«Hágase en mí según tu palabra» 25 de Marzo de 2017 Día de la Anunciación del Señor
MUSEO DE LA CATEDRAL DE MURCIA
MARTÍNEZ CÁNOVAS
El Jesucristo que habita en Cánovas, no es distinto al Jesucristo que habita en ti o en mí, mientras caminas, mientras te quedas pensando, mientras sonríes, mientras levantas pesas en un gimnasio, mientras despierta tu cuerpo hacia la edad adulta, mientras observas a tu vecino, a tu compañero o a tu amigo, en cualquier etapa de su cansado duelo.
Cánovas nos recuerda, como cruz que cuelga de una cadena que apresa a nuestro cuello, la realidad de una existencia a través del legado de la pintura sacra. La adoración al cuerpo, la impureza de la inmaculada esencia de nuestra hiel, la transformación de la virgen estampa de nuestro seno en impíos sentimientos, que nos hacen estar en una posición de espera ante la vulgar y terrenal realidad humana de nuestra vida, para buscar así, a través de la pasión, la Encarnación divina.
"Cruz nuestra de cada día", cómo canto de Saeta, hágase tu voluntad a través de un lienzo tatuado en el deseo de un encuentro al amanecer, entre la gloria de la resurrección de nuestro cuerpo, en la puridad de lo más eterno. Nuestro Jesús nos habla a través de la excusa del arte, para que los pasos que recorren nuestros pensamientos nos hagan llegar su recuerdo.
Cánovas refleja con la imagen de Dios, el proceso de aferramiento a nuestra propia agonía. Nos agarramos a ella, cómo si fuera la salvación de un consuelo, para no perder un equilibrio incierto, mientras la dureza de las sentencias que la propia naturaleza, van marcando y desvelan la transgresión de nuestro juicio. Salvación de Palo, que une dos líneas rectas que van paralelas, que aún sabiendo, que nunca encontrarán ambas el mismo reino, nos anuncian nuestra identidad y la sostenibilidad propia necesaria, en la muerte injusta de nuestra buenaventuraza, que nos abraza en forma de templos para salvaguardar lo más sagrado, tu fe y la misericordia de tu ser.
Nuestra tristeza es inevitable, pero el resucitar de la alegría llega cada día, a través de la eliminación de impurezas, que quedan impregnadas en la santa conciencia cómo sábana blanca. Éste será tu primer lienzo de aliento hacia tu resurrección, tela de Verónica que limpia tu agonía en el sufrimiento de no conocer el destino que te hace libre todos los días.
Pero Martínez Cánovas también nos ofrece un espejo de la pasión de nuestro Dios antes de muerto, para que veamos en su recuerdo el nuestro al terminar día, para que así, en el nuevo amanecer que regurgita, te levantes y te repitas, que solo un Dios hace posible que la luz se convierta en tu reflejo, reconociendo que sólo vamos a ser capaces de verlo, si Él no ha muerto.
Y ha llegado el momento de la crucifixión de nuestra alma, ahora es Dios quien nos mira de lejos, ahora somos nosotros el cuadro y Él el que nos visita para adorarnos. Efectivamente, Cánovas nos hace sugerir esta sutiliza... que es "Dios quien te anhela", y es esa su originalidad. No obstante, sus colores vivos, sus trazas rectas, la simetría en el plano, los rostros, los fondos... hacen de tu vista el recuerdo del barroco, homenajeando a artistas como a Gregorio Fernández, entre otros. Así también, éste destaca con una sombría y austera oscuridad, el rostro de un Dios que yace muerto, agotado por el sufrimiento humano, que nos hace estremecer, pues matifica nuestro ser, al saber que todavía no se ha reencarnado la divinidad en Él, por lo que sin pretenderlo, nos convertimos en el paciente pincel del pintor, para el resurgimiento de la Santísima Trinidad de nosotros propios recelos, que nos permiten devolver en nuestras mentes, tal divinidad a su cuerpo.
Lo más significativo es que Cánovas, te vuelve a expulsar otra vez, de ese homenaje al fiel barroco, para darte su visión singular sacra, con la imagen de la Piedad de roja estampa, que simboliza la Pasión de Cristo. Nos la presenta como una mujer fuerte, de una dureza inusual, que alimenta una lucha descalza, para alcanzar la grandeza de su Dios. Es una mujer de actual templanza, haciendo ésta de sus piernas, el soporte de la carga inerte de la muerte de la filial divina. Bella por su gesto de adoración a su hijo, de plasmosa sencillez y realidad, que transforma la aurora de la muerte, en un destierro absoluto, para arrancarla de nuestros ojos, siendo tímidamente percibida por el espectador, para poder así la Madre, devolverle con tintes de virilidad, la usurpada dignidad a su hijo, pero ahora magnificada con el color de la piedad. Dignidad que también hace acto de presencia, al observar al fondo del lienzo una cruz que sobresale del resto, por su erguida realeza, al estar ésta identificada, haciendo de su estructura el medio de salvación de los judíos.
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