domingo, 21 de mayo de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. IX


CAPÍTULO IX

EL TÉ




-Existe un proverbio procedente de la isla Guadalupe qué dice que, si miras a un salvaje de reojo es azotarle, y azotarle es matarle, sin embargo si azotas a un negro es alimentarle. No os parece totalmente...

De repente entré yo en la sala, y todo quedó en silencio. En un silencio incómodo. Había escuchado esta última frase justamente antes de entrar en ella, pero no sabía quién la había pronunciado, pero sí que me percaté de que Mary estaba sirviendo el té, en ese mismo instante. Los ojos de Mary se cristalizaron en ese mismo momento, estaban a punto de romperse en mil pedazos,  hizo el ademán de pararse, y después se dirigió hacia mí, me miró con un gesto de odio inusual en ella. Claudia que estaba a mi lado, fue muy hábil, se acercó a ella y le dijo a Mary en voz baja:

- No hagas mohines de esclava ofendida y sigue con tu trabajo.

Mary bajó la mirada, pero esta vez con un gesto de obediencia y se dirigió hacia la mujer de cabellos pelirrojos, que ciertamente estaba a mi izquierda, cómo bien me había indicado Claudia un momento antes, y le sirvió el té, de tal forma, que parecía que todo ese gran silencio, que de repente, de una manera absurda, se había producido en la sala, puesto no hay peor remedio para la incoherencia, que una nada complacencia a través del insonoro viento, se había convertido en el té que ahora mismo se derramaba sobre la taza de aquella mujer, para que lo saboreara a través de un sorbido lánguido, y así hacer callar su inoportuna boca.

Enseguida me percaté de que ese té acabaría derramándose también en el suelo, puesto que Mary no apartaba su mirada de los ojos de aquella mujer, por lo que de una manera espontánea, mi cerebro empezó a cobrar vida propia, por lo que sin yo misma esperarlo, me acerqué a esa joven señora de cabellos rojos, y dándole un pequeño, leve y cariñoso azote en las partes bajas de sus prominentes caderas, le unté suavemente y con cierta picaresca inocente española la mano con la que ella sostenía su taza, con el chocolate caliente que había en la fuente de plata, que estaba justo a su derecha, sobre una mesita de gran altura auxiliar, diciéndole:

- Ya estás azotada, por lo que no veo necesidad de que Mary  te traiga el Crumble de manzana.

Claudia giró la cabeza hacía mí sorprendida, y con un gesto de angustia, que sólo ella y yo pudimos reconocer, se tapó delicadamente, cómo suelen hacer las damas de la alta sociedad, la boca con una mano, con la palma mirando hacía mí. Se produjo otro gran silencio, hasta que una de ellas exclamó en voz alta: ¡Ah, Julie!

Y antes de que ésta señora terminara de gritar su nombre, Julie soltó una gran carcajada.

-¡ Ja, ja, ja! Por fin, una mujer de verdad, ¿pero dónde estabas metida tú? Se dirigió a Claudia, limpiándose la mano con una servilleta que justo antes había cogido de la misma mesa auxiliar, y le dijo: -Encantadora, es encantadora.-



Todas quedaron sorprendidas.

-Sí... Por favor Mary, ahora que no soy negra, ¿puedes traer ese Cumble?

Se dirigió a mí y me dijo: -Soy Julie, y me parece totalmente despreciable la afirmación que he dicho antes, tal vez, la manumisión evitaría conflictos cómo el que acabamos de tener tú y yo.-

-¡Ten cuidado, Julie! Sabes que hay ciertos temas que son delicados... nuestros maridos no deben enterarse nunca de que nosotras hablamos de política.

-No te preocupes Claudia, sé lo que me hago. Y ahora por favor, nos puedes presentar a esta señora.

-Sí claro. Julie te presento a Lalyam la esposa de Patrick.

-¿De Patrick? No me lo puedo creer, llevaba tiempo sin verle, pero esto no me lo esperaba. ¿Ha pasado algo más en estos dos años de mi ausencia en los que yo he estado en Francia?

-Sí, cariño, algunas cosas más...pero ya te iremos contando querida.

Julie se acercó a mí y me dijo: -me alegro mucho de que estés aquí-y extendió el brazo para estrecharme la mano. ¿Pareces extranjera? ¿de dónde eres?

-Soy de Norfolk, Virginia. Aunque tengo raíces españolas.

-¿Estás emparentada con los Jefferson?

-Sí, claro. Tienes rasgos similares ¿verdad? Julie, también yo me he dado cuenta. Dijo Claudia tragando saliva. Ésta incómoda enseguida cambió de tema de conversación-Vamos queridas, vamos... ¡me han traído unas sedas procedentes de Holanda preciosas! mi marido dijo algo de la VOC, no sé...creo que es algún negocio más de los suyos.

Julie nuevamente se acercó a Eulalia y le dijo:

-Mañana quiero que vengas a mi casa, es la más popular de esta zona. Me has caído bien Lalyam. Además tienes menos de cuarenta, con eso me es suficiente.  Habrás podido comprobar que nuestro círculo es muy reducido, y esa circunstancia no es casual, Lalyam. Mi prometido Peter es pupilo de John Ferry. Nos vamos a casar dentro de dos meses, querida. Estás invitada. Escúchame bien, no te conozco, pero este círculo se compone de seis familias, y tú ya formas parte de una de ellas. Conozco a Claudia, ha visto algo especial en ti. No la defraudes. Gracias a ella yo conocí a Peter. Me obligó a mentir sobre mi edad, Peter es más joven que yo. Un escándalo, si alguien más se entera. Necesito alguien de confianza Lalyam, estoy muy sola aquí, y con la carta de presentación de Claudia, me sobra para que seas tú esa persona. Tú decides. Quiero prevenirte no obstante sobre Claudia, te darás cuenta enseguida que es muy cariñosa con nosotras. Déjate querer. No es peligrosa.

Asentí con la cabeza, y me pasé toda la tarde ayudando a aquellas mujeres a elegir las telas que cada una había traído para empezar a confeccionar los vestidos para la boda de Julie. Ésta estaba esplendida y sonriente. Contaba con unos veintidós años de edad, su cuerpo semejaba la figura de un tazón chino de la dinastía Ding. Según Claudia, siempre llevaba vestidos de colores muy llamativos. Julie tenía la cara delgada y unas caderas prominentes, era de tez muy blanca, y de elocuaz palabra. Cualquier hombre se hubiera enamorado de ella, y Claudia lo sabía. Yo aproveché todos los conocimientos que mi madre me había transmitido a través de los años con sus bordados y costuras. Sus bordados eran famosos en la alta sociedad española de México. Las españolas en general eran buenas con el bordado, los encajes y los bolillos. Se quedaron sorprendidas por lo bien qué supe elegir para ellas las telas, y por cómo las orientaba para confeccionar sus vestidos. Sabía proyectar la futura imagen de un vestido, y ésto, no era fácil para cualquiera. Estaban encantadas, de qué por fin, alguien tuviera buen gusto.

Al llegar la noche, cuando ya todas se habían ido de la casa, me quedé sola durante una media hora, reflexionando sobre aquellas cinco mujeres. Ciertamente me habían dado su aprobación, a pesar de que no probé el té que había traído expresamente de Inglaterra una de ellas para aquel momento. No me explicaba cómo podía estar tan malo eso que ellas llamaban té, menos mal que obligué a Mary hacer chocolate caliente. Después con el tiempo, terminó por gustarme. Me dediqué aquella tarde simplemente a observar, servir y asentir. -Fue un éxito el primer encuentro-, pensaba para mí misma. Después llegó Claudia con los niños. Éstos estaban agotados. Claudia estaba ciertamente sorprendida.

-Querida, si eres lista sabrás lo que te conviene. Haz lo que yo te diga, y llegarás lejos. Por cierto tengo noticias de Patrick y tu padre. Tu padre realmente reside en otro lugar, que ya te enseñaremos, muy cerquita de aquí. De él dijimos que era viudo y que tenía cómo hijo a Ignacio. Ignacio tiene ciertos rasgos indígenas. Tú padre quedó sorprendido según iba creciendo Ignacio. Tú padre es una persona muy querida para nosotras, nos ha hecho grandes favores. Se merece una calmada vejez. Mañana te presentaré a las otras mujeres, pero éstas, querida, no son tan influyentes, pertenecen a otro círculo, los de los comerciantes.

A la mañana siguiente, después de que los niños se fueran al colegio, me dirigí a ver a Julie. Le tuve que comentar que era viuda. Claudia y yo establecimos un guión que poco a poco íbamos desarrollando. Julie estaba llena de vida. Estaba ansiosa porque Peter iba a venir dentro de dos mes para terminar de organizar la boda. Vendrían personas muy influyentes relacionadas con los negocios y la política. Julie estaba radiante. Me enseñó su futura casa, y todos los libros que había traído de Francia. Por un momento, estuve a punto de llorar de alegría, pues  me había olvidado de que en los Estados Confederados de Ámerica del Norte no existía la Inquisición.


Julie provenía de una familia humilde inglesa. A la edad de quince años, sus padres murieron. Sin padres, ni hermanos, su mundo fue difícil. La metieron a servir en una casa de unos ricos irlandeses, hasta que por casualidad conoció a Claudia que enseguida la adoptó, por lo que Julie, tuvo una educación exquisita. Ésta no era tan distinta a la mía, gracias a la mentalidad de mi padre. En España las mujeres de la alta sociedad también contaban con una buena formación, y sobretodo  nos proporcionaban los recursos suficientes para ser el apoyo leal y fuerte de nuestros maridos. Sin embargo, para aquellas mujeres y aquellos hijos que no eran fuertes, el propio marido, incluso el  padre, les marcaba un destino totalmente distinto: un convento, para las que tenían maridos más condescendientes o la muerte para los maridos más exigentes. Era una práctica muy habitual del viejo Continente.

Aunque sí se podía apreciar una diferencia notable entre ella y yo... Julie poseía esa aureola de libertad en sus gestos, ademanes y expresiones que yo jamás pude sentir  hasta entonces en mis adentros. Yo era valiente y me aventuraba a escondidas en ciertas empresas, como leer para poder pensar por mí misma, pero jamás lo hubiera manifestado en público. Sin embargo Julie, no se podía describir sin sus actos espontáneos de libertad. Las dos nos parecíamos, por lo que estaba segura de que nos íbamos a llevar muy bien.

Por la tarde conocí al resto de mujeres que componían el círculo de la vida de Claudia. No tuve problemas, es más, incluso intentaban imitar mi acento.

Pasó un mes, de idas y venidas con Julie para organizar la boda, hasta que por fin vino Peter. Un joven de pelo castaño muy atractivo. Peter contaba también con una educación excelente. Tuve un protagonismo inusual, para ser una persona tan desconocida para ellos. Pero el ser amiga de Claudia te abría muchas puertas. Todas las semanas nos juntábamos en la casa de Claudia las seis mujeres. Al principio simplemente eran amables conmigo, después algo más cariñosas, pero en la última reunión, empezaron hablar en clave entre ellas, con un tono de cierta ironía. Me extrañé muchísimo. La señora Sleider estaba angustiada. Era una mujer de unos cincuenta y ocho años de edad, pero muy bien conservada. Se puso a hablar, lo único que pude entender fue, que había que aprovechar la coyuntura para recuperar la dignidad perdida en Francia.

Julie, una tarde me hizo llamar para que fuera urgentemente a su casa.

-Claudia quiere trasladarse a vivir a Filadelfia después de la boda, para estar más cerca del poder, o de su marido, o tal vez de otras jovencitas, qué se yo. Lalyam, escúchame quiere que tú vayas con ella. Ten cuidado, Filadelfia no es Wilmington. Tus hijos tendrán más oportunidades, son listos, se han adaptado muy bien. Su educación será cada vez más exigente. Tienes algo que a ella le gusta Lalyam. A mí me hizo amante de Jean Paul Marat, la muy...ah! La verdad, es que era muy buen amante- hizo un gesto con cierta picardía-, y poseía gran información. Peter no lo sabe. No tiene porqué saberlo, porque cuando ocurrió todavía no estábamos comprometidos, Claudia se aseguró de eso. Aunque he de reconocer, que estoy algo preocupada, me han comentado las cotorras de esta ciudad, que él frecuenta ciertos lugares de escasa reputación. Hay que saber hacer felices a los hombres, Lalyam, para que nos dejen ser felices a nosotras.

-¡Qué dices Julie! 

-¡Nada! es mejor que te vayas.


Me dirigí hacia la casa de Patrick. Estando ya en la puerta, escuché varias voces masculinas. Provenían del salón. Entré y me quedé mirando a Mary, las voces cada vez se hacían más reconocibles...

-Washington quiere recuperar Lusiana. Además han venido expertos para repoblar ciertas tierras incultas. Tenemos la obligación de ayudarles, a cambio España obtendría un apoyo indirecto en su lucha contra el contrabando...

-¡Patrick has vuelto! Estás más delgado.

-Querida Lalyam, -se dirigió hacia ella para cogerle las manos- estoy al corriente de todo -Patrick se quedó absorto mirando su cara. !Ah! qué despiste, perdona John. Lalyam este es John Waldern un amigo personal de Jefferson.

-Encantada.

-Lalyam, siéntate tengo que comentarte algo. Al sentarse ella él prosiguió. Lalyam tu padre está arriba, está muy enfermo. Quiere hablar contigo, creo que es urgente. -Patrick puso un gesto serio.-

Me quedé mirándolo fijamente con cara de preocupación y sin mediar palabra me dirigí hacia la habitación dónde estaba mi padre. Al llegar a ella, me quedé esperando en el umbral de la puerta. Parecía tan cansado. Intuía qué algo iba a cambiar en mi vida. Por mi madre sabía que los moribundos son de esas clases de personas que no se pueden tener nada callado. La vida no podía confiar en ellos, pues les daba por contar sus idas y venidas. ¡Pobre vida! -pensé yo- intentando siempre hacerse camino luchando contra la muerte, sin que nadie lo aprecie, para que al final de su trayecto llegue su moribundo y desvele todos sus secretos, aquellos que precisamente le han hecho seguir viviendo. 

Quería muchísimo a mi padre, pero la vida me había hecho ser insensible a la muerte. Pareciérase que yo no quería formar parte de esa escena, puesto que para mí la escena principal estaba en la habitación de Patrick.

-Eulalia, quiero decirte algo. Sabes bien qué naciste en España. Tú madre y yo queríamos que fueras española, para que tuvieras más oportunidades a la hora de elegir marido. No pudimos tener más hijos, a mí me hubiera gustado. Eulalia no eres hija mía...quiero que entiendas...que yo...

Me senté con una frialdad pasmosa al lado suyo y le callé la boca, supuse lo que iba a decirme y quise ahorrárselo, ya lo había vivido antes con la muerte de mi madre. Ella intentó contármelo, pero fue cobarde y no pudo. Mi padre era un caballero leal y justo. Un hombre bueno, por lo menos para los ojos míos. Siempre había confiado en su palabra. No era el único caso, generalmente las familias con un solo hijo eran motivo de comentarios. Vivía en una sociedad de hijos bastardos expulsados, de hijos legales que no les correspondían serlo, de queridas, y por qué no decirlo también de queridos. Todos los días era una escena de continuos cambios ocultos. Un día eras la protagonista, y al día siguiente dabas gracias si la vida te había dado un papel secundario. Ciertamente lo sospechaba. Era lo normal en esa clase de vida en la que yo me desenvolvía. Todos lo intuíamos. Nadie se atrevió a decírmelo directamente, pero las alcahuetas también forman parte desde una edad muy temprana, de esa cierta especie moribundos que tardan años en encontrar su rumbo, por lo que ciertos comentarios llegaron a mis oídos.

Me dirigí hacia mi cuarto cuando logré dormir a mi padre, estaba apenada, pero me había acostumbrado a no mirar hacia atrás. En él estaban mis hijos, sin darme tiempo a acercarme a ellos, Álvaro me dijo:

-Mamá, ¿por qué tienes todos estos muñecos aquí guardados?








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