-¿Puedo entrar?
--¿Por qué lo preguntas?
- Porque estoy afuera.
--Sí, ya lo veo.
-Te repito ¿ puedo entrar?
--Si entras, no vas a estar afuera, lo sabes ¿verdad?
-Sí, lo sé ¿por qué me preguntas esa obviedad?
--La mayoría de nosotros cuándo preguntamos si podemos entrar, es porqué ya estamos echando de menos los pasos que hemos dejado atrás.
-No creo que yo eche de menos mis pasos, sólo echaría de menos, los gestos de tu boca, tu entonación, tus palabras dichas, pero no mis pasos dados.
--Entra.
Cierra la puerta, se ha levantado aire y tengo frío.
Cierra la puerta, se ha levantado aire y tengo frío.
-De acuerdo, ahora mismo la cierro.
-¿Déjame que me acerque para verte la cara?
--¿Por qué?
-No te conviene que preguntes por los "por qués", empiezo a sentir tu debilidad, además sabes las respuestas de todas tus preguntas, antes de que se formulen en tu cabeza. No me engañas.
!Quiero verte la cara!
--Pues aquí la tienes ¡mírala! ¡mírala bien! y no te olvides de ella ¡nunca!...¡nunca!...¡nunca!
-Eso es, échame tu aliento, acércate más, noto tu respirar, noto tus latidos...deberías hacer más ejercicio, están muy acelerados y todavía no te he tocado.
--Te volvería a matar, lo sabes.
-Sí, lo sé.
Ya lo hiciste hace dos años, cuando tu padre nos prometió que jamás nos iba a acusar de traición. Y fue entonces...
--Y entonces, ¡qué!
-No me hables con ese tono. Dejémoslo estar.
--Sí, te acusé.. te acusé... te acusé por no preguntarme hace dos años si podías entrar, para verme la cara.
Te quise con toda mi alma, y mi alma quedó quebrantada, y yo quebré tus alas.
Te quise con toda mi alma, y mi alma quedó quebrantada, y yo quebré tus alas.
-Acércate más, para no dejar de notar tu respirar, me gusta ver como se mueve tu pecho.
--Sabes que un pájaro, no puede querer a una niña.
-Ya te quise hace dos años, y esas alas que quebraste te tocaron, y te hicieron volar a lo más alto.
--Sí, y todas las noches soñaba con ello, con las huellas que me habías dejado en el pecho, intentando descubrir que había dentro. Pero eso, ya pasó, yo te maté.
-¿Por qué?
--¿Estás inseguro?
Porque mi padre no lo hizo, y tú no tenías que vivir.
Porque mi padre no lo hizo, y tú no tenías que vivir.
-¿Por qué?
--Porque fui yo quien te parí. Te enseñé palabras, te enseñé a volar. Te escondí debajo de mi almohada, y todas las noches, cuando venía del colegio y estaba agotada, tú eras quien me consolaba, quién me animaba. Después un día, mi padre entró, y me oyó hablar con la almohada, pensaba, que era natural en una niña de once años de edad, que estaba sola sin hermanas. Hasta que un día me arañaste toda la cara, por alejarte de mi cama. Intentaste arrebatarme el corazón, me arrancaste un diente, me rompiste un dedo, me cortaste el pelo y no lo dejabas crecer, destrozaste el vestido de huertana que me cosió mi madre, y después te lo pusiste para reírte de él.
Un día, quisiste tirarme por la ventana, ataste la sábana a mi cabeza, me empujaste, y yo intenté defenderme, pero tú no cesabas, por lo que cogí mis tenazas y te corté en mil pedazos, todo estaba empapado de ti, tardé tres días en limpiar la habitación, para no dejar rastro. Metí algunos de tus pedazos en una caja, y los introduje debajo de la almohada a mi padre. Mi padre al verlos se asustó, supongo que fue por la sangre que vió, y gritó cuándo se percató que yo estaba inmersa en un charco de sangre. Me cogió lentamente sin decir nada, y me limpió cómo cuando era bebé. Me miraba con los ojos bañados en lágrimas, fueron estas las que realmente me limpiaron ¡todavía me miro las uñas y me veo las manchas rojas, y el rastro de sangre dejado, semejante al de Pelópidas! Sonámbulo en sus absortos pensamientos, mi padre me llevó al hospital más cercano, y ya no recuerdo más !sí, perdón! recuerdo la cara inerte de mi padre, sin expresión en su mirada, conduciendo sin presencia de su alma. Recuerdo... sí... que hace tres meses que estoy aquí otra vez. Me olvidé de ti también durante mi ausencia, pero ahora me visitas de nuevo, aunque sepa que estás muerto, y mi cabeza empieza a llenarse de recuerdos.
-Recuerda, por favor, recuerda, mírate bien las manos, y mira tu escritorio. Tu padre lo limpió, pero yo fui precavido, y en mi hastío escondí un dibujo tuyo debajo del cajón.
Por favor, míralo.
--Sí, ya lo veo.
-Recuerda, por favor, recuerda, mírate bien las manos, y mira tu escritorio. Tu padre lo limpió, pero yo fui precavido, y en mi hastío escondí un dibujo tuyo debajo del cajón.
Por favor, míralo.
--Sí, ya lo veo.
Mi cabeza me da vueltas, no puedo pensar.
No quiero pensar ¿Qué me pasa?
Te veo borroso, no me siento.
-Recuerda ¡hazlo!
-- Fue pintado de una manera tan dúctil, cómo la mano de Dios en el altar mayor.
No digas más, qué ya recuerdo.
Recuerdo cómo rompí mi traje de huertana porque no me gustaba el lazo de mi espalda.
Recuerdo que me enfadé con mi mano, por no saber pintarte con la gracia de los ángeles, así que levanté mi cama, y la dejé caer para romperme el dedo del pie.
Recuerdo que no quería salir de casa porque el colegio no me gustaba, mis amigas se mofaban de mis faldas, y me corté el pelo a lo frankenstein en su resurrección. Y mi madre decía: "con esos pelos no sales de casa" ¿te acuerdas?
-Sí, me acuerdo
--Un día mi pecho se volvió monótono, y quise arrancarme el corazón, pensaba que era como un reloj al que podía darle cuerda, qué gracia ¿es gracioso, verdad?
También me acuerdo, sí, ¡es verdad! de que quise volar cómo tú solías hacer, cómo volabas, era impresionante, pero después me di cuenta de que no podía hacerlo, aún atándome una cuerda al cuello.
-Sí, es cierto, yo estaba presente.
--No lo entiendo, y el día del charco de sangre, eso no lo recuerdo.
-No te preocupes, yo te lo cuento. Cogiste unas tijeras, me quisiste romper en mil pedazos, pero te equivocaste de pájaro, ante la furia de mi engaño, que tú misma planeaste, creaste tu epitafio. Te clavaste, una y otra vez, las tijeras que utilizabas para recortar tu más preciados dibujos. No cesabas, cada vez las heridas eran más profundas, creando un lago de sangre, pero de tu garganta no salio ni un mísero lamento, grito o gemido. Todavía no sé cómo, pero llegaste hasta la cama de tu padre, y allí te desplomaste, para... no levantarte, jamás.
--Qué dices, pero si ahora estoy de pie ¡estás loco!
-Tú padre te llevo al hospital, es cierto, pero tú ya no regresaste.
Tú padre te dibujó, porque sabía que el dibujo era tu pasión. Le pusieron al dibujo un hermoso marco y lo colgaron en la pared. Es lo único que queda de ti en esta casa, todo lo demás fue quemado, porque pensaban que se podía contagiar tu enfermedad.
--¡Estás loco! No quiero escuchar más.
-¡Estás muerta! y después de tres meses has podido hablar conmigo, porque el viento me ha traído.
--¡Pájaro inmundo! Te voy a arrancar el pico ¡cállate!
-Mírate bien, sólo eres un dibujo, y yo también. Tú me dibujaste para liberarte de presiones y tensiones familiares. Las discusiones de tus padres, la mofa de tus amigas, los sobresalientes que no llegaban, tu belleza infantil perdida, tu lenguaje pueril...
Me hablabas todas las noches, tu sonrisa me encantaba. Me contabas tu día a día, cómo si de una batalla de piratas se tratara ¡hasta me metiste debajo de tu almohada! Tú padre no lo ignoraba, pero jugaba al juego de la ocultación con tu madre, propio de padres ¡si supieran ellos el daño qué hacen con esos dichosos juegos!
Yo representaba tu esperanza y tus anhelos, hasta que un día viste salir del cuarto de tu madre un hombre lánguido, estremeciéndose por todo el pasillo de tu casa, saliste para comprobar que era tu padre, pero no era. Los gemidos de tu madre te ensordecieron,, no pudiste soportar tal traición. Tu padre estaba a punto de llegar, la mesa estaba puesta para cenar los tres, y allí lo mataste, con las mismas tijeras que después utilizarías para cortarte en pedazos. Tu madre salió despavorida ante horrenda escena, pero enmudeció, escondió el cadáver como pudo, y te protegió. No se lo contó a nadie, nunca lo contó.
Al día siguiente rompiste tu traje de huertana, y a mi, dejaste de hablarme para empezar a odiarme. Dibujaste otro dibujo exactamente igual al mío, y a mí me guardaste en tu pequeña cabaña del árbol que hay en tu jardín. Y ya para que contar más...
¡Ah sí! que el viento me trajo por casualidad aquí, me dejó en la puerta de tu balcón, y es así como empezó nuestra conversación.
--No cuentes más, pues si dibujo soy, ya no quiero hablar más. Viviré en mi marco, viendo la vida de otras personas, arrepintiéndome de mis actos, alegrándome de los buenos gestos, supongo de familiares, invitados u otros ciudadanos. Trataré de enmendar mis trazos...puedo.
-Puedes.
No quiero pensar ¿Qué me pasa?
Te veo borroso, no me siento.
-Recuerda ¡hazlo!
-- Fue pintado de una manera tan dúctil, cómo la mano de Dios en el altar mayor.
No digas más, qué ya recuerdo.
Recuerdo cómo rompí mi traje de huertana porque no me gustaba el lazo de mi espalda.
Recuerdo que me enfadé con mi mano, por no saber pintarte con la gracia de los ángeles, así que levanté mi cama, y la dejé caer para romperme el dedo del pie.
Recuerdo que no quería salir de casa porque el colegio no me gustaba, mis amigas se mofaban de mis faldas, y me corté el pelo a lo frankenstein en su resurrección. Y mi madre decía: "con esos pelos no sales de casa" ¿te acuerdas?
-Sí, me acuerdo
--Un día mi pecho se volvió monótono, y quise arrancarme el corazón, pensaba que era como un reloj al que podía darle cuerda, qué gracia ¿es gracioso, verdad?
También me acuerdo, sí, ¡es verdad! de que quise volar cómo tú solías hacer, cómo volabas, era impresionante, pero después me di cuenta de que no podía hacerlo, aún atándome una cuerda al cuello.
-Sí, es cierto, yo estaba presente.
--No lo entiendo, y el día del charco de sangre, eso no lo recuerdo.
-No te preocupes, yo te lo cuento. Cogiste unas tijeras, me quisiste romper en mil pedazos, pero te equivocaste de pájaro, ante la furia de mi engaño, que tú misma planeaste, creaste tu epitafio. Te clavaste, una y otra vez, las tijeras que utilizabas para recortar tu más preciados dibujos. No cesabas, cada vez las heridas eran más profundas, creando un lago de sangre, pero de tu garganta no salio ni un mísero lamento, grito o gemido. Todavía no sé cómo, pero llegaste hasta la cama de tu padre, y allí te desplomaste, para... no levantarte, jamás.
--Qué dices, pero si ahora estoy de pie ¡estás loco!
-Tú padre te llevo al hospital, es cierto, pero tú ya no regresaste.
Tú padre te dibujó, porque sabía que el dibujo era tu pasión. Le pusieron al dibujo un hermoso marco y lo colgaron en la pared. Es lo único que queda de ti en esta casa, todo lo demás fue quemado, porque pensaban que se podía contagiar tu enfermedad.
--¡Estás loco! No quiero escuchar más.
-¡Estás muerta! y después de tres meses has podido hablar conmigo, porque el viento me ha traído.
--¡Pájaro inmundo! Te voy a arrancar el pico ¡cállate!
-Mírate bien, sólo eres un dibujo, y yo también. Tú me dibujaste para liberarte de presiones y tensiones familiares. Las discusiones de tus padres, la mofa de tus amigas, los sobresalientes que no llegaban, tu belleza infantil perdida, tu lenguaje pueril...
Conrad Roset |
Me hablabas todas las noches, tu sonrisa me encantaba. Me contabas tu día a día, cómo si de una batalla de piratas se tratara ¡hasta me metiste debajo de tu almohada! Tú padre no lo ignoraba, pero jugaba al juego de la ocultación con tu madre, propio de padres ¡si supieran ellos el daño qué hacen con esos dichosos juegos!
Yo representaba tu esperanza y tus anhelos, hasta que un día viste salir del cuarto de tu madre un hombre lánguido, estremeciéndose por todo el pasillo de tu casa, saliste para comprobar que era tu padre, pero no era. Los gemidos de tu madre te ensordecieron,, no pudiste soportar tal traición. Tu padre estaba a punto de llegar, la mesa estaba puesta para cenar los tres, y allí lo mataste, con las mismas tijeras que después utilizarías para cortarte en pedazos. Tu madre salió despavorida ante horrenda escena, pero enmudeció, escondió el cadáver como pudo, y te protegió. No se lo contó a nadie, nunca lo contó.
Al día siguiente rompiste tu traje de huertana, y a mi, dejaste de hablarme para empezar a odiarme. Dibujaste otro dibujo exactamente igual al mío, y a mí me guardaste en tu pequeña cabaña del árbol que hay en tu jardín. Y ya para que contar más...
¡Ah sí! que el viento me trajo por casualidad aquí, me dejó en la puerta de tu balcón, y es así como empezó nuestra conversación.
--No cuentes más, pues si dibujo soy, ya no quiero hablar más. Viviré en mi marco, viendo la vida de otras personas, arrepintiéndome de mis actos, alegrándome de los buenos gestos, supongo de familiares, invitados u otros ciudadanos. Trataré de enmendar mis trazos...puedo.
-Puedes.