Picó en la mina,
trabajó recogiendo alfalfa.
Se murió en cada esfuerzo que hacía,
para mantener a su familia.
Aún muerto siguió trabajando,
sin interesarle prácticamente
lo que estaba cobrando, puesto
que no le iba a servir para recuperar
todos los años, que ya habían pasado.
Trabajó, sí trabajó y nadie se lo agradeció,
hasta que un día, una paloma venida de un salario
pactado, le dijo al oído: te han jubilado, porque
los años ya te han alcanzado.
Ahora son sus hijos los que trabajan,
y él los mira, y les alza la más orgullosa
de las sonrisas, mientras anda con la cabeza agachada,
camino a su cama, llorando y rezándole al alba,
qué por favor, qué el trabajo de sus hijos
sirva, por lo menos, para encontrar en este mundo
algo más de calma.
(Para todos los obreros)
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