. Mis hijos estaban muy emocionados, rápidamente ellos salieron a la puerta para arrojarles unos hilos de chocolate y azúcar, que la noche anterior había preparado Mary.

Julie llevaba un vestido de color crema con puntillitas marrones en sus bordes. Todos quedaron sorprendidos porque su vestido no era blanco. A Peter no le importó ese detalle, pero fue un hecho muy comentado entre las mujeres. Su camino al altar de manos de John Ferry fue como un levitar en las aguas tenues del futuro bienestar que le proporcionarían los brazos de su amado Peter. Los dos estaban muy calmados, no mostraron nervios de ningún tipo. La celebración también fue perfecta. Mary se quedó a cargo de los niños, por lo que yo pude disfrutar de la misma con cierta serenidad. Antes de que se pronunciara el discurso por parte de John Ferry, Patrick me cogió del brazo, y me susurró al odio, que por favor me trasladara aquella misma noche a su habitación. Me comentó que si en la vida social eramos pareja, en la real también debíamos de serlo. Bailamos juntos toda la noche, como si no existiera nadie más en la sala. 

Todos se fueron. Claudia se llevó a los niños a dormir a su casa. Parecía que el destino jugaba de anfitrión. Patrick, se acercó a mí, con intención  de besarme y lo hizo. Después se arrodillo y me susurró con su cabeza en mi vientre, que aunque no pudiera darme un día nupcial, me daría una noche de boda. Y así lo hizo, sólo tuve que quitarme las enaguas. No quiso quitarme el vestido. Mis pechos prácticamente estaban fuera, pues el vestido tenía con un gran escote. Me cogió de la mano y me sacó a un pequeño jardín que teníamos dentro de casa. Me apoyó a un árbol centenario, me subió el vestido, me tapó la boca con su mano, y me hizo sentir el dolor de la vida, cuando sale de su escondite para ir y tocar otra vida distinta, para gritar "Por mí, sólo por mí" para salvarse en su juego. Era más dolor que placer. El placer estaba oculto en mi boca, cuando intentaba morderle su mano. Y así transcurrió mi segunda noche de boda. Entre árboles y arbustos, de pie, temblando por el viento nocturno.

Al día siguiente, Claudia vino a traerme a los niños. Se quedó sólo un rato, pero lo dio tiempo a tomarse un té. Me comentó que se iba a trasladar a Filadelfia para estar con su marido. Me pidió que la acompañara. Le asentí con la cabeza. Se puso muy contenta. Le pregunté por Julie y me dijo que ya había partido de viaje para Inglaterra. El viaje fue un regalo de bodas de Patrick. 

Por la tarde fuimos a pasear por el puerto de Wilmington y nos encontramos con John Waldern. Iba buscando a Patrick desesperadamente. Se apartaron los dos para hablar. Yo me quedé junto con Mary y los niños, pero pude escuchar la conversación. John le decía a Patrick: 

-Creemos que la hemos encontrado. Por fin, tanto tiempo esperando, y al fin...no lo puedo creer. Puede cambiar el rumbo de la historia. Hay que decírselo a Patrick Henry. Sabes lo que supone. -Gritaba como loco- Supone una guerra civil. Cuando se entere James Madison provocará una revuelta en la Asamblea, ya verás.
-Estás seguro Jonh. No podemos dar un paso en falso. Sería conveniente comentárselo al Rey Jorge.
-Ya lo sabe, Patrick. Y le puede ayudar mucho a desestabilizar la unión de las trece colonias.
-¿Qué hacemos? y ¿dónde está?
- La traen de regreso.
-Muy bien. Ahora tenemos que asegurarnos de que todo salga bien. ¿Estás seguro? 
-Sí.
-Mañana mismo partimos para llevarla a Filadelfia, pero tenemos que ser prudentes.
-De acuerdo.



Por lo que pude escuchar, uno de los barcos que se perdieron, justamente cuando por primera vez, desembarcamos mis hijos y yo en Wilmington, llevaba la auténtica Constitución de los Estados Unidos. En ella se proclamaban una serie de derechos que no quedaron recogidos en la actual. Mason redactó una Constitución según los diversas Declaraciones de Derechos que existían en aquella época. Si la auténtica Constitución lograba llegar a tierras americanas, no tardarían en iniciarse las disputas políticas, terminando en una guerra civil. Patrick estaba en una situación muy delicada. El futuro de Estados Unidos estaba en manos de John y Patrick. Todavía no la habían leído pero iba a cambiar radicalmente el paradigma actual.

...continuará



domingo, 16 de julio de 2017

La sonrisa perdida

El teléfono espera una canción.
Nadie lo coge para no escuchar
ninguna versión. Tal vez, tu alma
morena, cambie la melodía, para
escuchar juntos la poesía de la
sonrisa perdida.


Túnica blanca sobre el mar


Túnica blanca sobre el mar, color canela refleja la arena.
Un niño buscando conchas, para decorar la palma de la
mano de la que será su madre. El mar se cansa, el mar
se enfurece dentro de su calma.

Los pies desnudos del
caminante es lo único que sobresale
de su mente, y de su anclaje. Nada tiene más que dar, sólo
el roce del agua con su andar. Mañana será domingo, o tal vez,
domingo de verdad, si la túnica blanca le reluce en su caminar.

Los peces callan, el pan deja de comerse por la mañana.
No hay sol porque no ha salido el calor de la primavera.
El mañana duerme, tarde o temprano, saldrá el verano, o tal vez,
el verano de verdad, con túnicas blancas dejando los pies descansar.

jueves, 29 de junio de 2017

Qué sé lo que es estar sin ti

No sé donde voy con tanta celeridad, ni Joaquín Sabina me sabe parar. Pero es así, la celeridad me come a mí. Escribo sin pensar, si la cola de mi gato me deja continuar. A él le gusta verme trabajar, y cada vez que activo mis sentidos, su cola no me deja en paz. Aún así actúo con celeridad, pues mi cuerpo y mi mente no me dejan descansar.

El tiempo misteriosamente desaparece en mi casa, nadie sabe donde va, ni él mismo encuentra su lugar, cuando las horas me comen sin saber realmente qué es lo que he llegado hacer. El tiempo en mi casa es un pozo sin fondo, se esconde, para luego aparecer de la nada. No existe y de repente me da la espalda cuando llego tarde a tu casa.

Tarde o temprano algo debería pasar, olas engangrenadas, anclajes revueltos de callampas al viento. Hongos que dicen la verdad, setas que transpiran tu sudor porque no saben donde van. Es curioso estos boletus de la suerte, que maldicen tu pasado si no encuentran su camino en él marcado.

Pero sube el perenne, per-enne, marcado por el rictus mórbido de la suculencia de la más apetitosa vida. Vida que sube y baja al ritmo de sus machacados latidos. De repente está arriba, y cuando te descuidas baja, sin motivo alguno, porque el placer unido con la hambruna de la ansiedad, juega un papel marco en las recónditas madreselvas, dónde se esconden las Agaricales como perlas en la sombra de tu maleza.

Qué quiero ver tu sol en tierra de guerra, que mis zapatos me lleven limpia al barrizal de las balas perdidas que no matan a los amantes que se ocultan en la oscuridad. Qué quiero coger los barrotes de una cárcel de Turquía o Afganistán, mientras tu coges mi cintura por detrás. Qué quiero que te tumbes sobre mí para besarme los ojos en un campo de refugiados mientras nos protege la ONU. Qué todos debemos de salir del armario con orgullo o con la templanza de la bomba que caerá. Qué se lo que es ser amante de ti y de la soledad. Qué ser lo que es pasar hambre de ti y  de la soledad, Qué se lo que es ser nada de ti y de la soledad. Qué sé lo que es esconderme de ti y de la soledad, sociedad bien marcada. Qué sé cómo suena el aplauso rotundo del que me odia, y el apedreo del que me ama.



Y es así, cómo una se concentra antes de escribir, escribiendo lo primero que le viene a la mente. Mente peligrosa o de verdad, que sin ser sincera no oculta mentira alguna del desprecio hacia la escasez de la vida. Vida que da juego a un tablero de pañuelo entero, que tú utilizas si no escondes la mano para escribir mis líneas, que inundan mi ascensor

Y es que todo es relativo, y eso es lo único que se puede demostrar, para que deje de existir toda congruencia, y poner en juego aquél tablero. Y es que la vida es corta o larga, según se mire, pues los días de orgullo son para vivirlos o por lo menos para sentirlos. Qué no pongan en juego a los refugiados de lo que puede ser real, que yo quiero vivir aquí, en Siria y en el más allá.

sábado, 17 de junio de 2017

OTRO LOBO ROJO ATACA



Ayer me encontré un lobo, era pequeño,
de color rojo. Lo metí en mi bolsillo, y el
muy sinvergüenza se quedó durmiendo conmigo,
toda la noche, hasta que me despertó su suspiro.

Me habla todos los días. Yo le acaricio, y acerco mi
boca para besarlo, mis sentidos se nublan, y es entonces
cuando le hablo, hasta que me hace callar con su
silencio.

Mañana hace ya diez años que estamos juntos. Él
cada día más pequeño, porque mis palabras lo
envuelven en la aureola de la intransigencia del
que tiene el poder para su carga.

Sé que hoy hemos compartido prácticamente una
vida juntos, pero sin darme cuenta, ha hecho de
mis ojos visión de grafeno, que me impiden ser
persona y piel al mismo tiempo.

Dentro de un tiempo será mi entierro, pues he
vivido en la jungla del tiempo, junto con mi
lobo hambriento. Me ha despedazado cruelmente
sin que  ni someramente yo lo haya apreciado.



Mi boca sangra, mis oídos zozobran sin tímpano.
Ya no hay lengua, ni lenguaje, en el escritorio de
la pluma de su samblaje. Ha arrancado mi sentido,
recubriéndolo con dovelas en la sima de su locura.

Y será entonces cuando el peligro aceche sin dueño,
poniendo carteles de ¡cuidado, se ha escapado de nuestros
oídos otro lobo hambriento, y anda suelto! ¡Escóndanse
en lugares seguros, pues ataca cuando ustedes se quedan durmiendo!.

Y será entonces cuando se vaya con cualquier alma
extranjera, para vivir de nuestro cuento, pues
él es un teléfono móvil libre a los cuatro vientos, despierto
y muerto, pues a la inteligencia ya se le empieza a quedar pequeño.




sábado, 10 de junio de 2017

Qué mañana no es tarde

En algún rincón de mi país, un niño
soltó un globo amarillo de plástico.
No fue a parar a la mar, tan ilógicamente
acabó cerca de mis pies, cuando yo me
dispuse a andar. 

Ni desinflado pudò parar ya de rodar, 
pues el viento lo llevó a ese horizonte dónde 
no existen ni manos ni pies, que lo puedan sujetar.

Barcos hundidos, la historia en curso, valles
perdidos, mareas sin sentido, nace un nuevo
día, pero sigue en mis pies ese plástico amarillo.


No creas que dudo, que Dios existe en mí, 
y en mi voluntad, para que haya una libertad,
qué mañana no es tarde para volver a empezar.

No te apures, que un Rey dará cuenta, de que sí
es verdad de que existe una paz, y está al llegar,
qué mañana no es tarde para volver a empezar.








domingo, 28 de mayo de 2017

EL PEZ Y EL PODER


Hay una cueva cuya pared de
piedra tiene dibujado un pez.
Tú cómo poder lo querrás coger.
Ten cuidado pues el pez en piedra
te querrá comer. Aléjate de la cueva
si no quieres convertirte en fría roca, pues
necesitas alma para saldar la historia.

LA PALOMA DE ALBERTI




Han soltado una nueva paloma.
Alberti nos la ha dejado escapar
desde su tumba, para que Lorca
recobrara su alma desde su angosta
angustia, fosa de tierra y cal, y
preludio de lluvia.








Vuela la paloma, pero esta vez no está
equivocada, se va lejos de España,
para llegar a África, pues Cádiz,
sigue cómo hermana pérdida, atenta a
la nueva llegada de mareas humanas.

Vuela la paloma, pero esta vez no está
equivocada. Sus alas recorren guerras
con tu falda mojada, por estar seca tu
blusa, por reír el norte, cuando está
muerto un Sur de cálidas orillas, por ver
morir a sus hombres de rodillas.

Qué no detengan la paloma, qué Alberti
sabe lo que hace, pues Lorca lo ayuda
para recobrar la cordura, ya que Hernández
le da la mano, para que no vuelva, ni
en recuerdos, el desasosiego pasado, pues
es tiempo de Sur, Norte y de su halado.

domingo, 21 de mayo de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. IX


CAPÍTULO IX

EL TÉ




-Existe un proverbio procedente de la isla Guadalupe qué dice que, si miras a un salvaje de reojo es azotarle, y azotarle es matarle, sin embargo si azotas a un negro es alimentarle. No os parece totalmente...

De repente entré yo en la sala, y todo quedó en silencio. En un silencio incómodo. Había escuchado esta última frase justamente antes de entrar en ella, pero no sabía quién la había pronunciado, pero sí que me percaté de que Mary estaba sirviendo el té, en ese mismo instante. Los ojos de Mary se cristalizaron en ese mismo momento, estaban a punto de romperse en mil pedazos,  hizo el ademán de pararse, y después se dirigió hacia mí, me miró con un gesto de odio inusual en ella. Claudia que estaba a mi lado, fue muy hábil, se acercó a ella y le dijo a Mary en voz baja:

- No hagas mohines de esclava ofendida y sigue con tu trabajo.

Mary bajó la mirada, pero esta vez con un gesto de obediencia y se dirigió hacia la mujer de cabellos pelirrojos, que ciertamente estaba a mi izquierda, cómo bien me había indicado Claudia un momento antes, y le sirvió el té, de tal forma, que parecía que todo ese gran silencio, que de repente, de una manera absurda, se había producido en la sala, puesto no hay peor remedio para la incoherencia, que una nada complacencia a través del insonoro viento, se había convertido en el té que ahora mismo se derramaba sobre la taza de aquella mujer, para que lo saboreara a través de un sorbido lánguido, y así hacer callar su inoportuna boca.

Enseguida me percaté de que ese té acabaría derramándose también en el suelo, puesto que Mary no apartaba su mirada de los ojos de aquella mujer, por lo que de una manera espontánea, mi cerebro empezó a cobrar vida propia, por lo que sin yo misma esperarlo, me acerqué a esa joven señora de cabellos rojos, y dándole un pequeño, leve y cariñoso azote en las partes bajas de sus prominentes caderas, le unté suavemente y con cierta picaresca inocente española la mano con la que ella sostenía su taza, con el chocolate caliente que había en la fuente de plata, que estaba justo a su derecha, sobre una mesita de gran altura auxiliar, diciéndole:

- Ya estás azotada, por lo que no veo necesidad de que Mary  te traiga el Crumble de manzana.

Claudia giró la cabeza hacía mí sorprendida, y con un gesto de angustia, que sólo ella y yo pudimos reconocer, se tapó delicadamente, cómo suelen hacer las damas de la alta sociedad, la boca con una mano, con la palma mirando hacía mí. Se produjo otro gran silencio, hasta que una de ellas exclamó en voz alta: ¡Ah, Julie!

Y antes de que ésta señora terminara de gritar su nombre, Julie soltó una gran carcajada.

-¡ Ja, ja, ja! Por fin, una mujer de verdad, ¿pero dónde estabas metida tú? Se dirigió a Claudia, limpiándose la mano con una servilleta que justo antes había cogido de la misma mesa auxiliar, y le dijo: -Encantadora, es encantadora.-



Todas quedaron sorprendidas.

-Sí... Por favor Mary, ahora que no soy negra, ¿puedes traer ese Cumble?

Se dirigió a mí y me dijo: -Soy Julie, y me parece totalmente despreciable la afirmación que he dicho antes, tal vez, la manumisión evitaría conflictos cómo el que acabamos de tener tú y yo.-

-¡Ten cuidado, Julie! Sabes que hay ciertos temas que son delicados... nuestros maridos no deben enterarse nunca de que nosotras hablamos de política.

-No te preocupes Claudia, sé lo que me hago. Y ahora por favor, nos puedes presentar a esta señora.

-Sí claro. Julie te presento a Lalyam la esposa de Patrick.

-¿De Patrick? No me lo puedo creer, llevaba tiempo sin verle, pero esto no me lo esperaba. ¿Ha pasado algo más en estos dos años de mi ausencia en los que yo he estado en Francia?

-Sí, cariño, algunas cosas más...pero ya te iremos contando querida.

Julie se acercó a mí y me dijo: -me alegro mucho de que estés aquí-y extendió el brazo para estrecharme la mano. ¿Pareces extranjera? ¿de dónde eres?

-Soy de Norfolk, Virginia. Aunque tengo raíces españolas.

-¿Estás emparentada con los Jefferson?

-Sí, claro. Tienes rasgos similares ¿verdad? Julie, también yo me he dado cuenta. Dijo Claudia tragando saliva. Ésta incómoda enseguida cambió de tema de conversación-Vamos queridas, vamos... ¡me han traído unas sedas procedentes de Holanda preciosas! mi marido dijo algo de la VOC, no sé...creo que es algún negocio más de los suyos.

Julie nuevamente se acercó a Eulalia y le dijo:

-Mañana quiero que vengas a mi casa, es la más popular de esta zona. Me has caído bien Lalyam. Además tienes menos de cuarenta, con eso me es suficiente.  Habrás podido comprobar que nuestro círculo es muy reducido, y esa circunstancia no es casual, Lalyam. Mi prometido Peter es pupilo de John Ferry. Nos vamos a casar dentro de dos meses, querida. Estás invitada. Escúchame bien, no te conozco, pero este círculo se compone de seis familias, y tú ya formas parte de una de ellas. Conozco a Claudia, ha visto algo especial en ti. No la defraudes. Gracias a ella yo conocí a Peter. Me obligó a mentir sobre mi edad, Peter es más joven que yo. Un escándalo, si alguien más se entera. Necesito alguien de confianza Lalyam, estoy muy sola aquí, y con la carta de presentación de Claudia, me sobra para que seas tú esa persona. Tú decides. Quiero prevenirte no obstante sobre Claudia, te darás cuenta enseguida que es muy cariñosa con nosotras. Déjate querer. No es peligrosa.

Asentí con la cabeza, y me pasé toda la tarde ayudando a aquellas mujeres a elegir las telas que cada una había traído para empezar a confeccionar los vestidos para la boda de Julie. Ésta estaba esplendida y sonriente. Contaba con unos veintidós años de edad, su cuerpo semejaba la figura de un tazón chino de la dinastía Ding. Según Claudia, siempre llevaba vestidos de colores muy llamativos. Julie tenía la cara delgada y unas caderas prominentes, era de tez muy blanca, y de elocuaz palabra. Cualquier hombre se hubiera enamorado de ella, y Claudia lo sabía. Yo aproveché todos los conocimientos que mi madre me había transmitido a través de los años con sus bordados y costuras. Sus bordados eran famosos en la alta sociedad española de México. Las españolas en general eran buenas con el bordado, los encajes y los bolillos. Se quedaron sorprendidas por lo bien qué supe elegir para ellas las telas, y por cómo las orientaba para confeccionar sus vestidos. Sabía proyectar la futura imagen de un vestido, y ésto, no era fácil para cualquiera. Estaban encantadas, de qué por fin, alguien tuviera buen gusto.

Al llegar la noche, cuando ya todas se habían ido de la casa, me quedé sola durante una media hora, reflexionando sobre aquellas cinco mujeres. Ciertamente me habían dado su aprobación, a pesar de que no probé el té que había traído expresamente de Inglaterra una de ellas para aquel momento. No me explicaba cómo podía estar tan malo eso que ellas llamaban té, menos mal que obligué a Mary hacer chocolate caliente. Después con el tiempo, terminó por gustarme. Me dediqué aquella tarde simplemente a observar, servir y asentir. -Fue un éxito el primer encuentro-, pensaba para mí misma. Después llegó Claudia con los niños. Éstos estaban agotados. Claudia estaba ciertamente sorprendida.

-Querida, si eres lista sabrás lo que te conviene. Haz lo que yo te diga, y llegarás lejos. Por cierto tengo noticias de Patrick y tu padre. Tu padre realmente reside en otro lugar, que ya te enseñaremos, muy cerquita de aquí. De él dijimos que era viudo y que tenía cómo hijo a Ignacio. Ignacio tiene ciertos rasgos indígenas. Tú padre quedó sorprendido según iba creciendo Ignacio. Tú padre es una persona muy querida para nosotras, nos ha hecho grandes favores. Se merece una calmada vejez. Mañana te presentaré a las otras mujeres, pero éstas, querida, no son tan influyentes, pertenecen a otro círculo, los de los comerciantes.

A la mañana siguiente, después de que los niños se fueran al colegio, me dirigí a ver a Julie. Le tuve que comentar que era viuda. Claudia y yo establecimos un guión que poco a poco íbamos desarrollando. Julie estaba llena de vida. Estaba ansiosa porque Peter iba a venir dentro de dos mes para terminar de organizar la boda. Vendrían personas muy influyentes relacionadas con los negocios y la política. Julie estaba radiante. Me enseñó su futura casa, y todos los libros que había traído de Francia. Por un momento, estuve a punto de llorar de alegría, pues  me había olvidado de que en los Estados Confederados de Ámerica del Norte no existía la Inquisición.


Julie provenía de una familia humilde inglesa. A la edad de quince años, sus padres murieron. Sin padres, ni hermanos, su mundo fue difícil. La metieron a servir en una casa de unos ricos irlandeses, hasta que por casualidad conoció a Claudia que enseguida la adoptó, por lo que Julie, tuvo una educación exquisita. Ésta no era tan distinta a la mía, gracias a la mentalidad de mi padre. En España las mujeres de la alta sociedad también contaban con una buena formación, y sobretodo  nos proporcionaban los recursos suficientes para ser el apoyo leal y fuerte de nuestros maridos. Sin embargo, para aquellas mujeres y aquellos hijos que no eran fuertes, el propio marido, incluso el  padre, les marcaba un destino totalmente distinto: un convento, para las que tenían maridos más condescendientes o la muerte para los maridos más exigentes. Era una práctica muy habitual del viejo Continente.

Aunque sí se podía apreciar una diferencia notable entre ella y yo... Julie poseía esa aureola de libertad en sus gestos, ademanes y expresiones que yo jamás pude sentir  hasta entonces en mis adentros. Yo era valiente y me aventuraba a escondidas en ciertas empresas, como leer para poder pensar por mí misma, pero jamás lo hubiera manifestado en público. Sin embargo Julie, no se podía describir sin sus actos espontáneos de libertad. Las dos nos parecíamos, por lo que estaba segura de que nos íbamos a llevar muy bien.

Por la tarde conocí al resto de mujeres que componían el círculo de la vida de Claudia. No tuve problemas, es más, incluso intentaban imitar mi acento.

Pasó un mes, de idas y venidas con Julie para organizar la boda, hasta que por fin vino Peter. Un joven de pelo castaño muy atractivo. Peter contaba también con una educación excelente. Tuve un protagonismo inusual, para ser una persona tan desconocida para ellos. Pero el ser amiga de Claudia te abría muchas puertas. Todas las semanas nos juntábamos en la casa de Claudia las seis mujeres. Al principio simplemente eran amables conmigo, después algo más cariñosas, pero en la última reunión, empezaron hablar en clave entre ellas, con un tono de cierta ironía. Me extrañé muchísimo. La señora Sleider estaba angustiada. Era una mujer de unos cincuenta y ocho años de edad, pero muy bien conservada. Se puso a hablar, lo único que pude entender fue, que había que aprovechar la coyuntura para recuperar la dignidad perdida en Francia.

Julie, una tarde me hizo llamar para que fuera urgentemente a su casa.

-Claudia quiere trasladarse a vivir a Filadelfia después de la boda, para estar más cerca del poder, o de su marido, o tal vez de otras jovencitas, qué se yo. Lalyam, escúchame quiere que tú vayas con ella. Ten cuidado, Filadelfia no es Wilmington. Tus hijos tendrán más oportunidades, son listos, se han adaptado muy bien. Su educación será cada vez más exigente. Tienes algo que a ella le gusta Lalyam. A mí me hizo amante de Jean Paul Marat, la muy...ah! La verdad, es que era muy buen amante- hizo un gesto con cierta picardía-, y poseía gran información. Peter no lo sabe. No tiene porqué saberlo, porque cuando ocurrió todavía no estábamos comprometidos, Claudia se aseguró de eso. Aunque he de reconocer, que estoy algo preocupada, me han comentado las cotorras de esta ciudad, que él frecuenta ciertos lugares de escasa reputación. Hay que saber hacer felices a los hombres, Lalyam, para que nos dejen ser felices a nosotras.

-¡Qué dices Julie! 

-¡Nada! es mejor que te vayas.


Me dirigí hacia la casa de Patrick. Estando ya en la puerta, escuché varias voces masculinas. Provenían del salón. Entré y me quedé mirando a Mary, las voces cada vez se hacían más reconocibles...

-Washington quiere recuperar Lusiana. Además han venido expertos para repoblar ciertas tierras incultas. Tenemos la obligación de ayudarles, a cambio España obtendría un apoyo indirecto en su lucha contra el contrabando...

-¡Patrick has vuelto! Estás más delgado.

-Querida Lalyam, -se dirigió hacia ella para cogerle las manos- estoy al corriente de todo -Patrick se quedó absorto mirando su cara. !Ah! qué despiste, perdona John. Lalyam este es John Waldern un amigo personal de Jefferson.

-Encantada.

-Lalyam, siéntate tengo que comentarte algo. Al sentarse ella él prosiguió. Lalyam tu padre está arriba, está muy enfermo. Quiere hablar contigo, creo que es urgente. -Patrick puso un gesto serio.-

Me quedé mirándolo fijamente con cara de preocupación y sin mediar palabra me dirigí hacia la habitación dónde estaba mi padre. Al llegar a ella, me quedé esperando en el umbral de la puerta. Parecía tan cansado. Intuía qué algo iba a cambiar en mi vida. Por mi madre sabía que los moribundos son de esas clases de personas que no se pueden tener nada callado. La vida no podía confiar en ellos, pues les daba por contar sus idas y venidas. ¡Pobre vida! -pensé yo- intentando siempre hacerse camino luchando contra la muerte, sin que nadie lo aprecie, para que al final de su trayecto llegue su moribundo y desvele todos sus secretos, aquellos que precisamente le han hecho seguir viviendo. 

Quería muchísimo a mi padre, pero la vida me había hecho ser insensible a la muerte. Pareciérase que yo no quería formar parte de esa escena, puesto que para mí la escena principal estaba en la habitación de Patrick.

-Eulalia, quiero decirte algo. Sabes bien qué naciste en España. Tú madre y yo queríamos que fueras española, para que tuvieras más oportunidades a la hora de elegir marido. No pudimos tener más hijos, a mí me hubiera gustado. Eulalia no eres hija mía...quiero que entiendas...que yo...

Me senté con una frialdad pasmosa al lado suyo y le callé la boca, supuse lo que iba a decirme y quise ahorrárselo, ya lo había vivido antes con la muerte de mi madre. Ella intentó contármelo, pero fue cobarde y no pudo. Mi padre era un caballero leal y justo. Un hombre bueno, por lo menos para los ojos míos. Siempre había confiado en su palabra. No era el único caso, generalmente las familias con un solo hijo eran motivo de comentarios. Vivía en una sociedad de hijos bastardos expulsados, de hijos legales que no les correspondían serlo, de queridas, y por qué no decirlo también de queridos. Todos los días era una escena de continuos cambios ocultos. Un día eras la protagonista, y al día siguiente dabas gracias si la vida te había dado un papel secundario. Ciertamente lo sospechaba. Era lo normal en esa clase de vida en la que yo me desenvolvía. Todos lo intuíamos. Nadie se atrevió a decírmelo directamente, pero las alcahuetas también forman parte desde una edad muy temprana, de esa cierta especie moribundos que tardan años en encontrar su rumbo, por lo que ciertos comentarios llegaron a mis oídos.

Me dirigí hacia mi cuarto cuando logré dormir a mi padre, estaba apenada, pero me había acostumbrado a no mirar hacia atrás. En él estaban mis hijos, sin darme tiempo a acercarme a ellos, Álvaro me dijo:

-Mamá, ¿por qué tienes todos estos muñecos aquí guardados?








HE VISTO TU BARCA



Santuario de Nosa Señora da Barca

Hoy he visto tu barca, la echabas a navegar
en el río que nos separa. Mi cara se llenó de
alegría, pues llevaba esperándote una vida más un
día.

Mi prima me prestó su bonito pelo negro, para
que yo me lo pusiera, y me peinara delante de
tu espejo, y así hacer nuestro tiempo, para que tú me cruzaras,
mientras yo te espero descalza, en nuestra vieja silla mojada, con mis piernas cruzadas.




Quise pedir ayuda, para hacerme sirena y cruzar juntos
el río, para encontrarnos a mitad de nuestro camino. Pero esas dos
mujeres, me cortaron mis largos cabellos prestados, delante
de tu espejo, por lo que ya no puedo, ser sirena sin antes no esperarte.


Ya no estoy tan bonita como antes, además sigo descalza,
pero te he visto por mi ventana remar, ya cerca de mi casa.
Sentada en la silla te espero con mi corto pelo.
Ya no puedo darte flor, tan sólo esa palabra, con la que
jugábamos los dos: Amor








LA GITANA







Máma mirá aquella señora,
no hace caso de su reloj.
Déjalo hijo, qué su reloj
será cosa mía, por burlarse
del tiempo gitano con esa camisa.

Le rajé las ruedas de su coche con mi navaja,
no lo niego, el coche todos los días la llevaba
a su trabajo, y la muy cretina, se reía porque
sin cuidarlo ahí seguía estacionado, cuando a ella
ya no le quedaba más horario. Pero señora, ¡dales las
llaves a otra conductora! ¡qué necesite trabajar,
para que en esta plaza siga yo con mi bailar!

Se quejaba de que iba despacio, la muy soplona.
¡Usted no me va a mirar a mí más de reojo!
Cuándo usted pase por esta plaza, sin su coche,
y sin su reloj, le prometo que no tendrá tiempo
para echar un vistazo de desprecio a lo que no forma
parte de su alrededor.

Y ahora, cómprese usted otro coche, qué el
que usted no ha querido por despreciarlo,
es bueno para mi y mi espacio. Qué quiero
traer con él al mundo a otro gitano, fuerte y sano.
Le cambiaré las ruedas, aunque sé que no le
he hecho daño, pero usted no se ríe más de él,
por tenerlo estacionado.

Y a esa señor que cruza despacio la fuente,
usted me lo ha vestido de gris, por hacerle
lo mismo que a mí. No sé preocupe, qué las
leyes gitanas, hablarán por mí. Qué el tiempo
qué tanto desprecia sea su justiciero, por seguir
llevando esa camisa, y por no tenerle respeto a ese
señor que un buen día le ayudó.

EL GITANO






Pápa mirá aquel señor,
no hace caso de su reloj.
Déjalo hija, qué su reloj
será cosa mía, por burlarse
del tiempo gitano con esa camisa.

Le rajé las ruedas de su coche con mi navaja,
no lo niego, el coche todos los días lo llevaba
a su trabajo, y el muy cretino, se reía porque
sin cuidarlo ahí seguía estacionado, cuando a él
ya no le quedaba más horario. Pero señor, ¡dales las
llaves a otro conductor! ¡qué necesite trabajar,
para que en esta plaza siga yo con mi bailar!

Se quejaba de que iba despacio, el muy soplón.
¡Usted no me va a mirar a mí más de reojo!
Cuándo usted pase por esta plaza, sin su coche,
y sin su reloj, le prometo que no tendrá tiempo
para echar un vistazo de desprecio a lo que no forma
parte de su alrededor.

Y ahora, cómprese usted otro coche, qué el
que usted no ha querido por despreciarlo,
es bueno para mi y mi espacio. Qué quiero
traer con él al mundo a otro gitano, fuerte y sano.
Le cambiaré las ruedas, aunque sé que no le
he hecho daño, pero usted no se ríe más de él,
por tenerlo estacionado.

Y a esa señorita que cruza despacio la fuente,
usted me la ha vestido de gris, por hacerle
lo mismo que a mí. No sé preocupe, qué las
leyes gitanas, hablarán por mí. Qué el tiempo
qué tanto desprecia sea su justiciero, por seguir
llevando esa camisa, y por no tenerle respeto a esa
señorita.

miércoles, 17 de mayo de 2017

TRES CULTURAS: CONCHAS, CADENAS Y RAMAS

Una Torre es sujetada por una cadena
y una rama. Paralelamente se disputan,
no el espacio que le es dado, pues saben
que siempre se va a conjugar en el mismo ancho,
sino, la presencia del esfuerzo olvidado por
el tiempo y nuestro recuerdo.

Cómo un abrazo roto, esperan cualquier
acontecimiento, ya sea, el llanto de un
niño pequeño, o la nota musical que
transporta el viento.

A veces, miran al suelo. La rama intenta hacer
un agujero, el mineral cómo ya los lleva dentro,
intenta construir un puente bajo los pies de
nuestro centro.



La lucha es impiedosa con el desgaste de los siglos
que han visto su linaje, sin embargo, se respeta
su silencio, para intentar acallar las bocas, que
sin quererlo erosionan sus férreos estamentos.

Las sombras son sus armas. La rama dibuja
caras, y la cadena espadas, para cortarles el
alma, si se quedan ciegas por la luz negra
de nuestras miradas.

Dos conchas son sus damas, que separan,
su noche de la madrugada. Las protegen
de la lluvia, del viento y de su propio
infierno.

La rama rebosa sabia, la cadena inerte, toma
vida por su suerte, por su hierro, y por no
envidiar las raíces de la rama, que nacen de su
propio suelo. Las dos son elegantes en
sus disfraces. Una por su follaje, y la otra
por saber construir fuertes enlaces.

Una rama y una cadena se disputan, una
pregunta, ¿quién de las dos tiene más fuerza
ante los ojos de Dios para amarrar tres
culturas? La rama por salvaje, o la cadena por su viraje.



(sabia, sabiduría)

sábado, 6 de mayo de 2017

FELIZ DÍA DE LA MADRE



-Mamá
-¿Qué?
-Te quiero
-Pero, por qué me lo dices llorando, y... ¿por qué me has despertado? son las dos de la mañana. Acuéstate, ¡venga!
-De acuerdo, pero espero que esta tarde, no se te olvide. 
-No te preocupes, que no se me va a olvidar, sobretodo si no logro volver a dormirme esta noche.

Gírate, el pasillo es largo, y el recuerdo de la cara de mi madre es todavía sincero. Tengo sesenta años y ella ochenta... Tengo treinta años y ella cincuenta...Tengo quince años y ella treinta y cinco...Tengo ocho años y ella veintiocho. Acabo de nacer, y madre todavía en su seno se siente sólo una niña, una hija, una mujer.

Quiero a mi madre. A veces, la sorprendo con algún regalo. Otras veces, simplemente tengo ciertas atenciones que le hacen brillar el alma. Y en ocasiones, cuando estoy en la profundidad de mi soledad, me encuentro otra vez con su recuerdo en mi mirada.

He repetido a lo largo de mi vida, aún yo sin pretenderlo, sus gestos, sus palabras, sus pensamientos. Soy su mejor mimo, y os puedo asegurar, que el imitarla, es un hecho, el cuál, nunca he podido ensayar.

Todavía guarda mi cordón para atármelo en todos los días de mis cumpleaños. Todavía me llama preocupada, sino escucha mi respiración un fin de semana. Todavía guarda mi manta para arrullarme en la distancia cada mañana.



En la sombra dibujo tus palmas,
parecen palomas marcando las horas.
Me arrancan sonrisas, y bailan con el
sentimiento del primer beso. 
Después juegan con las olas para 
estrellarse en la cuerda de mis recuerdos.

A veces levanto muros, para que arañes
sus paredes. Otras, sin embargo, eres tú
quién los construye, para que no te pueda
ver. Con suerte, la mayoría de veces,
esos muros que construyes, son de papel,
para que mis palabras, los puedan deshacer.

Hay magia en tu ser, que hace que yo
pueda crecer. No sé cómo lo haces,
pero cada vez, que te busco, te encuentro,
aunque sea fuera de nuestro tiesto, y no
estemos rociadas de incienso.

Me limpiabas mis costras, me lavabas
las roñas de mis piernas y orejas, con alcohol y romero,
sino mal recuerdo, aún así, salías cada tarde a la plazoleta,
para al día siguiente, volverme a limpiar
y sanar con el mismo esmero.

Nuestras vidas son un conjunto de
carreras, un conjunto de bailes,
un conjunto de vuelos,
un conjunto de sueños. Muchas veces,
nos hemos peleado por el mismo hombre,
pero siempre has ganado tú, pues era contigo
con quien se acostaba cada noche.

Él te quiere cómo yo te quiero, el te ama cómo
yo te pretendo. Él te mira, cómo yo te observo.
Y mañana, los dos, te lo recordaremos.



Por fin, he recorrido ese pasillo, que siempre nos distancia. Ya he llegado a mi habitación, me he quedado absorta en mis pensamientos, jamás pensé que pudiera volar sobre él, y no saber lo que pudiera estar haciendo. Tantos años andando sobre él, y en realidad, ahora mismo, lo único que recuerdo, es un TE QUIERO, los demás recuerdos, buenos y malos, se han disipado por el tiempo, o tal vez, por el viento.


Esta tarde tengo que llevarla a una residencia...Esta tarde tengo que llevarla al hospital. Esta tarde tengo que dejarla sola con mis problemas... esta tarde le tengo que decir que mañana me voy de casa...esta tarde le tengo que decir que he roto la lámpara... esta tarde la tendré que desgarrar para poder nacer de entre sus entrañas... sinceramente esta tarde espero que valga para algo, el te quiero de esta mañana.

Mañana le daré un beso para recordarle qué no está sola... mañana le tengo que decir qué va a ser abuela... mañana le tengo que decir que he encontrado trabajo... mañana le tengo que decir que he aprobado... mañana le tengo que decir qué ya sé contar las horas...mañana, pase lo que pase, quiero pensar que la voy a poder querer igual.



Mi madre es mágica, porque aunque pasen los años, sus cachetes me siguen haciendo el mismo daño, y porque su risa no ha cambiado, cuando a mí todavía, eso, me causa enfado.☺😍😍☺


(A todas las madres, aún cuando no hayan parido, aún cuando no me hayan parido, aún cuando sean una ciudad, o simplemente una Tierra)

(Mi agradecimiento a Willian Forsythe)
(Mi agradecimiento a la Compañía Nacional de Danza)