Érase una vez...
Un niño que iba caminando, y sin darse cuenta rompió un caracol de porcelana, que estaba sujetando la puerta de una anciana. El niño triste fue corriendo a su casa y asustado le dijo a su madre:
-"Madre, creo que he hecho mal, sin darme cuenta he roto una de las figuras de aquella casa, esa que tanto le gusta a la anciana."
La madre respondió de manera jocosa:
-"Niño no pasa nada, tu tío es político."
No tardó el niño, en asimilar dicha frase. Hasta el punto, que una vez, en plena misa, al escuchar el niño al cura preguntar a sus feligreses, que quién era el único ser, que a través de la bondad, era capaz de absolver todos los pecados, él niño se levantó de su asiento con un gran aspaviento, gritando:
-"Esa me la sé, esa me la sé...mi tío."
Todos los feligreses se le quedaron mirando, y él enojado respondió:
-"¡Qué pasa! es político. Él perdona todos mis pecados. Mama díselo tú, mama ¡qué se están riendo!"
La madre se giró, y mirando a su hijo, le contestó con ciertos sudores fríos que le iban recorrían todo el cuerpo, semejando una cierta vergüenza, que hacían de su cuello un tubo de ensayo para el esperpento:
-"Niño, es Dios."
El niño extrañado exclamó:
- "Entonces mi tío, también es Dios."
--"No, no es así, no mientas" Le replicó la madre.
Otro niño que estaba al lado, le contestó también a la madre enfadado, alzando la voz:
- "Pero mi madre siempre dice, que los niños y no sé quién más dicen la verdad..."
Se abrió un gran debate, y el cura se enfadó, y con razón, pues se formó tal follón que la Iglesia parecía haberse roto en dos. Por suerte el cura fue hábil y lo solucionó:
-"Niño, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, ¡claro, qué tu tío es capaz de perdonar todos tus pecados!"
Pasado un tiempo, el niño se fue de veraneo a un lugar precioso de la costa. Delante de su casa, vio una rosa que colgaba de la ventana donde estaba asomada una muchacha, el niño dudando entre la hermosura de la rosa y de la muchacha, le gritó enamorado a ésta:
-"¡Niña, regálame la rosa que cuelga de tu ventana!"
La niña le respondió:
-"No puedo es para mi primo."
El niño al ver la alegría de la niña, cogió tal rabieta que de un salto arrancó la flor sin mediar razón. La muchacha se puso a llorar. Todos salieron a la calle. La madre del niño lo apartó del gentío y lo ocultó. Después del alboroto, cuando todos se fueron, le dijo la madre al oído:
-"Niño no pasa nada, tu tío es político."
Ante la duda de que el niño fuera rechazado ese verano por las gentes del pueblo, la madre no tardó en divulgar sus parentescos más destacados por aquel lugar. Por lo que enseguida el niño fue querido y respetado por todos.
Tuvieron que pasar seis años para que el niño se fuera a estudiar a Alemania. Tras unos cuatro años estudiando, llegó el momento del temido examen final. Demasiada presión para tan corta edad. El niño no pudo soportarlo y ante su inseguridad de no saber si iba a superar tan dura prueba, decidió copiar.
No le fue difícil elegir un método de tan deshonrosa legalidad: una estampa de su madre pegada en el pupitre, donde la imagen estaba formada por una serie de códigos, prácticamente imperceptibles a primera vista, sólo se podían ver a través de unas lentes especiales, que desde luego, sólo él llevaba.
No se sintió mal, y no le hizo falta, esta vez, llamar a su madre, cuando en la fiesta de graduación, hicieron una especial mención, a su loable mérito de superar el reto del temido examen final, puesto que en la entrega de diplomas, él instintivamente creyó escuchar la liberadora frase: "niño no pasa nada, tu tío es político." Incluso un profesor lo puso de ejemplo, alabándolo por llevar la imagen de su madre en todos los exámenes que había realizado.
A partir de ahí, el niño fue haciendo cada vez más diabluras, hasta que un día, al salir de su puerta, sin darse cuenta, lanzó una piedra, simplemente para comprobar su resistencia, con tal mala suerte, que le dio en la cabeza a un señor mayor que estaba cruzando la calle.
El hombre cayó sin vida al suelo. Enseguida, se formó un corrillo alrededor del cadáver. La madre al escuchar alboroto salió corriendo, apartó a la gente, vio al señor tumbado en un gran charco de sangre, y a su hijo sujetándole la mano. El niño estaba asustado, pero al mirar a la madre su gesto cambió, sintiéndose protegido.
La madre se acercó más a él, y cogió la otra mano de aquel señor. Miró a su hijo con lágrimas en los ojos. El hombre llevaba una carta en la mano. Los dos se dispusieron a leerla:
"Estimada Luisa,
He venido aquí personalmente para comunicarle, que durante los últimos años, he tenido que soportar unas cien visitas, por lo menos, que decían venir de parte suya. Unos para pedirme favores, otros para exigirme una serie de derechos, otros me amenazaban por los actos de su hijo. Uno incluso tarareaba una canción: "tres son tres, pero si los alcanza el siete, se convierten en diez".
Después de hacer varias averiguaciones, dimos con usted, qué resultó ser la hija de la prima lejana de uno de mis tíos políticos.
Dada la importancia de los hechos, le ruego que deje en paz mi nombre.
Atentamente,
Alfredo
El niño sonrió y lanzó una mirada de complicidad a su madre, pues él bien creía lo que ella le iba a decir. Pero al sonar las primeras palabras, su sonrisa se tornó en una cárcel de movimientos, que se acentuaban, conforme escuchaban sus oídos las palabras que su madre le iba susurrando.
Él niño con estupor, intentaba con la mirada perdida en los ojos de su madre, recuperar cada palabra que se desviaba de la senda natural de la liberación de culpabilidad, que le proporcionaba aquella frase inicial, que tanto le repitió su madre. Hasta que al final sus oídos se rindieron a la evidencia, cuando de su madre sonó un lamento que le iba diciendo:
-"Prepárate, porque tu tío ha muerto."
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