CAPITULO X
LA BODA DE JULIE
Nunca una melodía fue tan dulce para mis oídos. La Iglesia de Wilmington se había caracterizado, por tener una buena acústica. Los lazos blancos de los bancos, decorados con encajes amarillos y azules, unidos por arpetones cuya punta era claramente una cabeza de águila, se movían lentamente al compás de los acordes de la música. La orquesta situada en el balcón interior del primer piso, tocaba en ese momento los Menuets de la Suite II y III de Händel. Mi vestido era de color del oro con pequeños detalles azules y negros. De mi pecho sobresalía claramente un colgante de perlas azules turquesa. Patrick me cogió la mano y me dijo: -Lalyam ya están casados, salgamos a la puerta para felicitarles. Julie derrocha el esplendor de la dicha, y Peter estaba insultante de alegría. Lalyam sé que es duro para ti, y que te traerá muchos recuerdos, pero tenemos que salir.- Me quedé mirando al altar atónita, con la mirada perdida. Mi pecho se agitaba, haciendo que el collar disfrutara de los vaivenes de mi respiración.
Hacía quince días que se había celebrado el entierro de mi padre en esa misma Iglesia. Ignacio estaba a la derecha de Patrick, había quedado bajo su protección, tras la muerte de éste. Ignacio estaba muy emocionado, tenía un perfecto acento inglés, aunque su piel lo delataba, pero no dejaba de ser un hermoso joven encantador que hacía las delicias de las quinciañeras americanas. Mis hijos estaban muy emocionados, rápidamente ellos salieron a la puerta para arrojarles unos hilos de chocolate y azúcar, que la noche anterior había preparado Mary.
Julie llevaba un vestido de color crema con puntillitas marrones en sus bordes. Todos quedaron sorprendidos porque su vestido no era blanco. A Peter no le importó ese detalle, pero fue un hecho muy comentado entre las mujeres. Su camino al altar de manos de John Ferry fue como un levitar en las aguas tenues del futuro bienestar que le proporcionarían los brazos de su amado Peter. Los dos estaban muy calmados, no mostraron nervios de ningún tipo. La celebración también fue perfecta. Mary se quedó a cargo de los niños, por lo que yo pude disfrutar de la misma con cierta serenidad. Antes de que se pronunciara el discurso por parte de John Ferry, Patrick me cogió del brazo, y me susurró al odio, que por favor me trasladara aquella misma noche a su habitación. Me comentó que si en la vida social eramos pareja, en la real también debíamos de serlo. Bailamos juntos toda la noche, como si no existiera nadie más en la sala.
Todos se fueron. Claudia se llevó a los niños a dormir a su casa. Parecía que el destino jugaba de anfitrión. Patrick, se acercó a mí, con intención de besarme y lo hizo. Después se arrodillo y me susurró con su cabeza en mi vientre, que aunque no pudiera darme un día nupcial, me daría una noche de boda. Y así lo hizo, sólo tuve que quitarme las enaguas. No quiso quitarme el vestido. Mis pechos prácticamente estaban fuera, pues el vestido tenía con un gran escote. Me cogió de la mano y me sacó a un pequeño jardín que teníamos dentro de casa. Me apoyó a un árbol centenario, me subió el vestido, me tapó la boca con su mano, y me hizo sentir el dolor de la vida, cuando sale de su escondite para ir y tocar otra vida distinta, para gritar "Por mí, sólo por mí" para salvarse en su juego. Era más dolor que placer. El placer estaba oculto en mi boca, cuando intentaba morderle su mano. Y así transcurrió mi segunda noche de boda. Entre árboles y arbustos, de pie, temblando por el viento nocturno.
Al día siguiente, Claudia vino a traerme a los niños. Se quedó sólo un rato, pero lo dio tiempo a tomarse un té. Me comentó que se iba a trasladar a Filadelfia para estar con su marido. Me pidió que la acompañara. Le asentí con la cabeza. Se puso muy contenta. Le pregunté por Julie y me dijo que ya había partido de viaje para Inglaterra. El viaje fue un regalo de bodas de Patrick.
Por la tarde fuimos a pasear por el puerto de Wilmington y nos encontramos con John Waldern. Iba buscando a Patrick desesperadamente. Se apartaron los dos para hablar. Yo me quedé junto con Mary y los niños, pero pude escuchar la conversación. John le decía a Patrick:
-Creemos que la hemos encontrado. Por fin, tanto tiempo esperando, y al fin...no lo puedo creer. Puede cambiar el rumbo de la historia. Hay que decírselo a Patrick Henry. Sabes lo que supone. -Gritaba como loco- Supone una guerra civil. Cuando se entere James Madison provocará una revuelta en la Asamblea, ya verás.
-Estás seguro Jonh. No podemos dar un paso en falso. Sería conveniente comentárselo al Rey Jorge.
-Ya lo sabe, Patrick. Y le puede ayudar mucho a desestabilizar la unión de las trece colonias.
-¿Qué hacemos? y ¿dónde está?
- La traen de regreso.
-Muy bien. Ahora tenemos que asegurarnos de que todo salga bien. ¿Estás seguro?
-Sí.
-Mañana mismo partimos para llevarla a Filadelfia, pero tenemos que ser prudentes.
-De acuerdo.
Por lo que pude escuchar, uno de los barcos que se perdieron, justamente cuando por primera vez, desembarcamos mis hijos y yo en Wilmington, llevaba la auténtica Constitución de los Estados Unidos. En ella se proclamaban una serie de derechos que no quedaron recogidos en la actual. Mason redactó una Constitución según los diversas Declaraciones de Derechos que existían en aquella época. Si la auténtica Constitución lograba llegar a tierras americanas, no tardarían en iniciarse las disputas políticas, terminando en una guerra civil. Patrick estaba en una situación muy delicada. El futuro de Estados Unidos estaba en manos de John y Patrick. Todavía no la habían leído pero iba a cambiar radicalmente el paradigma actual.
...continuará
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