PRIMERA PARTE
CAPITULO I: EL BOSQUE DE LOS CUATRO SABLES
Erase una vez,
En un oscuro día gris, donde la luz no hizo aparición en todo el país de Triblot, un anciano del lugar llamado Urlas, de aspecto desagradable y raído, famoso por sus brebajes y maleficios, fue reclamado por el Rey Sego con una urgencia inusual. La misión fue encomendada a tres guardias reales, que murieron en su cometido, pues el anciano vivía en el bosque de los Cuatros Sables, un lugar inhóspito, lúgubre y de numerosos peligros desconocidos hasta ahora, pues nadie, había podido salir de aquel lugar con vida, o sin ella, salvo el anciano.
Eran cinco las melodías, las más bellas que jamás se hayan cantando, las que contaban la leyenda de aquel bosque. Estos cinco cancioneros eran como ríos de armonías para los oídos, y hacían que todo aquel que escuchara sus cantos, se bañara en sus letras y se sumergiera en sus ritmos, de tal manera que les inducía a una cascada de ensoñaciones, terminando con la visión de su propia muerte en el bosque. Se convirtió en costumbre para el pueblo de Triblot, escuchar estas canciones el último día de los festejos reales, allá para el mes de mayo. El Rey las hacía cantar por las Sabias del Reino, para lograr reconducir a sus súbditos hacia el camino del correcto.
Según la leyenda, el bosque representaba el infierno del Reino. Este estaba salvaguardado por cuatro Caballeros. Los Caballeros estaban enlazados por brazos y piernas, de tal forma, que formaban con sus cuerpos las puertas de aquel infierno verde. Mantenían una postura de descanso, y sus cabezas estaban agachadas, mirando hacia el suelo. Cada uno de ellos contaba con un sable en la mano, también enlazados, formando estos, una especie de rejas infranqueables. Los sables eran como cuatro rayos de luna, y su empuñadura parecía estar hecha con la estela de los cometas.
Estos Caballeros, cuyos rostros estaban formados por las llamas del dolor, ejecutaban con sus sables a los criminales que no habían obtenido el perdón del Rey, pero solamente en aquellos casos, en los que ya no se podía aplicar la justicia del Libro Sagrado protegido por Sabias del Reino. Estos cuatro Caballeros verdugos, emergían de sus posturas de descanso cuando había que dar muerte a los sentenciados, en las puertas del bosque. Eran cuatro las maneras de dar muerte, en función del crimen cometido, despertando así de su letargo, un Caballero u otro.
"El Caballero de armadura blanca, se encargaba de dar muerte a los condenados arrepentidos, cortándoles la cabeza.
EL Caballero de armadura gris, se encargaba de dar muerte a los condenados por violación, con una puñalada en el bajo vientre.
Un caballero de armadura marrón, partía en dos los corazones de aquellos criminales, que habían inducido con su dolor a la muerte de alguien.
Y por último, el Caballero de la armadura negra, sólo hacia acto de aparición, en los casos de alta traición al reino, cortándoles las venas, de tal manera, que su agonía era prolongada durante cuatro días, para que pudieran sentir en sus propias almas envenenadas, el daño y el horror provocado a su pueblo."
La justicia en Triblot era implacable desde la muerte de su primera soberana, la Reina Triblot. Pues cuando se cometía un delito, el Libro Sagrado se abría inmediatamente, para que sus páginas pudiesen describir solas lo acontecido, al son de un sonido de trompetas, que no cesaban hasta que la sentencia era dictada, alertando a todo el pueblo. Era entonces cuando el Libro se volvía a cerrar bruscamente, volviendo a la normalidad el pueblo de Triblot. Sólo en aquellos casos en los que el Libro no dejaba escribir una sentencia, actuaba la justicia del Bosque de los Cuatro Sables, a través del Rey, siendo este el único capaz de cerrar el libro, una vez que había sido ejecutado su propio veredicto.
El Libro estaba custodiado por las sabias del reino, mujeres, todas ellas de apariencia exacta a la de la Reina Triblot, pero con distinta voz cada una, consagradas desde la muerte de su soberana con el don de la eterna juventud,
Todo aquel que hubiera cometido una atrocidad en su vida, estaba condenado a vagar por el bosque para toda la eternidad. Y en función de dicha atrocidad estaba su pena. Los que habían cometido un delito considerado menor, no por ello, menos atroz, se convertían en animales de la escala superior, como águilas o lobos... Y así, cada maldito, en función de su crimen, se encarnaba en una parte del bosque.
Hasta las piedras eran las tumbas de aquellas personas, que no teniendo derecho a ser enterrados en tierra santa, pagaban una buena cantidad de oro, para poder conseguir el favor del ayudante del sacerdote, con el fin, de que, a escondidas, propiciara con un engaño, a sus descansos mortuorios, en el más consagrado terreno de Triblot.