domingo, 28 de mayo de 2017

EL PEZ Y EL PODER


Hay una cueva cuya pared de
piedra tiene dibujado un pez.
Tú cómo poder lo querrás coger.
Ten cuidado pues el pez en piedra
te querrá comer. Aléjate de la cueva
si no quieres convertirte en fría roca, pues
necesitas alma para saldar la historia.

LA PALOMA DE ALBERTI




Han soltado una nueva paloma.
Alberti nos la ha dejado escapar
desde su tumba, para que Lorca
recobrara su alma desde su angosta
angustia, fosa de tierra y cal, y
preludio de lluvia.








Vuela la paloma, pero esta vez no está
equivocada, se va lejos de España,
para llegar a África, pues Cádiz,
sigue cómo hermana pérdida, atenta a
la nueva llegada de mareas humanas.

Vuela la paloma, pero esta vez no está
equivocada. Sus alas recorren guerras
con tu falda mojada, por estar seca tu
blusa, por reír el norte, cuando está
muerto un Sur de cálidas orillas, por ver
morir a sus hombres de rodillas.

Qué no detengan la paloma, qué Alberti
sabe lo que hace, pues Lorca lo ayuda
para recobrar la cordura, ya que Hernández
le da la mano, para que no vuelva, ni
en recuerdos, el desasosiego pasado, pues
es tiempo de Sur, Norte y de su halado.

domingo, 21 de mayo de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. IX


CAPÍTULO IX

EL TÉ




-Existe un proverbio procedente de la isla Guadalupe qué dice que, si miras a un salvaje de reojo es azotarle, y azotarle es matarle, sin embargo si azotas a un negro es alimentarle. No os parece totalmente...

De repente entré yo en la sala, y todo quedó en silencio. En un silencio incómodo. Había escuchado esta última frase justamente antes de entrar en ella, pero no sabía quién la había pronunciado, pero sí que me percaté de que Mary estaba sirviendo el té, en ese mismo instante. Los ojos de Mary se cristalizaron en ese mismo momento, estaban a punto de romperse en mil pedazos,  hizo el ademán de pararse, y después se dirigió hacia mí, me miró con un gesto de odio inusual en ella. Claudia que estaba a mi lado, fue muy hábil, se acercó a ella y le dijo a Mary en voz baja:

- No hagas mohines de esclava ofendida y sigue con tu trabajo.

Mary bajó la mirada, pero esta vez con un gesto de obediencia y se dirigió hacia la mujer de cabellos pelirrojos, que ciertamente estaba a mi izquierda, cómo bien me había indicado Claudia un momento antes, y le sirvió el té, de tal forma, que parecía que todo ese gran silencio, que de repente, de una manera absurda, se había producido en la sala, puesto no hay peor remedio para la incoherencia, que una nada complacencia a través del insonoro viento, se había convertido en el té que ahora mismo se derramaba sobre la taza de aquella mujer, para que lo saboreara a través de un sorbido lánguido, y así hacer callar su inoportuna boca.

Enseguida me percaté de que ese té acabaría derramándose también en el suelo, puesto que Mary no apartaba su mirada de los ojos de aquella mujer, por lo que de una manera espontánea, mi cerebro empezó a cobrar vida propia, por lo que sin yo misma esperarlo, me acerqué a esa joven señora de cabellos rojos, y dándole un pequeño, leve y cariñoso azote en las partes bajas de sus prominentes caderas, le unté suavemente y con cierta picaresca inocente española la mano con la que ella sostenía su taza, con el chocolate caliente que había en la fuente de plata, que estaba justo a su derecha, sobre una mesita de gran altura auxiliar, diciéndole:

- Ya estás azotada, por lo que no veo necesidad de que Mary  te traiga el Crumble de manzana.

Claudia giró la cabeza hacía mí sorprendida, y con un gesto de angustia, que sólo ella y yo pudimos reconocer, se tapó delicadamente, cómo suelen hacer las damas de la alta sociedad, la boca con una mano, con la palma mirando hacía mí. Se produjo otro gran silencio, hasta que una de ellas exclamó en voz alta: ¡Ah, Julie!

Y antes de que ésta señora terminara de gritar su nombre, Julie soltó una gran carcajada.

-¡ Ja, ja, ja! Por fin, una mujer de verdad, ¿pero dónde estabas metida tú? Se dirigió a Claudia, limpiándose la mano con una servilleta que justo antes había cogido de la misma mesa auxiliar, y le dijo: -Encantadora, es encantadora.-



Todas quedaron sorprendidas.

-Sí... Por favor Mary, ahora que no soy negra, ¿puedes traer ese Cumble?

Se dirigió a mí y me dijo: -Soy Julie, y me parece totalmente despreciable la afirmación que he dicho antes, tal vez, la manumisión evitaría conflictos cómo el que acabamos de tener tú y yo.-

-¡Ten cuidado, Julie! Sabes que hay ciertos temas que son delicados... nuestros maridos no deben enterarse nunca de que nosotras hablamos de política.

-No te preocupes Claudia, sé lo que me hago. Y ahora por favor, nos puedes presentar a esta señora.

-Sí claro. Julie te presento a Lalyam la esposa de Patrick.

-¿De Patrick? No me lo puedo creer, llevaba tiempo sin verle, pero esto no me lo esperaba. ¿Ha pasado algo más en estos dos años de mi ausencia en los que yo he estado en Francia?

-Sí, cariño, algunas cosas más...pero ya te iremos contando querida.

Julie se acercó a mí y me dijo: -me alegro mucho de que estés aquí-y extendió el brazo para estrecharme la mano. ¿Pareces extranjera? ¿de dónde eres?

-Soy de Norfolk, Virginia. Aunque tengo raíces españolas.

-¿Estás emparentada con los Jefferson?

-Sí, claro. Tienes rasgos similares ¿verdad? Julie, también yo me he dado cuenta. Dijo Claudia tragando saliva. Ésta incómoda enseguida cambió de tema de conversación-Vamos queridas, vamos... ¡me han traído unas sedas procedentes de Holanda preciosas! mi marido dijo algo de la VOC, no sé...creo que es algún negocio más de los suyos.

Julie nuevamente se acercó a Eulalia y le dijo:

-Mañana quiero que vengas a mi casa, es la más popular de esta zona. Me has caído bien Lalyam. Además tienes menos de cuarenta, con eso me es suficiente.  Habrás podido comprobar que nuestro círculo es muy reducido, y esa circunstancia no es casual, Lalyam. Mi prometido Peter es pupilo de John Ferry. Nos vamos a casar dentro de dos meses, querida. Estás invitada. Escúchame bien, no te conozco, pero este círculo se compone de seis familias, y tú ya formas parte de una de ellas. Conozco a Claudia, ha visto algo especial en ti. No la defraudes. Gracias a ella yo conocí a Peter. Me obligó a mentir sobre mi edad, Peter es más joven que yo. Un escándalo, si alguien más se entera. Necesito alguien de confianza Lalyam, estoy muy sola aquí, y con la carta de presentación de Claudia, me sobra para que seas tú esa persona. Tú decides. Quiero prevenirte no obstante sobre Claudia, te darás cuenta enseguida que es muy cariñosa con nosotras. Déjate querer. No es peligrosa.

Asentí con la cabeza, y me pasé toda la tarde ayudando a aquellas mujeres a elegir las telas que cada una había traído para empezar a confeccionar los vestidos para la boda de Julie. Ésta estaba esplendida y sonriente. Contaba con unos veintidós años de edad, su cuerpo semejaba la figura de un tazón chino de la dinastía Ding. Según Claudia, siempre llevaba vestidos de colores muy llamativos. Julie tenía la cara delgada y unas caderas prominentes, era de tez muy blanca, y de elocuaz palabra. Cualquier hombre se hubiera enamorado de ella, y Claudia lo sabía. Yo aproveché todos los conocimientos que mi madre me había transmitido a través de los años con sus bordados y costuras. Sus bordados eran famosos en la alta sociedad española de México. Las españolas en general eran buenas con el bordado, los encajes y los bolillos. Se quedaron sorprendidas por lo bien qué supe elegir para ellas las telas, y por cómo las orientaba para confeccionar sus vestidos. Sabía proyectar la futura imagen de un vestido, y ésto, no era fácil para cualquiera. Estaban encantadas, de qué por fin, alguien tuviera buen gusto.

Al llegar la noche, cuando ya todas se habían ido de la casa, me quedé sola durante una media hora, reflexionando sobre aquellas cinco mujeres. Ciertamente me habían dado su aprobación, a pesar de que no probé el té que había traído expresamente de Inglaterra una de ellas para aquel momento. No me explicaba cómo podía estar tan malo eso que ellas llamaban té, menos mal que obligué a Mary hacer chocolate caliente. Después con el tiempo, terminó por gustarme. Me dediqué aquella tarde simplemente a observar, servir y asentir. -Fue un éxito el primer encuentro-, pensaba para mí misma. Después llegó Claudia con los niños. Éstos estaban agotados. Claudia estaba ciertamente sorprendida.

-Querida, si eres lista sabrás lo que te conviene. Haz lo que yo te diga, y llegarás lejos. Por cierto tengo noticias de Patrick y tu padre. Tu padre realmente reside en otro lugar, que ya te enseñaremos, muy cerquita de aquí. De él dijimos que era viudo y que tenía cómo hijo a Ignacio. Ignacio tiene ciertos rasgos indígenas. Tú padre quedó sorprendido según iba creciendo Ignacio. Tú padre es una persona muy querida para nosotras, nos ha hecho grandes favores. Se merece una calmada vejez. Mañana te presentaré a las otras mujeres, pero éstas, querida, no son tan influyentes, pertenecen a otro círculo, los de los comerciantes.

A la mañana siguiente, después de que los niños se fueran al colegio, me dirigí a ver a Julie. Le tuve que comentar que era viuda. Claudia y yo establecimos un guión que poco a poco íbamos desarrollando. Julie estaba llena de vida. Estaba ansiosa porque Peter iba a venir dentro de dos mes para terminar de organizar la boda. Vendrían personas muy influyentes relacionadas con los negocios y la política. Julie estaba radiante. Me enseñó su futura casa, y todos los libros que había traído de Francia. Por un momento, estuve a punto de llorar de alegría, pues  me había olvidado de que en los Estados Confederados de Ámerica del Norte no existía la Inquisición.


Julie provenía de una familia humilde inglesa. A la edad de quince años, sus padres murieron. Sin padres, ni hermanos, su mundo fue difícil. La metieron a servir en una casa de unos ricos irlandeses, hasta que por casualidad conoció a Claudia que enseguida la adoptó, por lo que Julie, tuvo una educación exquisita. Ésta no era tan distinta a la mía, gracias a la mentalidad de mi padre. En España las mujeres de la alta sociedad también contaban con una buena formación, y sobretodo  nos proporcionaban los recursos suficientes para ser el apoyo leal y fuerte de nuestros maridos. Sin embargo, para aquellas mujeres y aquellos hijos que no eran fuertes, el propio marido, incluso el  padre, les marcaba un destino totalmente distinto: un convento, para las que tenían maridos más condescendientes o la muerte para los maridos más exigentes. Era una práctica muy habitual del viejo Continente.

Aunque sí se podía apreciar una diferencia notable entre ella y yo... Julie poseía esa aureola de libertad en sus gestos, ademanes y expresiones que yo jamás pude sentir  hasta entonces en mis adentros. Yo era valiente y me aventuraba a escondidas en ciertas empresas, como leer para poder pensar por mí misma, pero jamás lo hubiera manifestado en público. Sin embargo Julie, no se podía describir sin sus actos espontáneos de libertad. Las dos nos parecíamos, por lo que estaba segura de que nos íbamos a llevar muy bien.

Por la tarde conocí al resto de mujeres que componían el círculo de la vida de Claudia. No tuve problemas, es más, incluso intentaban imitar mi acento.

Pasó un mes, de idas y venidas con Julie para organizar la boda, hasta que por fin vino Peter. Un joven de pelo castaño muy atractivo. Peter contaba también con una educación excelente. Tuve un protagonismo inusual, para ser una persona tan desconocida para ellos. Pero el ser amiga de Claudia te abría muchas puertas. Todas las semanas nos juntábamos en la casa de Claudia las seis mujeres. Al principio simplemente eran amables conmigo, después algo más cariñosas, pero en la última reunión, empezaron hablar en clave entre ellas, con un tono de cierta ironía. Me extrañé muchísimo. La señora Sleider estaba angustiada. Era una mujer de unos cincuenta y ocho años de edad, pero muy bien conservada. Se puso a hablar, lo único que pude entender fue, que había que aprovechar la coyuntura para recuperar la dignidad perdida en Francia.

Julie, una tarde me hizo llamar para que fuera urgentemente a su casa.

-Claudia quiere trasladarse a vivir a Filadelfia después de la boda, para estar más cerca del poder, o de su marido, o tal vez de otras jovencitas, qué se yo. Lalyam, escúchame quiere que tú vayas con ella. Ten cuidado, Filadelfia no es Wilmington. Tus hijos tendrán más oportunidades, son listos, se han adaptado muy bien. Su educación será cada vez más exigente. Tienes algo que a ella le gusta Lalyam. A mí me hizo amante de Jean Paul Marat, la muy...ah! La verdad, es que era muy buen amante- hizo un gesto con cierta picardía-, y poseía gran información. Peter no lo sabe. No tiene porqué saberlo, porque cuando ocurrió todavía no estábamos comprometidos, Claudia se aseguró de eso. Aunque he de reconocer, que estoy algo preocupada, me han comentado las cotorras de esta ciudad, que él frecuenta ciertos lugares de escasa reputación. Hay que saber hacer felices a los hombres, Lalyam, para que nos dejen ser felices a nosotras.

-¡Qué dices Julie! 

-¡Nada! es mejor que te vayas.


Me dirigí hacia la casa de Patrick. Estando ya en la puerta, escuché varias voces masculinas. Provenían del salón. Entré y me quedé mirando a Mary, las voces cada vez se hacían más reconocibles...

-Washington quiere recuperar Lusiana. Además han venido expertos para repoblar ciertas tierras incultas. Tenemos la obligación de ayudarles, a cambio España obtendría un apoyo indirecto en su lucha contra el contrabando...

-¡Patrick has vuelto! Estás más delgado.

-Querida Lalyam, -se dirigió hacia ella para cogerle las manos- estoy al corriente de todo -Patrick se quedó absorto mirando su cara. !Ah! qué despiste, perdona John. Lalyam este es John Waldern un amigo personal de Jefferson.

-Encantada.

-Lalyam, siéntate tengo que comentarte algo. Al sentarse ella él prosiguió. Lalyam tu padre está arriba, está muy enfermo. Quiere hablar contigo, creo que es urgente. -Patrick puso un gesto serio.-

Me quedé mirándolo fijamente con cara de preocupación y sin mediar palabra me dirigí hacia la habitación dónde estaba mi padre. Al llegar a ella, me quedé esperando en el umbral de la puerta. Parecía tan cansado. Intuía qué algo iba a cambiar en mi vida. Por mi madre sabía que los moribundos son de esas clases de personas que no se pueden tener nada callado. La vida no podía confiar en ellos, pues les daba por contar sus idas y venidas. ¡Pobre vida! -pensé yo- intentando siempre hacerse camino luchando contra la muerte, sin que nadie lo aprecie, para que al final de su trayecto llegue su moribundo y desvele todos sus secretos, aquellos que precisamente le han hecho seguir viviendo. 

Quería muchísimo a mi padre, pero la vida me había hecho ser insensible a la muerte. Pareciérase que yo no quería formar parte de esa escena, puesto que para mí la escena principal estaba en la habitación de Patrick.

-Eulalia, quiero decirte algo. Sabes bien qué naciste en España. Tú madre y yo queríamos que fueras española, para que tuvieras más oportunidades a la hora de elegir marido. No pudimos tener más hijos, a mí me hubiera gustado. Eulalia no eres hija mía...quiero que entiendas...que yo...

Me senté con una frialdad pasmosa al lado suyo y le callé la boca, supuse lo que iba a decirme y quise ahorrárselo, ya lo había vivido antes con la muerte de mi madre. Ella intentó contármelo, pero fue cobarde y no pudo. Mi padre era un caballero leal y justo. Un hombre bueno, por lo menos para los ojos míos. Siempre había confiado en su palabra. No era el único caso, generalmente las familias con un solo hijo eran motivo de comentarios. Vivía en una sociedad de hijos bastardos expulsados, de hijos legales que no les correspondían serlo, de queridas, y por qué no decirlo también de queridos. Todos los días era una escena de continuos cambios ocultos. Un día eras la protagonista, y al día siguiente dabas gracias si la vida te había dado un papel secundario. Ciertamente lo sospechaba. Era lo normal en esa clase de vida en la que yo me desenvolvía. Todos lo intuíamos. Nadie se atrevió a decírmelo directamente, pero las alcahuetas también forman parte desde una edad muy temprana, de esa cierta especie moribundos que tardan años en encontrar su rumbo, por lo que ciertos comentarios llegaron a mis oídos.

Me dirigí hacia mi cuarto cuando logré dormir a mi padre, estaba apenada, pero me había acostumbrado a no mirar hacia atrás. En él estaban mis hijos, sin darme tiempo a acercarme a ellos, Álvaro me dijo:

-Mamá, ¿por qué tienes todos estos muñecos aquí guardados?








HE VISTO TU BARCA



Santuario de Nosa Señora da Barca

Hoy he visto tu barca, la echabas a navegar
en el río que nos separa. Mi cara se llenó de
alegría, pues llevaba esperándote una vida más un
día.

Mi prima me prestó su bonito pelo negro, para
que yo me lo pusiera, y me peinara delante de
tu espejo, y así hacer nuestro tiempo, para que tú me cruzaras,
mientras yo te espero descalza, en nuestra vieja silla mojada, con mis piernas cruzadas.




Quise pedir ayuda, para hacerme sirena y cruzar juntos
el río, para encontrarnos a mitad de nuestro camino. Pero esas dos
mujeres, me cortaron mis largos cabellos prestados, delante
de tu espejo, por lo que ya no puedo, ser sirena sin antes no esperarte.


Ya no estoy tan bonita como antes, además sigo descalza,
pero te he visto por mi ventana remar, ya cerca de mi casa.
Sentada en la silla te espero con mi corto pelo.
Ya no puedo darte flor, tan sólo esa palabra, con la que
jugábamos los dos: Amor








LA GITANA







Máma mirá aquella señora,
no hace caso de su reloj.
Déjalo hijo, qué su reloj
será cosa mía, por burlarse
del tiempo gitano con esa camisa.

Le rajé las ruedas de su coche con mi navaja,
no lo niego, el coche todos los días la llevaba
a su trabajo, y la muy cretina, se reía porque
sin cuidarlo ahí seguía estacionado, cuando a ella
ya no le quedaba más horario. Pero señora, ¡dales las
llaves a otra conductora! ¡qué necesite trabajar,
para que en esta plaza siga yo con mi bailar!

Se quejaba de que iba despacio, la muy soplona.
¡Usted no me va a mirar a mí más de reojo!
Cuándo usted pase por esta plaza, sin su coche,
y sin su reloj, le prometo que no tendrá tiempo
para echar un vistazo de desprecio a lo que no forma
parte de su alrededor.

Y ahora, cómprese usted otro coche, qué el
que usted no ha querido por despreciarlo,
es bueno para mi y mi espacio. Qué quiero
traer con él al mundo a otro gitano, fuerte y sano.
Le cambiaré las ruedas, aunque sé que no le
he hecho daño, pero usted no se ríe más de él,
por tenerlo estacionado.

Y a esa señor que cruza despacio la fuente,
usted me lo ha vestido de gris, por hacerle
lo mismo que a mí. No sé preocupe, qué las
leyes gitanas, hablarán por mí. Qué el tiempo
qué tanto desprecia sea su justiciero, por seguir
llevando esa camisa, y por no tenerle respeto a ese
señor que un buen día le ayudó.

EL GITANO






Pápa mirá aquel señor,
no hace caso de su reloj.
Déjalo hija, qué su reloj
será cosa mía, por burlarse
del tiempo gitano con esa camisa.

Le rajé las ruedas de su coche con mi navaja,
no lo niego, el coche todos los días lo llevaba
a su trabajo, y el muy cretino, se reía porque
sin cuidarlo ahí seguía estacionado, cuando a él
ya no le quedaba más horario. Pero señor, ¡dales las
llaves a otro conductor! ¡qué necesite trabajar,
para que en esta plaza siga yo con mi bailar!

Se quejaba de que iba despacio, el muy soplón.
¡Usted no me va a mirar a mí más de reojo!
Cuándo usted pase por esta plaza, sin su coche,
y sin su reloj, le prometo que no tendrá tiempo
para echar un vistazo de desprecio a lo que no forma
parte de su alrededor.

Y ahora, cómprese usted otro coche, qué el
que usted no ha querido por despreciarlo,
es bueno para mi y mi espacio. Qué quiero
traer con él al mundo a otro gitano, fuerte y sano.
Le cambiaré las ruedas, aunque sé que no le
he hecho daño, pero usted no se ríe más de él,
por tenerlo estacionado.

Y a esa señorita que cruza despacio la fuente,
usted me la ha vestido de gris, por hacerle
lo mismo que a mí. No sé preocupe, qué las
leyes gitanas, hablarán por mí. Qué el tiempo
qué tanto desprecia sea su justiciero, por seguir
llevando esa camisa, y por no tenerle respeto a esa
señorita.

miércoles, 17 de mayo de 2017

TRES CULTURAS: CONCHAS, CADENAS Y RAMAS

Una Torre es sujetada por una cadena
y una rama. Paralelamente se disputan,
no el espacio que le es dado, pues saben
que siempre se va a conjugar en el mismo ancho,
sino, la presencia del esfuerzo olvidado por
el tiempo y nuestro recuerdo.

Cómo un abrazo roto, esperan cualquier
acontecimiento, ya sea, el llanto de un
niño pequeño, o la nota musical que
transporta el viento.

A veces, miran al suelo. La rama intenta hacer
un agujero, el mineral cómo ya los lleva dentro,
intenta construir un puente bajo los pies de
nuestro centro.



La lucha es impiedosa con el desgaste de los siglos
que han visto su linaje, sin embargo, se respeta
su silencio, para intentar acallar las bocas, que
sin quererlo erosionan sus férreos estamentos.

Las sombras son sus armas. La rama dibuja
caras, y la cadena espadas, para cortarles el
alma, si se quedan ciegas por la luz negra
de nuestras miradas.

Dos conchas son sus damas, que separan,
su noche de la madrugada. Las protegen
de la lluvia, del viento y de su propio
infierno.

La rama rebosa sabia, la cadena inerte, toma
vida por su suerte, por su hierro, y por no
envidiar las raíces de la rama, que nacen de su
propio suelo. Las dos son elegantes en
sus disfraces. Una por su follaje, y la otra
por saber construir fuertes enlaces.

Una rama y una cadena se disputan, una
pregunta, ¿quién de las dos tiene más fuerza
ante los ojos de Dios para amarrar tres
culturas? La rama por salvaje, o la cadena por su viraje.



(sabia, sabiduría)

sábado, 6 de mayo de 2017

FELIZ DÍA DE LA MADRE



-Mamá
-¿Qué?
-Te quiero
-Pero, por qué me lo dices llorando, y... ¿por qué me has despertado? son las dos de la mañana. Acuéstate, ¡venga!
-De acuerdo, pero espero que esta tarde, no se te olvide. 
-No te preocupes, que no se me va a olvidar, sobretodo si no logro volver a dormirme esta noche.

Gírate, el pasillo es largo, y el recuerdo de la cara de mi madre es todavía sincero. Tengo sesenta años y ella ochenta... Tengo treinta años y ella cincuenta...Tengo quince años y ella treinta y cinco...Tengo ocho años y ella veintiocho. Acabo de nacer, y madre todavía en su seno se siente sólo una niña, una hija, una mujer.

Quiero a mi madre. A veces, la sorprendo con algún regalo. Otras veces, simplemente tengo ciertas atenciones que le hacen brillar el alma. Y en ocasiones, cuando estoy en la profundidad de mi soledad, me encuentro otra vez con su recuerdo en mi mirada.

He repetido a lo largo de mi vida, aún yo sin pretenderlo, sus gestos, sus palabras, sus pensamientos. Soy su mejor mimo, y os puedo asegurar, que el imitarla, es un hecho, el cuál, nunca he podido ensayar.

Todavía guarda mi cordón para atármelo en todos los días de mis cumpleaños. Todavía me llama preocupada, sino escucha mi respiración un fin de semana. Todavía guarda mi manta para arrullarme en la distancia cada mañana.



En la sombra dibujo tus palmas,
parecen palomas marcando las horas.
Me arrancan sonrisas, y bailan con el
sentimiento del primer beso. 
Después juegan con las olas para 
estrellarse en la cuerda de mis recuerdos.

A veces levanto muros, para que arañes
sus paredes. Otras, sin embargo, eres tú
quién los construye, para que no te pueda
ver. Con suerte, la mayoría de veces,
esos muros que construyes, son de papel,
para que mis palabras, los puedan deshacer.

Hay magia en tu ser, que hace que yo
pueda crecer. No sé cómo lo haces,
pero cada vez, que te busco, te encuentro,
aunque sea fuera de nuestro tiesto, y no
estemos rociadas de incienso.

Me limpiabas mis costras, me lavabas
las roñas de mis piernas y orejas, con alcohol y romero,
sino mal recuerdo, aún así, salías cada tarde a la plazoleta,
para al día siguiente, volverme a limpiar
y sanar con el mismo esmero.

Nuestras vidas son un conjunto de
carreras, un conjunto de bailes,
un conjunto de vuelos,
un conjunto de sueños. Muchas veces,
nos hemos peleado por el mismo hombre,
pero siempre has ganado tú, pues era contigo
con quien se acostaba cada noche.

Él te quiere cómo yo te quiero, el te ama cómo
yo te pretendo. Él te mira, cómo yo te observo.
Y mañana, los dos, te lo recordaremos.



Por fin, he recorrido ese pasillo, que siempre nos distancia. Ya he llegado a mi habitación, me he quedado absorta en mis pensamientos, jamás pensé que pudiera volar sobre él, y no saber lo que pudiera estar haciendo. Tantos años andando sobre él, y en realidad, ahora mismo, lo único que recuerdo, es un TE QUIERO, los demás recuerdos, buenos y malos, se han disipado por el tiempo, o tal vez, por el viento.


Esta tarde tengo que llevarla a una residencia...Esta tarde tengo que llevarla al hospital. Esta tarde tengo que dejarla sola con mis problemas... esta tarde le tengo que decir que mañana me voy de casa...esta tarde le tengo que decir que he roto la lámpara... esta tarde la tendré que desgarrar para poder nacer de entre sus entrañas... sinceramente esta tarde espero que valga para algo, el te quiero de esta mañana.

Mañana le daré un beso para recordarle qué no está sola... mañana le tengo que decir qué va a ser abuela... mañana le tengo que decir que he encontrado trabajo... mañana le tengo que decir que he aprobado... mañana le tengo que decir qué ya sé contar las horas...mañana, pase lo que pase, quiero pensar que la voy a poder querer igual.



Mi madre es mágica, porque aunque pasen los años, sus cachetes me siguen haciendo el mismo daño, y porque su risa no ha cambiado, cuando a mí todavía, eso, me causa enfado.☺😍😍☺


(A todas las madres, aún cuando no hayan parido, aún cuando no me hayan parido, aún cuando sean una ciudad, o simplemente una Tierra)

(Mi agradecimiento a Willian Forsythe)
(Mi agradecimiento a la Compañía Nacional de Danza)




martes, 2 de mayo de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. VIII



CAPITULO VIII

LA NUBE



-¡Clara ven a mi cuarto, inmediatamente!
-Sí, Señor.
-Cierra la puerta.
-Sí Señor.
-Quítate la ropa.
-¡Pero Señor!
-Deja que te vea, solamente una vez más.
-Señor, no creo que sea conveniente...
-¡Calla!

Se acercó a Clara tanto, que Clara podía sentir su aliento en el oído. Rodrigo estaba muy excitado, su nerviosismo era palpable. Ese aliento para Clara era como un cruce de cuchillos. Éste llevaba en la mano un pañuelo que le había bordado Eulalia. Con la ropa sucia y sin haber dormido, Rodrigo presentaba un aspecto de un descuido pernicioso, típico de las noches de duelo, aunque en este caso no habían cuerpos a los que velar.

-Clara, tú ahora eres mi única familia. Eres preciosa, pero tu piel te delata. No deberías haber accedido a mis peticiones. Por favor, vístete.
-Sí, Señor.


Clara inmediatamente, se subió el vestido blanco semitransparente que llevaba. Sabía que a Rodrigo le gustaba mirarla cuando al trasluz de alguna ventana su silueta quedaba marcada. Rodrigo la observaba atónito sus jóvenes carnes prietas, al igual que se observa la más bella nube de un cielo sin estrellas, en el que el sol hace acto de presencia, para adorar precisamente a esa capa de viento agradeciendo su forma, que dibuja una figura inversa en la mente de nuestros ojos oscurecidos, haciéndoles ver toda clase de objetos y lugares que nuestra imaginación, por un momento, nos hace recrear para que podamos ser conscientes, de que la realidad o los sueños también están marcados en el firmamento.




-Mañana quiero que vengas a mi habitación a la misma hora. Ahora vete.
-Sí, Señor.

Clara salió de su habitación, para dirigirse hacia las escaleras, pues parecía que Mario estaba en la puerta. Rodrigo, la siguió y bajó con ella. Los dos salieron de la casa.

-Clara, parece que es Mario ¿Ha pasado algo en estos días, en los que yo no he estado?
-No, Señor. Todo normal.

-¡Señor, señor!
-Ha llegado un correo para usted, es de España. Me lo ha dado Pedro Salinas, que está en el puerto preparando su barco, Señor.
-Muy bien Mario. Gracias.

Mario le dio la carta. Rodrigo se puso a leerla. Era de su amigo Manuel, para avisarle de que España iba a poner fin a la guerra con Francia. Le comunicaba su intención de ceder la isla de la Española a los franceses. Rodrigo entró otra vez a la casa y se dirigió al húmedo cuarto que utilizaba cómo despacho. Era allí dónde guardaba los documentos importantes. Salió de la casa nuevamente, y le entregó dos cartas a Mario.

-Mario, quiero que te dirijas otra vez al puerto. Encuentra a Pedro Salinas y dale este correo. Debe partir inmediatamente para España. Dile que antes debe entregar esta otra carta...la que pone Leclerc.

-Gran Bretaña nos la ha jugado bien. Tengo que avisar a George. Va todo según lo previsto. Éste es un sitio todavía tranquilo, e incógnito para mis enemigos. Hice bien en instalarme aquí. -Pensó para sí mismo, Rodrigo.

-Clara entra en casa.

Los dos entraron en casa.

-Dentro de una semana partiré de viaje. Eulalia ya no va a regresar nunca más, está muerta. Quiero que tú te hagas cargo de la casa. Ya sabes que no puede entrar ningún esclavo a ella. Limpia las habitaciones de Eulalia y de los niños. Te instalarás en la habitación de ella, y cierra las demás habitaciones con llave, para que no pueda entrar nadie, ni tan siquiera yo. Estarás vigilada, no creas. Por cierto, recuerda que mañana te quiero en mi cuarto a la misma hora.

Se metió en su húmedo despacho, como  un murciélago asustado por la luz del día, y se quedó toda la noche trabajando. Las horas se echaban encima de él, cómo depredadoras de un talento innato para ejecutar planes de guerra. Eulalia pasó inmediatamente a ser un espectro de algún recóndito espejo de sus recuerdos más lejanos. Su frialdad asustaba a su todavía joven e inexperta fámula, que tan dispuesta le esperaba en la silla que había junto a la ventana, como siempre hacía cuando su Señor, se quedaba hasta tarde en su raído cuarto humedecido por el afluente de todos aquellos pensamientos que allí confluyeron, para después recoger la apea de ceras e incienso, que cómo rastro ignífugo in pace dejaba lugar a una temprana claridad de la mañana.

Rodrigo, era un hombre bastante condescendiente según sus propios esclavos, cuando comparaban éstos la crueldad de sus amos. Ésta era medida por aquellos, en la balanza de toneladas de algodón que se recogían al caer el día. Para Mario y Clara, sus esclavos de mayor confianza, era un hombre frío y distante, como el paño húmedo sobre una frente que arde en deseos de humanidad y libertad, ocultos en las llagas de sus palabras.

Al día siguiente Rodrigo salió de la casa hacia la huta, estuvo hurgando entre los anclajes que había en la pared. No llegó a coger nada, pero su mirada enfurecida evidenciaba alguna pieza de caza perdida. Se quedó absorto durante un rato. Salió de la choza, cogió su caballo y se fue a la ciudad. Cuando regresó a la Hacienda ya era de noche. Clara llevaba dos horas esperando en su cuarto. Las luces de las velas denotaban una impaciencia inusual de un sueño hecho realidad. Clara llevaba un vestido de holganza fina, suave como la noche y fría como el sudor de su piel, al contacto con el oreo de la escarcha sentida. Y allí continuaba Clara, tumbada en el diván, esperando el sueño de su vida, haciendo éste de nodriza para que ella quedara dormida.

Entró Rodrigo en la habitación. De repente hizo caer su cinturón con la arrogancia de un perdedor en sentimientos no buscados, ni encontrados, o de un vencedor de un "tal vez". Aquél cayó tan lentamente, que en su descenso parecía haber ensayado previamente unos pasos de baile con el suelo. Clara al escuchar chasquido que hizo la hebilla al chocar contra éste, despertó con la premura de un noble animal, que pace tranquilamente en el río, hasta que el murmullo del agua le recuerda que puede ser presa de cualquier lobo enfurecido. Rodrigo, sin embargo, sentía la inquietud de un cuerpo descontrolado en emociones, dónde éstas le habían puesto en un grado de tal excitación, que su misma ansia le hacía resoplar, cómo si se tratara del más vulgar animal.

Se acercó a ella, le bajó los tirantes del vestido, dejando descubiertos sus hombros. Le besó el cuello. En ese mismo momento Clara no podía sentir nada, sólo una vanidad ocultada en una delicada sonrisa. Era ahora ella la que lo miraba a él cómo si fuera él precisamente la pieza cazada. De repente Rodrigo, cesó. Se echó la mano al cuello, con signo de exclamación. Se dirigió hacia la cama y se sentó en ella sin soltar a Clara de la mano. Ésta no hizo ningún amago de escapar. Él se dio cuenta, y fue en ese momento, cuando  el gesto de Rodrigo cambió de un sentimiento de excitación, a la más profunda sensación de desidia por una vida llena de ironía.

-Te pareces tanto a tu madre. Sabes, tienes un hermano. Creo que está en España. -Sonrió con cierto desprecio.

-¿Conoces a mi madre?

-Sí, es Miranda.

- Pero, Miranda...Miranda es la esclava de Eulalia.

-Lo sé. Fue un regalo de un amigo inglés. Quiero que te vayas de este cuarto ahora, y no quiero que le hables de ésto a nadie. ¡Ah! y sobre todo no te sientas culpable por lo que sientes, en estos casos, suele perdonarse. Algún día lo harás. Tal vez ahora no, pero en un futuro estoy seguro de que sí. Clara era necesario que conocieras la verdad. Y por favor, haz callar esos rumores de esclavos, que circulan por toda la Hacienda.

-Sí, Señor. -Clara agachó la cabeza y se subió otra vez los tirantes, avergonzada. - Pero usted, no sabe...no sabe...¡pobre Eulalia! ¡pobres niños!- -Clara todavía no era consciente de su realidad.-

-¡Calla! ¡por ahora no quiero que se vuelvan a mencionar en mi presencia esos nombres! ¡Lo has entendido!

-Pero...pero Señor...yo...pobre Eulalia...Señor.

-¡Te he dicho que calles! Quiero que cuides esta casa en mi ausencia como si fuera tuya. Ya he hablado con Miranda.- -Gritó con desprecio Rodrigo.-

-Sí, Señor.

A la semana partió Rodrigo de viaje, pero en el mismo día de su partida, cuando éste se disponía a subir a su caballo para comenzar su andadura, Rodrigo le dejó en deuda una respuesta a Clara, cuando ésta le preguntó por Mario, pues hacía precisamente una semana que no lo veía por la Hacienda. Rodrigo subió a su caballo sin responderle, y se fue galopando sin mirar, en ningún momento, hacia atrás.