martes, 5 de abril de 2016

Cajas de cerillas

Vas paseando absorta en pensamientos que dibujan una mirada hacia lo eterno,  que se pierde entre las sombras que acobijan a los árboles. De repente esa misma mirada, como si de una cámara de cine se tratase, se para, y anota con perplejidad, en las anchas aceras de un siglo pasado no presupuestado, la presencia de los rostros cotidianos, desde la perspectiva de la multitud. No los puedes diferenciar, al igual que no se puede diferenciar cada grano de arroz que forma el saco abierto. Alzas la mano con la intención de tocar algunos de los gestos de esas caras, que se desdibujan con el resplandor de los primeros rayos de sol. Los rostros que van adornados por viejos abrigos negros se me escapan. Los demás se quedan para que pueda seguir contemplándolos, pero mis manos no son capaces de tocarlos.

Pequeños muñequitos de playmobil parecemos si somos observados desde lo alto . 
La ciudad hoy amanece en una caja de cerillas llena de muñequitos de plástico que alguien dispuso un día, tal vez un niño, en un tarde de juego, donde pareció reinar un sol acalorado, colocándonos a todos bien alejados, para que no pudiéramos ver fuera de nosotros, para que no pudiéramos tocarnos. Aunque, eso sí, caminando, pero con un movimiento de tal lentitud, que nos da tiempo, al día siguiente, a recuperar, exactamente, el mismo lugar en el pavimento de los sueños del día pasado.

Si estos muñecos tuvieran sangre por los polímeros de sus brazos, se romperían sus venas al ir paseando por la ciudad. La sangre caería por sus muñecas al igual que el aire roza sus telas. Tal es la naturalidad de este desangrado, que estos muñecos se seguirían abrazando, si apareciera ese saludo tan esperado, de alguna persona conocida que se ha cruzado en sus caminos en un momento dado.

La sangre formarían pequeñas gotas de lluvia por debajo de nuestras cinturas, sin manchar nuestros pies y manos. Las calles y avenidas se convertirían en improvisadas venas irrigando algún corazón acabado. Algún negocio cerrado. Algún bolsillo explotado. Algún esclavo sentado. Algún asesinato. Algún mal pensamiento inacabado...

Confluirían estas venas de riachuelos urbanos, en la plaza del Ayuntamiento para bombear el corazón de un pueblo, para que se derrame su sangre a través de los impuestos, y se oxigene por el bien común de los ciudadanos, que cada día se levantan con la esperanza de salir de su propia caja de cerillas de rutinas cotidianas.


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