Te diriges a la calle, sabes qué no debes hacerlo, pues todo no es cierto, pero ya estás en la puerta.
Sales a la calle, sabes qué no debes hacerlo, pues todo no es cierto, pero tu cuerpo empieza a jugar con su contoneo.
Te mueves por la callejas, sabes qué no debes hacerlo, pues todo no es cierto, pero tu ser se acostumbra al reto.
Te mojas, está lloviendo, sabes qué no debes hacerlo, pues todo no es cierto, pero tu piel reclama el agua del cielo.
Te paras, sigue lloviendo, sabes qué no debes hacerlo, pues todo no es cierto, pero tus ojos exclaman una visión olvidada en el viento.
Caen las gotas de lluvia, primero tardamente, parecen querer domar mis cabellos, mis pechos, mis manos, mis pies encharcados.
Sigue componiendo su lírica el cielo, con truenos y relámpagos a juego, mi oído no puede escuchar un sonido más bello.
Ahora presta la lluvia en caer, quiere romperme para verme desvanecer, pero disfruto porque lo único que cae es mi hiel. Mis ojos me pesan, los líquidos se mezclan, quieren abrazarse, quieren sentirse únicos en un mismo espacio, pero siempre fuera, fuera de una era.
Mi piel se viste de tormenta, mi alegría aumenta, vienen toda clase de recuerdos tardíos, dejas de ser tú, te conviertes en la niña de tu más querida infancia. Los charcos se convierten en barcos, que te llevan al puerto de un alba, que ya no evocas.
Para la lluvia, tu mirada baja, dejas de ser niña, todo cambia, todo continua igual, se acabó tu vals de agua... ya vuelves a seguir a la manada.
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