Le di la espalda, y noté una cuchillada en su mirada. Nada hacía presagiar el encuentro. Pero así fue. La luna brillaba, y el aire no cesaba. Aún así todo estaba en calma. La cama se presegiaba lejana, y la falta de sueño acunaba las ojeras, que se asomaban a los balcones de un alma atormentada.
Él pensaba que podía quererla a pesar de todo, pero ella sabía que eso era imposible, después de la apuñalada de su mirada. Todo se tornó gris por un momento. El aire llamó a las nubes, como si se de un entrenador personal se tratará, las concentró en lo más alto, antes de que diera comienzo la lluvia. Pero no llovió. Y la luna rompió el hastío color negro, para dibujar rayas a una noche que de improviso se tornó blanca.
El calor hizo acto de presencia, en la frente de él, al notar que había sido descubierto. No sabía que hacer, y durante cinco minutos su mente se escondió en el caparazón de algún hueco de su cráneo. Él quiso besarla. Ella no se dejó. Él quiso abrazarla pero ella tampoco se dejó. Al retirar él su brazo, éste tropezó con ligera torpeza sobre la bandeja del camarero, que afortunadamente vino a caer, como si de un lazamiento de disco se tratara, sobre la blusa de aquella muchacha. El vino tinto manchó su cara, su pelo, sus sandalias, hizo que el rimmel se desdibujará en olas negras transformando su maquillaje. Ella se asustó, y del abanico de posibilidades, que su mente le brindó, eligió como acto reflejo dar un paso hacia atrás. Pero ella no se percató de que el suelo estaba resbaladizo, por los cubitos de hielo que se habían caído. Él intentó sujetarla, la cogió de la mano, pero eso no impidió, que el cuerpo de ella besara el suelo.
Él se agachó, y la contempló durante un instante, empapada de color granate. Ella que estaba mirando cómo se le transparentaba la blusa, alzó la mirada, para encontrarse con la cara de él, que la contemplaba con total devoción. Deliberadamente él juntó su cuerpo con el pecho de ella, y con una sonrisa de agua de desierto, le susurró al oído:
-Ahora mismo tus pechos semejan los puntos de un cuadro altivo de Miró. No puedo dejarte así.
Sin mediar palabra la besó, y cuando sus labios se juntaron sonó el estruendo de un perdón. Después ella le apartó la cara, y no permitió que él la volviera a tocar, para que esa sensación le perdurara, por lo menos hasta el amanecer.
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