Nada puede hacerte sospechar que una vida se pueda escapar,
entre vagones, vías, religiones, elecciones y decisiones.
Números familiares y cotidianos que pueden pasar desapercibidos
por todos: un 193, un 1.400, las 07:20, un 11/03/2004, un 10.
Números que representan la transición histórica de vidas rotas.
Números que huelen a sangre, a miedo, a humo, a la barbarie.
Agacho la cabeza. Todos somos culpables. Culpables
de no sentir, de no exigir, de no esperar, de permitir, de ser ignorantes.
No puedo sino más que susurrar al vacío silencio pequeñas canciones,
repetir un día de más de cien muertos.
Imploro a lo implorable, beso a lo que odio, para conseguir un pequeño instante
de hiel fría y de fuerzas termas, que me permitan arrodillarme y pedir
perdón, por no sentir el subir, un once de marzo de 2004, a un vagón con
destino a cualquier panteón.
Perdón.
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