sábado, 19 de noviembre de 2016

La Cátedra de un Niño

Me dispongo a sentarme en un banco del jardín de la Universidad. Un niño de cinco años, con la idiosincrasia de un Dios mayor, chuta un balón por encima de él. No hay nada extraño. En principio. Sé que lo que mis ojos están presenciando, es una secuencia de un mismo momento, en otro tiempo, o otro entorno. Un lenguaje universal. El niño mide escasamente un metro. El dominio del balón es mecánicamente perfecto. El sonido de su chute es un chasquido de latidos prominentes, que abarcan la selección de todo un estado de bienestar para mis oídos, y tal vez también, para los oídos del desconocido que está sentado junto a mí, compartiendo mi descanso. 

El balón se eleva por encima de lo normal. El niño cuasi escuálido, no manifiesta ningún tipo de sentimiento. Sus ojos se limitan a imitar sincronizadamente la elevación del balón. En el control de este movimiento hay un mar de dominio, que destaca cómo luz cegadora, en el devenir de los transeúntes. 

Al bajar el balón, el niño recoge un gesto de duda, que combina con el granate de mi blusa. Sin derramar un atisbo de pleno dominio en su compostura, la duda continua, aún cuando todavía su pie, hace del balón un preso del suelo. Mira a sus compañeros. Y piensa en seguir el juego, aún sabiendo, que lo único que domina a la perfección el trozo de cuero, son sus reflejos. Se gira con la frialdad de la brusquedad. Y con el desdén de la simplicidad de un ser superior, chuta, y sus ojos saborean la victoria de un gol, cuando el balón llega a los pies de su compañero, y continua el juego.

¡Eureka! pienso yo. Acabo de descubrir la gravitación, de aquello que se esconde en la humildad de la plaza de cualquier Universidad. El niño al mezclarse en el óvalo de un único equipo, hace que pierda la referencia de su imagen. Por un momento, lo confundo con la figura de aquél que eleva su cátedra. Figura desvirtuada por la distancia, como la visión de esa alumna, que por llegar tarde, se sienta en la última fila de una esquina, sin perder la esperanza.









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