Te levantas y sabes que toda ha cambiado. Miras a tu alrededor y ves la magnífica estampa de tu sombra proyectada en las sábanas. No quieres volar por encima de la fría alcoba, pero tus pies se levantan, sin que puedas poner freno a tu espalda mojada por un sudor, que nace del calor del abrigo de la noche más estrellada, en su cálida y gélida templanza, hasta que la luna haga presencia de luz en la habitación colmada de esperanzas.
Subes por las escaleras, y notas cómo caen al vacío cada uno de los peldaños subidos, en el momento que te alzas para alcanzar la siguiente calza. Ves la oscuridad del pasado, ya roto, al no existir la oportunidad de un temeroso regreso, pues pierde vigor el escalón hacia los recuerdos más profundos, de los días de antaño soñolientos, marcados por los aciertos y los infortunios del tiempo.
Escuchas la radio para estremecerte por el último atentado a la humanización, que no llegas a comprender, en una existencia global marcada por la realidad más virtual. Tu alma se retuerce al pensar, que la noticia pronto será un recuerdo más a olvidar, mientras te aferras a la última sensación de sensatez para comprobar la verdadera humanidad, que sirve como apuesta, en el juego del azar.
Tu mente todavía no llega a entender, que el único juego válido en la corta vivencia de tu existencia, es el de una realidad de coronas y tronos ¿Eres jugador? Te preguntas, aún asumiendo, que en el 98% de tus probabilidades "la banca siempre gana". Banca que forma parte de una economía ficticia, pues ya se sabe, que en el azar, el dinero siempre es un concepto que no se llega nunca a materializar.
No puedes parar, recuérdalo, porque si paras, el juego se detiene en lo más profundo de unas ansias que están por inventar, para poderte enseñar a ti, sí a ti, compañero de me abrazas con tu mirada, porque tú ahora mismo, eres ese cualquiera que no conozco, pero que por un momento, aunque sea, por un instante, compartimos un mismo destino cruzado en el umbral del punto del destierro del invocado incierto. Punto que nos envuelve, como una manta de vieja escarcha, de coronas de mullidas telas y aromas, para emerger en la nada más cierta de un cuadro pintado en un tiempo atrás, que nos sirve de soporte futuro para las más humildes de nuestras banalidades. Quedando claro, forastero de mis recuerdos, que por segundos compartimos vuelo, es ahora cuando te explico que si paras el juego, va a ser la muerte la que abrece nuestros anhelos, ganadora siempre en la partida de los indecisos vestidos de miedos.
Muerte que nos quiere mostrar el arte en su caminar, que también el arte, fue durante un instante preciso, un cualquiera para nuestros sentidos, para hacernos comprender que la guerra es la antesala de la partida ganada al valor y a la bienaventuranza.
Quién no lleva su Guernica dentro, yo lo siento, yo lo entiendo, yo veo la visión de un niño harto de sufrimiento. Un chiquillo en ese momento de inocencia, de intentar pintar su realidad a la más alta conveniencia de la humanidad para postrarse ante ella. Todos somos un Guernica, un punto de Miró, el blanco de Sorolla, un pedazo roto de un cuadro de Dalí, la grandeza de un corazón de naipes de Juan Gris, o esa inocente libertad kandiskiana colgada en la pared, pendiente de la holgura de un hueco, para no dejarse caer al suelo del destierro.
Todos somos arte y aburrimiento, todos somos colas y cabezas al mismo tiempo. Todos somos una extraña pareja de sentimientos, en el póker del abismo y el sueño eterno, donde las apuestas no tienen dueño, y gana el viajero que no se ha parado en el desasosiego, para crear un arte de movimiento, mientras juega con sus propias reglas, marcadas por los años y por el fuego, de un presunto infierno descrito por el Testamento.
Es cambio, aunque no se haya votado en la elección del incauto de convicción, es cambio en tu palabra y en tu encanto, para que leas mis palabras en el arrobamiento de lo más sincero, obviando lo vulgar, para encontrar nuestro lugar fuera de colores de papeletas y urnas de cristal, que opacan nuestra más sincera actitud de cambio a una modernidad, lejos de la virtualidad, que haga plasmar en la dimensión de lo desconocido una cierta espiritualidad en la autentica verdad, de que el mundo vuelve a tener su lugar, fuera de los burdos animales y mudos personajes. Nada se puede hacer ante la elección de lo distinto y de lo etéreo, nada se puede hacer ante la muerte del ingenuo deshecho, por creer en la reinserción de lo vivo por no estar podrido en el hastío.
Sólo cabe esta realidad... la realidad de la ventura en la esencia hacia la libertad de las palabras, que describen las acciones de las más nobles batallas ganadas al pasado, tal y como lo hemos configurado.
Todo ha cambiado, el sur se convierte en norte, pasando por el este que se mezcla con el oeste. Ya no existen puntos cardinales, porque los mapas han dejado de ser la expresión de la localización. Ya no tienen sentido las coordenadas, porque con tan sólo una línea, lograremos proyectar hacia el infinito nuestras almas, a los distintos rincones de una tierra soñada pero no conquistada.
Déjame que entre a través de tus ojos, para que mañana sientas la espalda sudada por la noche más estrellada, y el vértigo de tu escalera deshojada de peldaños del pasado. Déjame que te convenza de que es posible la ausencia de guerra, porque nuestras líneas hechas trazos se pueden cruzar en la encrucijada del azar, para hacernos cambiar a un bienestar general, de esta nuestra sociedad, que nunca dejará de ser nuestra socia por tener la suficiente edad.
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