La escultura: la hermana mayor de la pintura
Existió una vez una mujer, allá por el dos mil tres, llamada Azul. Sí, una mujer, cuyo sueño era ser alguien. La pobre no había tenido una vida muy agraciada. Falta de curvas, de fuerte carácter, casi despreciable, capaz de ser tan volátil, como los recuerdos de un ayer.
De familia religiosa y acomodada, había recibido una educación muy estricta. Por tanto, Azul, intentó llevar su vida como un espejo de una moral absorbida. Siempre vestía con austeros atuendos de oscuros colores, y jamás quiso maquillarse.
El destino fue cruel verdugo con Azul, pues en las líneas de sus manos llevaba escrita las sílabas "pu", marcando una existencia prácticamente desdeñable.
Siendo niña, a la edad de nueve años, en la feria local de su pueblo, la niña se escapó del regazo de su madre. Salió corriendo despavorida y para esconderse de la persecución de sus padres, terminó por esconderse, en una caseta de tela, que estaba al final del recinto.
Al entrar encontró una serie de utensilios que la maravillaron. Escuchó un sonido que provenía de una cortina sesgada por el paso del tiempo. La niña no se lo pensó dos veces y apartó la cortina. Encontró a una mujer flacucha de aspecto muy vívaro (vivaracho). Sin que nadie le dijera nada, Azul se sentó en una silla y extendió su mano hacia la mujer. La mujer no pudo sino que sucumbir a los encantos de la niña, y se dispuso a leerle la mano. En ese mismo momento entraron los padres de Azul. La pitonisa al ver las líneas de su mano, esbozó una gran carcajada, gritando "pu", y mirándola a los ojos, le agarró el pelo, y como si de unas riendas se tratase, acercó la cabeza de la niña a la suya, y le susurró al oído:
- Terminarás siendo alguien esencial para desmontar una teoría ancestral-. Mientras seguía riéndose a carcajadas.
La niña le preguntó que significaba "pu", y la pitonisa elevando la voz de manera jocosa, para que pudiera ser oída por su marido, le dijo: "significa pulcra".
Acto seguido, el marido de la pitonisa se acercó a ésta. La pitonisa al mirarlo perdió el equilibrio y agarrándose a la niña, se cayó al suelo. El marido de ésta esbozó, con una sonrisa dirigida a la niña, una exclamación rotunda: "la hostia puta".
Los padres de azul ofendidos por tanta vulgaridad, mostrando una actitud de perros de caza, se inclinaron bruscamente hacia la pitonisa, arrancándole de sus brazos a la niña, verificando con esta actitud, la diferencia de clases existente, como si de una sentencia judicial se tratase. La madre entonó un:
- "¡Vamos niña! ¿te das cuenta? ya te lo decía tu madre, tu rectitud será comentada por todos. Serás la envidia de todas las niñas, serás el mismo ejemplo de tu madre."
Al salir del habitáculo de la pitonisa, Azul y sus padres, se encontraron con ciertas autoridades del pueblo, entre ellas, el alcalde y el juez de paz. Éstos, intentaban avanzar a través de la mar de gente, de forma, que parecían estar estar nadando entre la multitud.
Se dirigieron hacia el escenario, para poder leer el pregón del pueblo. La madre se acercó a ellos con cierta violencia inesperada, para comentarles la necesidad de controlar la llegada de los feriantes para los próximos festejos venideros. Pues:
-Si éstos no son personas de cierta honorabilidad, pueden restarle imagen al pueblo. Aseveró la madre de Azul, con gesto déspota.
Las autoridades sorprendidas por la aseveración, le aseguraron a la madre que estudiarían esta petición.
El alcalde al percatarse de la niña, se acercó a ella, y le pidió permiso a la madre, para poder subir a la niña al escenario, para acompañarlos en el acto del lectura del pregón. La oportunidad de voto siempre estaba presente en su cabeza.
- ¡Quién mejor que tu hija para representar el encanto y los valores del pueblo! dijo el alcalde orgulloso.
La madre dio conformidad a tal petición. Y las autoridades y Azul, subieron al escenario. El calor de esa noche era prácticamente insoportable. A medio de leer el pregón, el alcalde se dirigió hacia la niña, y le preguntó qué quería ser de mayor. La niña le contestó:
- Quiero ser igual a mi papá y a mi mamá.-
A lo que el alcalde contestó con gran satisfacción:
- ¡Claro que sí! serás exactamente igual, un ejemplo para el pueblo-.
En ese mismo instante, el juez de paz empezó a tambalearse, intentaba arrancarse el cuello de la camisa con las uñas, a través de fustigazos. Perdió el equilibrio, desvaneciéndose. Antes de que su cuerpo pudiera tocar el suelo, la niña esbozó con una fuerza inusual para su edad, un "hostia puta". Durante un momento, todos los de ahí presentes, se quedaron mirando a la niña. El alcalde inmediatamente la hizo bajar con una gran diplomacia, mientras intentaba dirigir la atención de los ciudadanos hacia la persona del juez de paz.
La madre de Azul se enfadó tanto con la niña, que se propuso, que ésta pasara, desde entonces, inadvertida, para evitar posibles sucesos desafortunados, como el de aquella noche. Y así fue como Azul pasó a un segundo plano en todos los aspectos de su vida. A partir de ese momento, su piel adquirió un tono verdoso y flágido, semejante a la textura de un alga, vista a través del mar.
Pasados unos años, el hermano pequeño de Azul, a la edad de diecisiete años, comenzó a cortejar a una muchacha. Era un joven muy atractivo, pero enseguida fue etiquetado por la familia como hijo díscolo. La casualidad quiso, que la muchacha fuera la hija de aquella pitonisa que había conocido Azul en su niñez. La feriante que años atrás le había leído la mano. El hermano llevaba su relación con la muchacha a escondidas. Hasta que un día Azul, vio a los dos enamorados en el jardín de su casa, acariciándose, cómo si sus cuerpos fueran instrumentos musicales, que tenían que hacerse sonar a través de la partitura de su piel.
Los movimientos pélvicos de ella, eran tan directos y descarados, que él con sólo sentirla parecía fundirse con la brisa de la noche. Azul, al percatarse del estado de embriaguez de sentimientos y sensaciones míticas de su hermano, bañadas por el baile de las suntuosas caderas de la alada ninfa, le entró un ataque de ira, nublando toda clase de razonamientos. Su cuerpo se colapsó por la envidia, y cómo fiera enloquecida, intentó atacarles, separándolos a empujones, soltando toda clase de improperios.
La actitud despectiva de Azul hacia los amantes, provocó en ellos, un dolor tal, que se asemejaba al de dos perros enganchados por sus caderas, intentando bruscamente separarse, a causa de los pedrazos que Azul le estaba propiciando. La muchacha salió corriendo, y Azul con voz tranquila y tenue, amenazó a su hermano con contárselo todo a su madre. El hermano furioso, todavía con el pantalón bajado, le apartó la mirada, con tal desprecio, que parecía que se iba a disponer a vomitar.
Azul, se acercó a su hermano, y le dijo que una mujer de verdad, no se dispone de esa manera. Que la terminaría viendo como un jarrón decorativo con el paso del tiempo, y terminaría por no valorarla. Así que era mejor que terminara cuanto antes con esa relación. Desde ese día, el hermano se vistió con un gesto triste, tornando su mirada hacia la melancolía.
-Te estoy haciendo un favor-. Le dijo de una manera jocosa.
Al llegar a la edad de veintiocho años, Azul se casó, con un hombre elegido por su madre. El más pulcro del lugar. Nadie los vio nunca entrelazando sus sentimientos en público. Aún así tuvieron dos hijos. La vida marital fue acorde con su vestimenta. La alegría en el lecho conyugal hacía poco acto de presencia.
El hermano se convirtió en un famoso escultor de prestigio. No se visitaban mucho. Terapia, tras terapia, el hermano sólo encontraba consuelo en sus esculturas.
Los padres murieron, y fueron enterrados como honorables personas.
Con la muerte de sus padres, Azul quedó muy afectada, de tal manera, que al año siguiente, a la edad de treinta y ocho años, le diagnosticaron un cáncer.
El marido de Azul, cada vez más ausente, la terminó por abandonar por la antigua amante del hermano, la hija de la pitonisa. Los gestos cariñosos con los que se prodigaba la nueva pareja en público, eran tan conmovedores, que fueron muy comentados por el pueblo. Sus caricias limpias, eran de tal pureza, que semejaban la fuerza del mar, que sin querer, servía para pulir las piedras. Hasta tal punto, que el pueblo llegó a enternecerse y a encariñarse con la nueva pareja.
Azul necesitaba dinero para pagarse el tratamiento que estaba recibiendo en Nueva York, por lo que puso la casa de sus padres en venta. Azul no dejaba de elogiar las figuras de sus padres, a los futuros inquilinos que visitaban la casa. La casa se la vendió a una pareja amiga de la familia, y le estableció como única condición:
- Qué esta casa sea el nuevo ejemplo de un hogar, como lo fue el hogar, que construyeron entre estas paredes, mis padres. Les dijo Azul.
Pasados tres meses de la venta de la casa, en plena noche de tormenta, una mujer llamó a su puerta. Ella estaba cansada, puesto que el dolor del cáncer ya le hacía mella. Al principio no la reconoció, pero después, se percató de que era la nueva inquilina de la casa de sus padres. Le abrió la puerta. La mujer estaba empapada y llevaba una caja en la mano.
-Tienes que ver esto.- Le dijo la mujer.
Pasa y te preparo un café. Las dos se sentaron junto al fuego del salón. Azul dijo:
-Cuéntame ¿qué es?.-
La mujer cabizbaja, sin fuerzas para mirarla a la cara, comenzó su relato:
"Un día me dispuse a limpiar el desván de la casa de tus padres. En un rincón de la pared casi imperceptible por una serie de estanterías, encontré una caja de metal. Me costó abrirla, pero lo conseguí.
Al abrirla vi en la caja una serie de documentación, entre los documentos, aparecieron documentos oficiales firmados por el antiguo juez de paz. Azul esta documentación evidencian que a tus padres les estaban haciendo chantaje durante años.
-¿Por qué? contestó Azul.
La mujer le agarró la mano, con ánimo de protegerla, y siguió con su relato.
Azul, no eres hija del padre que te ha criado, sino de un hombre que se dedicaba al mundo del espectáculo, creo que era mago, o algo así. Vino al pueblo, junto unos feriantes durante los festejos de un verano. Cuando tu madre asistió a una de sus funciones, quedó prendada de él, de tal manera, que un día, entró a su tienda, y se le insinuó. Tu madre era atractiva, y por lo que se ve, él no supo negarse a su petición. Los dos se escaparon durante un tiempo. Ella ya estaba casada. Su romance duró unas nueve semanas.
Tus abuelos fueron a buscarla y ahí terminó todo. A los nueve meses naciste tú Azul. Fuimos hace unas dos semanas a ver al antiguo juez de paz, lo conociste de pequeña ¿te acuerdas? Nos contó toda la historia."
Todo tiene una lógica, pensaba para sus adentros, Azul. Se miraba la mano, y se decía en voz baja:
- "Pu" de pulcra, y entonaba una pequeña carcajada.
Adquirió una rabia repentina, al pensar que precisamente en sus manos había estado, en todo momento, la clave para empezar indagar sobre la verdad, de todo un culebrón familiar. Después, la rabia le hizo paso al sosiego. Al sosiego de quitarse por fin el peso de la imagen de sus padres, que durante toda su vida había recaído sobre sus hombros.
Destino cruel, que le iba a hacer pagar los delirios de su madre. Pero el destino es así, sólo entiende de encontrar el justo equilibrio del tiempo, no de los personajes que habitan durante él.
Azul no podía creer que el perfecto mundo que le había construido su madre, era simplemente una farsa, y que se iba a destruir en cuestión de un año. A partir de ese momento, no volvió a sentir jamás dolor en su cuerpo.
Inmediatamente llamó a su hermano para hablar con él, y contarle toda la verdad. Sentados en el mismo jardín, donde años atrás, le despojó de su amante, Azul, por primera vez en su vida, hacía los ademanes, para acariciar a su infravalorado hermano. Intentando suplir, por un instante, a la figura de aquella amante, para reconducir todo el daño que le había provocado. Azul con lágrimas que parecían tornarse rojas, como la sangre, se dispuso a pedirle perdón. El hermano no medió palabra. Se limitó a observar.
-He hecho balance de mi vida, y que me he dado cuenta, que jamás he sido realmente querida, que jamás nadie se ha parado a observarme, a preguntarme cómo soy yo realmente. Le dijo Azul, mientras acercaba sus labios a la mejilla de su hermano, para acariciarla con un beso.
- "He sido un espectro en vida" Tras la rotunda afirmación, se levantó y se fue, sentenciando así Azul, la conversación, dando por zanjado toda clase de reproches familiares.
A los dos meses, Azul tuvo una recaída muy grave de su enfermedad. Al enterarse su hermano, la hospedó en su casa, donde ella plácidamente murió al mes siguiente. Durante este mes, el hermano no escatimó en gestos, para que ella se sintiera querida, y lo consiguió. Para ello recibió la ayuda de unos amigos suyos, que formaban parte de ese mundo contrario, que tanto despreció Azul. Ella quedó fascinada por toda aquella gente, por la riqueza de sus sentimientos, e intentó absorber cada uno de los instantes que le iban proporcionando.
Cada vez que surgía una conversación distendida y alegre, le proporcionaba tal felicidad a Azul, que hacía que ésta, inmediatamente se acercara al oído del hermano, y le dijera:
-Gracias, por permitirme reconciliarme con mis errores, esto es el mayor de los tesoros que me puedes ofrecer.
No sé como sucedió, pero Azul, justo un instante antes de morir, sujetó con fuerza las manos de su hermano, y se las llevó a su boca, espiriándole su último aliento. Éste impregnó toda la piel de su hermano, de una nimba celestial, haciendo por un momento, que todo su ser ardiera. Azul convirtió las manos de su hermano, en improvisados recipientes herméticos, donde para siempre, iba quedarse encerrado su último aliento.
El entierro fue muy emotivo. El último adiós fue propiciado por aquellos amigos del hermano, que habían acompañado a Azul durante su último mes de vida, y por su antigua amente de juventud, aquella que había sido despreciada por Azul, . Él tenía la intención de cambiar la dirección, de todo aquel daño que había provocado su hermana, castigo de un destino del que ella nunca fue responsable.
Al recibir las cenizas de su hermana, se encerró en su taller. Tardó un mes en salir. A los dos meses expuso en una galería de arte, una escultura en forma de jarrón. Intentó que fuera el fiel reflejo de su hermana. Su textura era singular. Ésta guardaba un secreto. Estaba formada en parte por las cenizas de Azul. Lo pintó de negro, el color preferido de Azul, arropando su cuello con una boa de plumas, de un anaranjado que se tornaba en rojizo. Elemento que servía para contrarrestar la austeridad de su atuendo negro. Al terminar aquel jarrón, no pudo sino que soltar una carcajada, y decirse para sí mismo:
-¿Cómo imaginar mi hermana, que terminaría siendo una vedette?
No contento con ello, el hermano pintó un cuadro de ese mismo jarrón, utilizando como pintura parte también de sus cenizas. Quería que fuera observado en todas sus facetas, en todos sus aspectos posibles. Disfrutó pintándolo, pues parecía que estaba maquillando a Azul.
Dispuso el cuadro en la pared, de tal manera, que escultura y pintura se miraban, con tanta intensidad, que parecían saludarse y mantener sólidas conversaciones. Incluso, algunas veces, cómo si de dos recepcionistas del museo, que defienden cosas distintas, se tratasen, parecían abordar al turista del arte, a su entrada en la sala de exposiciones.
Como era la escultura la que tenía más visión, y la primera en ser observada, era la que dirigía al visitante, invitándolo a que recorriera con su mirada toda su figura, dándole la oportunidad a éste a descubrir, por si mismo, su realidad a través de la pintura.
La rigidez y el servicio de la escultura, frente a la inevitable distorsión de la realidad a través de la pintura, por muy fiel reflejo que ésta pretenda ser, cuya función es limitada, a sólo a poder ser observada.
Una noche, el hermano se quedó hasta tarde en la sala de exposiciones. Debido al cansancio que arrastraba desde la muerte de su hermana, pareció observar que tanto escultura y pintura adquirían vida propia, empezando éstas a discutir entre ellas. La escultura, cómo si de una mayor se tratase, le reprochaba a la pintura su pasividad. Al día siguiente, el hermano dispuso una cámara, para que se hiciera una vigilancia exhaustiva de estas dos piezas de arte.
Y fue así, como Azul terminó siendo observada por todos como un jarrón. Apreciando los visitantes cada una de sus curvas, hablando de sus plumas. Fue así, como el último aliento de Azul se convirtió en arte, reconciliando su destino con el pasado.