sábado, 17 de septiembre de 2016


(No dejamos de ser niños de primaria para nuestras nuestras ciudades)

¿Qué son las ciudades? Un hogar, un nuevo sitio para comenzar, para cambiar, para ver, experimentar una nueva realidad... Pero, y tú ciudad ¿qué es para ti? ¿Es una familia? ¿es restricción? ¿es avance? ¿es una lluvia? ¿es un charco? ¿es un espejo? ¿reflejos? ¿comunicación? ¿sombras? ¿es una fachada? ¿es una torre? ¿son señales? ¿una iluminación?

¿Cuándo hablas con tu ciudad, qué te dice? ¿Qué escuchas cuándo ella calla?

Tú ciudad soy yo, y tú. Somos todos, cómo vehículos que circulan por calles marcadas, señalizadas,...experimentadas. ¿Qué es tú ciudad? miremos un poquito más arriba ¿meditación, tal vez? ¿personas?

¿Por qué vives dónde vives? ¿Por qué calles transitas? ¿Por dónde estacionas? ¿dónde descansas? ¿Cuándo pasas frío en ella? ¿Cuándo te sientes sólo en ella? ¿qué banalidades erradicarías? ¿qué iluminarías?

En una ciudad, cualquier edificio se puede convertir en el gnomón de Euclides, para marcar nuestras horas. Sombras que nos hacen penetrar en un recinto de cierto bienestar, cómo protección, a un día de lluvia, a un día de frío, a un día de un sin sentido. Cuevas del tiempo enmarcadas, y engalanadas con ladrillo visto, y enormes y bellas fachadas.

Puedes pasear por la ciudad, perderte por sus tirantes callejas, sin que seas tragado por ellas, puedes seguir el lenguaje de sus semáforos, incluso de aquellos que permiten el cambio... puedes tener ganas de soñar en ella. Cualquier elemento sirve, para ello. Una bolsa del primark, un paraguas, un abrigo, un teléfono por donde se puede hablar, pero por donde no se puede escuchar, un hotel, una señal de estacionamiento, luces en la oscuridad, el nombre de una ciudad... una chaqueta violeta, que abriga la realeza, de una ciudad iluminada.

¿Qué calles vas a seguir, para iluminar las fachadas de tu ciudad? Para poder ver sus reflejos, para iluminar su cielo ¿Sobre qué meditar para iluminar? Pero, para esto, debemos subir un poco más.

En la nano-ciudad nos encontramos a nosotros, cómo células todavía oscuras, que conforman un brazo, una pierna, el corazón de su cuerpo ¿En qué parte te encuentras tú? 

El amor, los valores... cómo elementos de protección. Azul y rojo. Una llamada, una comunicación en un reflejo. ¿Mujeres que no creen en su ciudad? ¿En la efectiva igualdad?




¿Qué reflejan los charcos, o los cristales de tu tránsito? Párate y medita, con la mente despejada, pero no con la mirada perdida en el suelo que pisas. Esta vez no. Esta vez, alza tu mirada, para volver a creer en tu ciudad. Pero medita, pues de esa meditación saldrá el reflejo de una nueva población, que ilumine la oscuridad de la ignorancia. 

Mujeres con la mirada agachada. Al izar tu mirada, y convertirse tus ojos, en el reflejo de estas mujeres que la bajan, harás de ellos su esperanza.

Libertad y feminidad. La conciliación con el útero de una ciudad... una ciudad sobre la Madre Tierra. Hombre y mujer...Igualdad. Llueve en una ciudad, sin equilibrio  ¿Se imaginan un país rechazando una ciudad? Un país no deja de ser un término masculino, compuesto por términos femeninos.  Con el rechazo de sus ciudades, cometería el harakiri de su Estado. Igualmente ocurre en las ciudades con sus gentes, la permisividad del odio de un ciudadano, produciría igualmente el suicidio del equilibrio del bienestar municipal. Igualmente ocurre dentro en nosotros mismos con nuestra conciencia. ¿Por qué rechazar u odiar, a nuestra feminidad, cuando conforma nuestro cuerpo? 

La vía de tránsito del arte de Rosana, nos sugiere que seguirá lloviendo, en una ciudad dónde no exista el reflejo de una verdadera igualdad, dónde nuestro Arca de Noé, para salvarnos del diluvio irracional, tenga que ser la toma de conciencia, que nos lleve al puerto de una Cartago Nova. De una ciudad sin sombras.

Y es así, como Rosana Sitcha tras su exposición, nos da una brocha a cada uno de nosotros, para  subir un piso más, y pintar nuestras conciencias, e intentar dar respuestas a todas estas preguntas, que nos surgen, al darle la bienvenida a cada uno de sus cuadros, cómo llaves de vehículos estacionados, a punto de ser trasladados.


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