CAPITULO VI
Lucía Inmaculada de Guzmán
-!Rodrigo deja de mirar! ¡Por Dios, es tu mujer! Dijo George.
-Mírala George, está disfrutando. Estoy seguro de que sí. Ha gemido ¿verdad? Es como todas.
-Eso era lo que tú querías. Qué pareciera una vulgar mujerzuela, para poder irte con tu esclava favorita. O tal vez, simplemente se trata de dinero. Es eso, dinero. He oído que la viuda de Juan Ignacio, está de buen ver, y cuenta con una enorme fortuna. Y desde luego pienso, que estás en deuda con ella, desde la muerte de su marido.
-¡Calla! ¡No seas ignorante en asuntos de faldas de la Nueva España! No es nada de eso. Le he sido fiel a Eulalia. La quiero. Pero mis genes son débiles. Mira a mis hijos. Rodrigo, parece más una delicada niña que un hombre. Álvaro siempre está enfermo, e Inés. Mi querida Inés, sin embargo, va a disfrutar de la belleza de su madre. Pero es mujer, y no me sirve. Sólo me sirve para casarla. Y te puedo asegurar, por mi experiencia, de que no es nada aconsejable confiar en un hijo político. Sabes George, yo no sé si realmente soy hijo de mi padre, "el gran Conde de Guzmán", y pienso sinceramente, que ni tan siquiera él, y estoy totalmente convencido de lo que te digo, supiera quién fue el suyo. Cuando el poder de la política, se mezcla con las raíces de una familia con pocos escrúpulos y muy ambiciosa, la sangre de los hijos, poco importa, lo único que importa, es que éstos sean lo suficientemente válidos, fuertes, bravos estrategas... cómo para luchar por un país, un reino o una simple hacienda ¡Mis hijos no me sirven, quiero uno nuevo! Qué de su nombre haga yo, el orgullo que llevo dentro. Eulalia es la madre perfecta, solamente hay que verla. Patrick es el hombre perfecto.
-Sí, Rodrigo, además, sé de buena tinta, que está encaprichado de tu mujer. Cada vez que viene a Campeche, la sigue cuando sale de tu Hacienda para dirigirse a su antigua casa, a ese jardín, creo, el de la plazoleta, si no me equivoco. La adora. Ella no se percataba, pero mientras ella les lee a los niños de esa plaza, o cuando les organiza esas pequeñas y humildes representaciones en sus teatros inventados e improvisados, él la observaba, con auténtica devoción.
-Por eso estoy con ella, George. Sabes, le encanta representar a Lópe de Vega, a diferencia de su padre, que se declinaba por Quevedo. Salvo en aquellos días, en los que nosotros discutimos. Es entonces, cuando, para hacerme enfadar más, les representa la leyenda del Certamen de Homero y Hesíodo, dónde yo claro está, soy Homero.
- Patrick está bajo mi protección. Y te puedo asegurar, que mis motivos, para estar hoy aquí contigo, difieren mucho de las intenciones, que me acabas de comentar. Mi gesto es noble, no está manchado por ninguna suspicacia de la baja infamia. No se merece tan costosa empresa tu mujer. Eulalia es inteligente Rodrigo, ten cuidado, no sea que la Inquisición te la lleve a la hoguera.
-Eso solamente va a depender de ella. De su suerte, y de que no interfiera en mi vida.
-¿Has leído la carta de Carlos, George?
-¿Estás seguro de que quieres traicionar a su padre? ¿Al rey?
-George, mira México. Cada vez hay más revueltas. Hay que saber adaptarse a los tiempos. A los ilustrados franceses por ejemplo. Todo es cambio. Carlos está preocupado. Ya no lo dejan gobernar. Mira lo que ha pasado con Argelia.
-Tú has tenido mucho que ver con las expediciones de Barceló. Suculentos tesoros berberiscos han desaparecido. Carlos está indignado. Y pretendes que pase lo mismo aquí, en México. Pero esta vez, ¿con quién? ¿con los ingleses o con los franceses? Tu ambición Rodrigo no tiene límites.
-Sí, pero yo puedo serte de gran ayuda George, mientras mi Rey confíe en mí. También cuento con la confianza de su hijo Carlos, el futuro Rey. Me ha costado, no creas. Estamos instruyendo a Godoy, para que en un futuro sea nuestro mejor aliado en las intrigas palaciegas. Quién sabe, a lo mejor un día, llegas a ser tú, presidente.
-¡Calla! No vuelvas a pronunciar esas palabras. Sabes que no pueden reconocerme. Estaríamos acabados los dos. Si hoy estoy aquí, es porque quiero lo mejor para ambos países. No estoy de acuerdo con tus estrategias, pero evidentemente, en los tiempos que corren en estas tierras, no se deja nunca de estar en guerra.
-No te preocupes, estamos aquí para eso. Yo te paso información sobre México, y tú me ayudas con mis negocios.
-Querido Rodrigo, estás subestimando nuestra fuerza. Nosotros contamos con un pensamiento libre, diferente a vuestro viejo Continente. Yo personalmente, cambiaría de ambiciones, si quieres que nuestra amistad dure.
-Siempre tan ingenuo. Ya te pasó algo parecido con Lee ¿cuántos hombres perdiste, en aquella batalla? ¿Dónde fue? ¿en Monmouth? Patrick te estará esperando. Eulalia debe estar ya en sus aposentos. Espero que sea varón con unos enormes ojos azules. Tengo grandes planes para él. En las únicas personas en las que se pueden confiar plenamente George, son en los hijos. Tal vez, te lo mande como pupilo tuyo, George. No subestimes a los españoles. Algún día, volveremos a ser ricos en estas tierras, sin temer vuestra influencia.
Rodrigo se dirigió hacia la habitación de Eulalia. Estaba a punto de amanecer. Con una suave caricia, le apartó el pelo que le tapaba la cara.
- ¿Estás cansada, querida? Pareces mareada. Mírame a los ojos. Te veo distinta. Una noche larga supongo.
Ella permanecía callada. En su cabeza sólo llegaban los recuerdos de aquel hombre misterioso, que con tanto rigor le había devuelto a la vida. Pensaba una y otra vez, en sus besos. No podía recordar con nitidez. Estaba demasiado soñolienta. Dejó que los labios de su marido, en forma de besos, lavaran las huellas de aquel hombre. Cerró los ojos, y fue tan alta la presión que sentía en su sien, por el placer que le proporcionaba, la caída lenta del aliento de Rodrigo en su piel, que creyó que se iba a desvanecer. Imágenes en remolino, le sucedían, unas tras otra. El olor de la escarlata de su piel refutaba el calor de una pasión casi inventada. Todo parecía sobrecogerse en los ánimos de una aventura no buscada ni pedida. Sintió un dolor impúdico en su cuello. Rodrigo le estaba haciendo daño sin querer. Pareciera, en ese instante, que iba a separárselo de su cabeza, como manzana que es arrancada de un árbol, en un día de terrible sed. No llegaba a comprender el por qué de no poder abrir sus ojos. No es que no quisiera ver a Rodrigo, es que no podía dejar de ver la sombra que tan fervientemente se posó sobre ella, unas horas antes. Después de media hora, Rodrigo se marchó de la habitación. Ella no pudo mediar palabra alguna. Tampoco pudo discernir con exactitud el comportamiento de Rodrigo.
Ocho meses después nació Lucía. Rubia con grandes ojos azules. Volvió a reconocer en su hija, ese mismo olor familiar, que unos meses antes le había invadido. La luz encandilaba los ojos de la niña, por lo que se puso a llorar. En ese momento, llegó Rodrigo. Se acercó a Eulalia, y le gestó un generoso beso en la frente. Se sentó junto a ella, acariciándola lentamente. Por primera vez, Eulalia vio a Rodrigo realmente emocionado. Al ver a la niña, la piel de Rodrigo se tornó de un excesivo color pálido. Comenzaron a temblarle las manos. Su cara estaba invadida por la alegría.
- El destino me ha sido fiel, Eulalia ¿Cómo quieres llamarla? Me gustaría que se llamara Inmaculada. Si bien recuerdas, fue el nombre de mi hermana.
- ¿La que murió? Fue un accidente, Rodrigo. Lo sé porque lo comentó mi padre.
Eulalia suspiró de una manera inusual para ella. El desazón de su pecho no se hizo esperar, empapando con el primer calastro el camisón. La luz se hacía cada vez más intensa. Era verano y el calor era sofocante. Eulalia no cesaba de sudar. Rodrigo tuvo un inusual gesto de cariño. Cogió un paño y le secó el sudor de la frente.
-Me gustaría llamarla Lucía, dijo Eulalia. Lucía Inmaculada de Guzmán.
Eulalia sabía, que si llamaba a la niña Inmaculada, la iba a perder enseguida. La niña jamás tendría identidad propia. Sería el espectro de Inmaculada de Guzmán. Vagaría simplemente por el mundo de Eulalia, pues el padre, de alguna manera, la apartaría de ella, haciéndola cada vez más suya. Efectivamente el destino hizo, que la niña tuviera unos rasgos parecidos a los de su tía.
Inmaculada de Guzmán, fue muy querida en Campeche. Era muy distinta a todos sus hermanos. De alto linaje, su presencia y su educación era carta de presentación para su familia. Estilizada como el pincel de Tiziano, su rostro pareciesele precisamente al de una Venus Anadiomena. Así aseveraba su propio hermano, cada vez que la veía acicalarse tras el cristal. Tuvo numerosos pretendientes, pero solamente uno fue el elegido por el Conde de Guzmán. Un francés llamado Zizan Louis.
Zizan Louis era un rico noble francés, un primo lejano de Luis XVI. El casamiento además de haberles proporcionado una gran fortuna a los Condes, les hubiera permitido también un contacto directo con la corte francesa. Un día de verano de 1773, Inmaculada salió a dar un paseo con Zizan Louis, por la Hacienda de sus padres, aprovechando insólitamente el frescor del medio día. El calor era someramente soportable. Tras pasear una hora y media, las nubes se disiparon rápidamente. Los dos jóvenes, empezaron a sentir una repentina indisposición. A Inmaculada no le dio tiempo a reaccionar. Anduvieron lo suficiente, como para alejarse de cualquier refugio de sombraje. Los dos jóvenes decidieron volver, pero Inmaculada cayó desplomada al suelo tras media de hora de camino. Su decoro, le impidió liberarse de cualquier tipo de prenda que en ese mismo momento vestía. Zizan Louis, intentó socorrerla. La cogió en brazos, pero le fue imposible continuar con ella.
El castigo del sol fue atroz. Sus latigazos en ningún momento, permitieron cualquier tipo de redención por parte de los dos jóvenes. No tuvo más remedio Zizan que dejarla tumbada al sol durante una media hora, que fue el tiempo que tardó en regresar a la Hacienda para pedir ayuda. Rodrigo era el único que estaba allí. Sus padres habían salido de viaje. Tras escuchar los alaridos de Zizan, aquél salió rápidamente en busca de éste. Zizan no pudo sino decir el nombre de Inmaculada. Y cayó pensativo al suelo, mientras Rodrigo sin mediar palabra cogió su caballo, dejando solo en el pórtico a Zizan. Fue en ese instante cuando Zizan, le indicó con su mano el camino a seguir.
Al llegar Rodrigo al lugar donde se encontraba su hermana, ya era demasiado tarde. Efectivamente Inmaculada seguía allí tumbada. Un coyote le estaba mordiendo las enaguas por la zona del vientre. Le había desgarrado ya, algo de carne. Rodrigo lo apartó como pudo con la fusta de su caballo. Inmaculada todavía seguía con vida, por lo que Rodrigo decidió subirla rápidamente sobre su caballo. La llevó suavemente abrazada durante todo el camino. Al llegar a la Hacienda, Inmaculada dejó de respirar. Rodrigo la bajó del caballo, y sin dejar de abrazarla, se quedó allí sentado durante un buen rato, con la mirada perdida en el horizonte.
Rodrigo estaba muy unido a su hermana. La adoraba. Su fervor hacia ella era enfermizo. Quiso una vez pintarla como a una Venus. Ella se negó. Le dijo que cuando cumpliera los veintiuno, tal vez, le permitiría ese capricho. La casualidad quiso, que la enterraran el mismo día de su veintiún cumpleaños. Rodrigo jamás se recuperó de aquella tragedia. Algunas veces en el calor de nuestro lecho, cuando se disponía a emplazarme, me susurraba en el oído su nombre. Y era entonces cuando más fuerza tornaba en mi vientre, como el mordisco de un coyote.
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