Los dientes de un piano, son la novena de una de las maravillas, extraídas de las costillas del milagro de cualquier ciudadano. Nada ocurre, en el sonido de los sonetos hechos versos, porque en ellos se encierran la primavera de todas sus notas.
Cuando la humanidad toca una tecla, suena el "do" del drogadicto que pide, o el "re"del ángel que calla, o el "mi" de un cualquiera consumiendo, o tal vez un "fa" en clave mayor, de una revista del corazón, para formar la armonía de la noche temática que oculta su cara, por la que todos paseamos a la siguiente mañana. Sucesos imprevistos, cuerpos queridos, y un piano que no deja de sonar, para que la noche nos vuelva a recordar, el camino que erige nuestra realidad.
Y en el centro de la plaza, un rumano con su pompero, dibuja una burbuja en nuestras caras. Burbuja que nunca estalla, que sube para buscar en el alba, el fiel destino del sonar de la humanidad, que en unos instantes la hará bajar, para que unos niños la puedan explotar. Los adultos, prietos, miran y observan, tan tediosa tarea, y se quedan cerca por su ya experimentada experiencia, para que, así, cuando estalle, su agua cristalina, remoje la conciencia de alguna piel vecina. Quietos quedan, esos ancianos, que por estar sentados en el banco de la plaza, no han podido elegir su baza, al ser sus reflejos más lentos. Pero hábiles, hacen desplegar sus recuerdos, para sentir el frescor de la inocencia de su mano rompiendo la pompa de antaño.
Frescor que todos buscamos en el caminar de una ciudad, cuando te estampas con escenas de una pobreza real. Caminas, sin querer mirar, pero sabes que si la ignoras, puedes tropezar, y la puedes llegar a pisar.
Todo ocurre en el estadio del puzzle de la libertad. Libertad de andar, libertad para soñar. Todos andamos, con el sueño de una realidad en la palma de su mano. Todos jugamos a ignorar tal realidad, aunque nos guste soñar. ¿Qué sueños vas a pasear tú mañana? El sueño está, aunque tu cabeza lo quiera aniquilar. Pero, ten cuidado y sujétalo, para que no se vaya a escapar, cuando vayas a trabajar, o cuando simplemente lo quieras pensar, y ponlo detrás de tu caminar, para que tú siempre tengas la posibilidad de pararte, volverte, y poderlo alcanzar.
¡Ay, los sueños! esos fugitivos de la realidad, prisión de la que un día lograron escapar. Y cómo peligrosos algunos se llegan a declarar, por lo que, la conciencia irradia su busca y captura, para volverlos a encerrar otra vez, en la realidad.
Ningún sueño es igual. Están los sueños de la noche, los sueños rotos, los sueños encadenados, los sueños adormilados. Aún así, seguimos caminando. A veces, los abrazamos para mimarlos, para que no se nos escurran de nuestras manos. Otras veces los maltratamos, con la esperanza de que así, sea más fácil su eficacia. Pero, ¡maldita sea, esa pompa que nunca estalla en nuestra caras! por no posibilitarnos el reaccionar ante tan bello final, con el fin de poderlos controlar.
La conciencia de la libertad depende de un sueño por reinventar. Hoy no sueño, para poder seguir el orden establecido. Mañana sí sueño, para poder dejarme llevar por la marea de la realidad, y así, encontrar un atisbo de felicidad. La felicidad se escribe con nombre real, mientras camino por la ciudad. Pero el sueño hace otra vez presencia en la conciencia para que se pueda liberar. Todo ocurre en milésimas de segundo, cómo aquella pompa que estalla en el centro de cualquier plaza, al unísono del tono una humanidad desafinada, por olvidarse de soñar cada mañana.