Señores ya se puede evolucionar todo lo que se quiera, que seguimos siendo guarros por naturaleza. Nunca han oído la expresión "la naturaleza siempre se abre camino". Pues ahí lo tienen. Seguiremos cagando y meando todavía durante muchos años más. Sí lo sé. La realidad siempre es dura. Pero no hay mejor opción que ser realistas y aceptarla. Seguiremos cagando y meando, y es más, seguiremos siendo pedorros y teniendo mocos.
Algunas veces pongo en duda este hecho, a pesar de que grandes científicos de la historia lo han demostrado una y otra vez, por lo que he de postrarme ante sus evidencias.
Intuí algo ya, cuando al nacer mis hijas tuve que limpiarles una serie de secreciones olorosas que cada cierto tiempo expulsaban por unos agujeritos muy graciosos. Ante tal hecho desagradable, fui a pedir consejo a unos grandes expertos en medicina, entre ellos a mi madre, la cuál me aseguró que a mí también me pasó algo parecido durante la primera infancia de mi vida. Fue un shock para mí, lo reconozco, admitir que yo también pude emitir ciertas secreciones olorosas. Obviamente le dije a mi madre que había perdido el juicio. Qué yo jamás puede padecer algo parecido. ¡Vamos yo!
Estos expertos, después de muchos estudios, dictaminaron que esta "rara enfermedad" se curaría con el paso del tiempo, por lo que mientras tanto, les pusiera a mis hijas unos apósitos especiales llamados pañales. Consejo que yo seguí durante dos años, pues fue lo que tardó esta rara enfermedad en desaparecer.
Me olvidé de este tema, hasta que en un desfile de las fuerzas armadas, (aprovechando una visita que hice a Madrid para ver unos cuadros del pintor murciano Enrique Nieto, puesto que había sido invitada expresamente, y ya se sabe que es de mala educación rechazar tales invitaciones), al pasar unos caballos, observé qué también emitían esas mismas secreciones, pero me percaté que eran de otra textura más delicada y menos olorosa.
Me sobrecogí en mi asiento, no podía creerlo, mi alma se lleno de cemento. No podía ser verdad lo que estaba viendo. Tal fue mi estupor, que necesité ayuda psicológica en ese mismo momento, que derivó en una terapia de choque. En una de las sesiones tuve que estudiar la figura de Cela. No me pregunten ustedes el por qué.
La terapia de choque fue muy productiva, y todavía recuerdo, cómo el psicólogo, que se convirtió en un gran amigo mío, terminaba todas sus sesiones diciéndonos que "por muy desagradable que sea la expulsión después, siempre merece la pena beber y comer... sano y bien, pero eso sí, siempre con moderación y discreción."
El psicólogo, que se llamaba Pedro, formó un grupo de nueve personas, y nos reuníamos todos en un café llamado Zalapín. Una vez un miembro del grupo, en plena abdución de contenidos, se levantó y dijo tres veces "¡qué viva el Cho-cho-cho-cho-----!" Todos miramos perplejos, pues nunca antes había hablado, cinco minutos más tarde, cuando ya nos estábamos despidiendo sonó un "lo". Después nos enteramos que esta persona era algo tímida, lo que le producía cierta tartamudez.
Pedro me enseñó a decir pipí y caca correctamente. Se convirtió en una tarea algo difícil, no crean, pero me ayudó mucho en mis quehaceres diarios, pues Pedro nos hizo reflexionar a todos, sobre ciertos aspectos de nuestra vida.
Nos explicó, por ejemplo que la expresión "la has cagado", no guarda relación con la expresión "estás enchochado/a", sino que en verdad, con lo que guarda una relación, es con el concepto de cagar. Incluso nos hizo estudiar ciertas declinaciones en latín, para hacernos ver que todo esto, ya le venía al ser humano de lejos, y del latín ni más ni menos, ¡qué cosa más culta! Concretamente la palabra cagar proviene de la derivación latina"cacare".
También nos explicó cuál era verdaderamente la función de los váteres. No nos lo podíamos creer. Yo sinceramente pensaba, que se trataba de una especie de silla especial para pensar, y que después de unos minutos, por el esfuerzo de tales pensamientos se producían, digámoslo así, ciertos frutos.
También pensaba que servían, para hacer que pasara más rápido el tiempo en el trabajo. Ahora comprendo las caras de circunstancias de mis compañeros, cuando yo, cada vez, que salía de los aseos de mi trabajo, exclamaba con una gran sonrisa "qué jefazos más majos tenemos".
El resultado de todo esto, nos provocó tal presión a los nueve, que derivó en una confesión de cada uno de nosotros, a lo sexto sentido, afirmando, "que en ocasiones
cagabamos". Sí, imagínesen la famosa escena de la película el "Sexto Sentido", pero cambiando las palabras muerto, fosas... por cagar o váteres. Fue muy gratificante saber que no estaba sola ante tal hecho.
En especial recuerdo a Samuel, un miembro del grupo. Un día vino muy nervioso, y antes de que empezara a introducir, como siempre hacía, la clase Pedro, él exclamó sobrecogido:
- ¡Entonces "me cago en la
puta" proviene también de la palabra cacare... de las secreciones! ¡No puede ser! yo creía que significaba "amo a la sabiduría ¡Pero entonces yo, yo qué he hecho, Dios mío qué he hecho!
El psicólogo no pudo sino que confirmar la verdadera acepción de tal expresión con un rotundo "Sí" susurrando:
-"Otro que ha leído a Julio César Londoño".
Todos callamos, cómo si un alma perdida y desesperada, hubiera recorrido por un momento la habitación de la sala.
Samuel no podía soportar la idea, de que cada vez que había visto a la mujer de sus sueños, le había estampado un gran "me cago en la puta", creyendo sinceramente que le estaba diciendo "me caso con la sabiduría" Fue entonces, cuando encontró la explicación, del por qué la familia de ella lo terminó repudiando, pues era algo que no lograba entender. Al final terminó, por propia voluntad encerrado en un psiquiátrico llamado "Tribuson" hasta los sesenta y algo años. Larga condena para tanta inocencia.
Para aliviar el dolor de Samuel, ese día, terminamos todos haciendo un ejercicio práctico de sabiduría con la palabra "budza". Fue realmente una grata experiencia, que ayudó muchísimo a la cohesión del grupo.
También redactamos una poesía:
"Volverán las oscuras golondrinas para
vernos cagar y mear, pero aquellas a las que
se les pueda algo escapar, aquellas
no volverán"...
Al final me licencié en secreciones olorosas, me dieron el alta y empecé a trabajar. Pero yo sabía que el psicólogo no me iba a dejar, así como así. Iba a tener que pasar ciertas pruebas, lo que él llamaba "las prácticas". El factor sorpresa era determinante.
La primera prueba que tenía que pasar, era la de compartir baño con un desconocido. Para ello me buscaron un "acompañante" y me inventaron a no sé que exposición en el Museo Reina Sofía, para lograr que yo viajara a Madrid.
Al llegar al hotel, todo mis ser se concentro en el baño, y en mi cabeza sólo estaba el pensamiento de cómo deshacerme de mi acompañante durante, vamos a dejarlo, por lo menos, un cuarto de hora. Me lo puso difícil, aunque al final lo logré. Pero claro está, esto no era lo que se pretendía. Aquella noche pagué caro mi error.
Llegó la noche del día siguiente. Y cómo me temí... el primer retortijón. Sabía que tenía que actuar rápido, deslizarme por la cama, coger la llave de la habitación, vestirme y bajar al baño del hall del hotel. Operación imposible, y eso que lo había planeado bien. Yo creo que mi acompañante le habían preparado unos sensores de movimiento, porque con cada gesto que yo hacía para levantarme de la cama, él respondía con otro gesto, agarrándome y abrazándome, retorciéndome el estómago. Al quinto retortijón, mi cuerpo no pudo sino que rendirse a la evidencia, de que esa noche no iba a tener el consuelo del "cacare".
Prácticamente cuatro días sin emitir tan sólo un pequeñito metano más a la atmósfera. Dura un día más el viaje y exploto. No superé la prueba lo reconozco. Mi pena... dos meses en la cárcel social.
La segunda prueba la llamaron "el cacaren del trabajo". Después de tres años, sin verme en la necesidad de utilizar en su plenitud los aseos de mi trabajo, pues siempre había tenido cierta avidez para manejar los tiempos, un día me vi en la obligación de utilizarlos en todas sus facetas posibles. Ese día, me convertí por un momento, en el Rambo del baño, esperando, allí sentada, a que entraran los "Charlies" .
Lo primero el camuflaje, utilizando pasillos para acceder y salir del baño antes no descubiertos. Sólo me faltó hacer un túnel por el suelo, pues era fundamental crear una hipotética duda razonable, por si me pillaban.
Cómo si de una granada a punto de ser lanzada se tratara, utilizaba yo la cadena de váter, para hacer ruido, y mi plan de huida era la ventana. No podía permitir que mis compañeros de trabajo se enteraran de qué en ocasiones cagaba. Al final supere esta prueba. Eso sí perdí algún potencial amiguete majete, de los buenos, de los que no cagan.
La tercera prueba consistió en tener que defender una posición crucial de mi vida, ante un abogado, después de que mi garganta emitiera toda clase de sonidos desagradables, terminando en un gran estruendo emitido, a modo de sonido todavía más desagradable, por la nariz. Estoy muy orgullosa de haber aprobado esta prueba. No fue fácil os lo aseguro.
En la cuarta prueba tuve que abandonar, muy a mi pesar mío, alguna flatulencia de dudoso honor. Sólo en casa se me estaba permitido hacer ciertos ruidos. También supere esta prueba.
La quinta sin duda fue la mejor. Escogieron un día en el que yo iba vestida con un pantalón de un material parecido al raso, en el que cualquier gota de sudor, se podía haber hecho famosa ante el mundo entero, por su cante en el pantalón. Los extras eran hombres que paseaban por la calle. Su misión piropearme y mirarme fijamente el culo, para hacerme subir al delirio del placer de las grandes alturas mientras yo me dirigía a mi trabajo.
El detonante un polvo maléfico que entró por mi nariz, produciéndome una sensación de ahogo casi insoportable, que hizo que estornudara a la misma vez que tosía. Es mentira cuándo afirman que la perfección no existe, porque les puedo asegurar, que en ese día, lo imposible se hizo perfecto.
Se juntaron todos los factores, para que la jarra de mi vientre derramara unas pequeñitas gotas de agua ¡Y qué iba hacer yo! Pues empeorar más la situación en el aseo de un bar, y aguantar, cómo no, el chaparrón. Eso sí los extras hicieron un gran trabajo, porque no dejé de sentir su mirada a mis posaderas ni tan siquiera un segundo. También aquí perdí algún potencial amigo majete, de esos, que no mean.
Salí ganando sin duda con esta situación, porque me dí cuenta de la naturalidad de mi comportamiento. Es más, incluso me alegró el día, e hizo que me convirtiera por un instante, en una cebolla pelada, algo tostada, eso, sí. Y que tomara decisiones, que estoy segura que sino hubiera sido por esta situación, no hubiera tomado. Sé que es raro y no encuentro explicación, pero me sentí feliz y cercana. Tal vez, mis grandes alturas, deban ser las cotidianas, siendo el destino el juez que impone la pena, para que cada vez que la balanza de mi alma se balancee, por el vértigo que le produce el oxígeno de las alturas, la humildad salga como buena dama, a proporcionarle una buena cura.
Y fue así cómo terminé doctorándome en el "cagare de la vida", ganando un acceso al reino de la prudencia en mis comportamientos.