No sé donde voy con tanta celeridad, ni Joaquín Sabina me sabe parar. Pero es así, la celeridad me come a mí. Escribo sin pensar, si la cola de mi gato me deja continuar. A él le gusta verme trabajar, y cada vez que activo mis sentidos, su cola no me deja en paz. Aún así actúo con celeridad, pues mi cuerpo y mi mente no me dejan descansar.
El tiempo misteriosamente desaparece en mi casa, nadie sabe donde va, ni él mismo encuentra su lugar, cuando las horas me comen sin saber realmente qué es lo que he llegado hacer. El tiempo en mi casa es un pozo sin fondo, se esconde, para luego aparecer de la nada. No existe y de repente me da la espalda cuando llego tarde a tu casa.
Tarde o temprano algo debería pasar, olas engangrenadas, anclajes revueltos de callampas al viento. Hongos que dicen la verdad, setas que transpiran tu sudor porque no saben donde van. Es curioso estos boletus de la suerte, que maldicen tu pasado si no encuentran su camino en él marcado.
Pero sube el perenne, per-enne, marcado por el rictus mórbido de la suculencia de la más apetitosa vida. Vida que sube y baja al ritmo de sus machacados latidos. De repente está arriba, y cuando te descuidas baja, sin motivo alguno, porque el placer unido con la hambruna de la ansiedad, juega un papel marco en las recónditas madreselvas, dónde se esconden las Agaricales como perlas en la sombra de tu maleza.
Qué quiero ver tu sol en tierra de guerra, que mis zapatos me lleven limpia al barrizal de las balas perdidas que no matan a los amantes que se ocultan en la oscuridad. Qué quiero coger los barrotes de una cárcel de Turquía o Afganistán, mientras tu coges mi cintura por detrás. Qué quiero que te tumbes sobre mí para besarme los ojos en un campo de refugiados mientras nos protege la ONU. Qué todos debemos de salir del armario con orgullo o con la templanza de la bomba que caerá. Qué se lo que es ser amante de ti y de la soledad. Qué ser lo que es pasar hambre de ti y de la soledad, Qué se lo que es ser nada de ti y de la soledad. Qué sé lo que es esconderme de ti y de la soledad, sociedad bien marcada. Qué sé cómo suena el aplauso rotundo del que me odia, y el apedreo del que me ama.
Y es así, cómo una se concentra antes de escribir, escribiendo lo primero que le viene a la mente. Mente peligrosa o de verdad, que sin ser sincera no oculta mentira alguna del desprecio hacia la escasez de la vida. Vida que da juego a un tablero de pañuelo entero, que tú utilizas si no escondes la mano para escribir mis líneas, que inundan mi ascensor
Y es que todo es relativo, y eso es lo único que se puede demostrar, para que deje de existir toda congruencia, y poner en juego aquél tablero. Y es que la vida es corta o larga, según se mire, pues los días de orgullo son para vivirlos o por lo menos para sentirlos. Qué no pongan en juego a los refugiados de lo que puede ser real, que yo quiero vivir aquí, en Siria y en el más allá.