martes, 22 de agosto de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. XIII

RICHMON





Despedí a Patrick en Richmon. Al verlo partir la angustia se apoderó de mí, pues sabía bien, lo que implicaba no estar cerca de él. Debía de ser fuerte y comprender que la vida no se construye al revés, sino en línea recta y bajo los principios de un saber. Saber que iba resucitando en la ilusión de formar un nuevo país. 

La ilusión se reflejaba en las caras de aquellas personas que buscaban pertenecer a una confederación de territorios. Realmente era gente extraordinaria, la mayoría de ellos poseían de una manera innata una humildad perfecta y aclamada. Su humildad era signo de distinción. Conocían bien el viejo continente, muchos de ellos habían salido de esa forma de vida de manera abrupta, porque realmente tenían la creencia de conseguir un mundo mejor que aquél del que procedían. Sus gestos reflejaban el agradecimiento de alguien personas de la condición social más humilde al que se le da la confianza de tener la responsabilidad de crear su propio país. Su ímpetu me desgarraba por dentro. Richmon era un espejo de aquella ilusión. Inés al bajar del carruaje, me preguntó con un acento inglés casi perfecto si aquella ciudad era Filadelfia. Yo le respondí que no, pero que no se preocupara, porque en unos días estaríamos allí. 

Vimos una Iglesia de blanca apariencia solemne, por verse remarcados los capiteles de sus columnas. ¿Qué Iglesia más extraña? Claudio sonrió. Lalyam es el Capititolio. Puse cara de asombró, a la que Claudia respondió. Ya te lo explicaré en otro momento. Por un momento pensé en la etimología de Richmon, y como una niña de quince años, me agaché para contarle mi inquietud a Inés. Inés esta ciudad es importante porque se construyó bajo una luna rica. Tan rica era la luna que prestó una de sus letras a las estrella para que terminaran de darle forma al sol, para poder parecerse así los dos. En ese mismo instante, Claudia rompió el hechizo de estupidez que embriagó todo mi ser, por el entusiasmo que nos produce la insólita ilusión de escenas nuevas que palpan una vida mejor. Lalyam el nombre de Richmon es en honor a uno de los suburbios más conocidos de Inglaterra. Mi cara volvió a reflejar nuevamente el sentimiento férrimo de estupidez. A lo que le respondía a Inés, has visto nunca debes de hacer caso de las apariencias, porque engañan. A lo que respondió Horace, mamá tal vez la luna de Richmon de Inglaterra sea la más rica de todas, porque no es la luna lo que la hace grande en sí, sino la mirada de anhelo de las gentes que la iluminan dentro de su ser esperando una felicidad mayor. Quedé totalmente anonadada e impresionada por aquellas palabras de un niño que acababa de cumplir los nueve años. Bien Horace sigue así, y llegarás a ser un honorable profesor. Claudia sonrió nuevamente. Horace promete Lalyam. Me alegro de haberos conocido.

Pasamos noche en la casa de Elizabeth Arnold. Una vieja amiga de Claudia. La casa había pertenecido a Claudia. La heredó a la edad de cuarenta años tras la muerte de su padre. La madre de Claudia y la madre de Elizabeth se conocieron en Londres. Iban paseando cuando estalló una gran tormenta en Romford, la madre de Claudia, que había contraído nupcias recientemente, iba del brazo de su marido, cuando tras un relámpago comenzó a escuchar unos gritos de niña que procedían de un callejón. Se acercó lentamente al callejón, y conforme se acercaba, sus ojos se llenaban de lágrimas, al observar la pequeña silueta de aquella niña, temblorosa y asustada. Se acercó para arroparla, y fue así como comenzó su amistad. Amistad que se transmitiría de una generación a otra, como uno de los bienes más preciados y codiciados de ambas familias. Elizabeth Arnold era actriz y residía también en Boston. Poseía una compañía propia y viajaba asíduamente con su familia de una ciudad a otra, por lo que al saber de nuestro destino, insistió en acompañarnos en el resto de nuestro viaje, pues tenía que cerrar unas actuaciones en unos teatros de Filadelfia.

Tenían una niña llamada Eliza. Era una adolescente de una educación exquisita. A la edad de nueve años debutó en los escenarios de Boston. Primero salió para recibirnos Elizabeth. Yo iba acompañando a Claudia, mis hijos iban detrás vigilados por Ignacio. Eliza quedó prendada con Ignacio. Tan galante. Tan moreno. Llamaba la atención. Mi padre lo educó en la galantería del gentil hombre español. Aquellas mujeres no estaban acostumbradas a esa clase de tratos. Sus enormes ojos negros y sus ademanes cautivaban a cualquier mujer. El perfecto galante español. No podía ocultarlo. Dieron por hecho que también tenía procedencia anglosajona.

Nos acomodamos en las habitaciones, yo todavía llevaba la pequeña muñeca en mis bolsillos. Mi pequeña. La besé antes de guardarla en el cajón de mi mesita. Íbamos a estar dos días allí, para descansar un poco y después continuar con nuestro viaje. La compañía de Elizabeth nos vendría bien. Claudia me trataba como a una hija. Su mirada, sus gestos denotaban un cariñó inusual, en demasía en ciertas ocasiones, llegando alguna vez a despertar en mí el pudor de la carne.

Se pasaron toda la noche coqueteando Ignacio y Eliza. Me gustaba observarles. Esos primeros contactos con el ingenuo amor temprano, donde un día todo sería tempestad y al siguiente día sería todo serenidad. Emociones en incandescencia, combustión del fuego pasional, para calmar la llamada más natural, la maternidad.

Sabes... ¿cómo te llamas?... Lalyam eso es...en Rychmon queremos mucho a Jefferson. De hecho a comido varias veces en esta casa. Gracias a él existe libertad religiosa en esta ciudad. ¿Lo sabías?. No, no lo sabía. Se acercó al oído de Claudia, y con voz tenue le comentó: he podido observar que en uno de los libros que ha traído Lalyam, habían rezos escritos en castellano. Su acento todavía no es perfecto, no sé si va a poder pasar por uno de nosotros. Claudia le respondió. Sí pasará por uno de nosotros porque es una de nosostras. No te preocupes lo tengo todo bajo control. Su parecido es considerable. Lo sé Elizabeth.

Querida Lalyam, ¿te ha hablado ya de nosotras Claudia? Su voz refutaba un refinamiento cargado de ironía. Hemos formado una organización. Sólo mujeres. Estamos hartas de que nuestros maridos nos digan lo que tenemos que hacer. La señora Pichman, quiere abrir un debate en la próxima fiesta que se va a celebrar precisamente en Filadelfia, para lanzar la carrera a la presidencia de Jefferson, sobre el derecho a voto de la mujer. ¿No es extraordinario querida?. Sí Elizabeth lo es.

Elizabeth calla y ayuda a Lalyam a interpretar su papel, como te comenté en mi carta. Todo a su debido tiempo, Elizabeth. Cuanta más información obtengas mejor. -Sí Claudia. -



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Inmaculada era un ser extraordinario. Su hermano Rodrigo estaba absorto con ella. Después de cumplir ésta los doce años, empezaron a rondarles numerosos pretendientes. Su melena rubia denotaba una distinción especial, que la hacía única. Rodrigo hubiese deseado no ser su hermano, con tal de estar más cerca de ella. Rodrigo temía el castigo de su padre por lo que su sufrimiento se acusaba sólo en aquellas noches, en las que el alba te recuerda con su brisa el melindre dulce de unas caricias robadas a la imaginación más impura. Desde sus diez años sus padres le prohibieron que se quedara durmiendo en el mismo cuarto con su hermana.

La familia de Rodrigo contaba con un buen apellido y una posición privilegiada, que le permitía codearse con total facilidad en las esferas de poder. Los más ilustres caballeros pasaron por la Hacienda "La Dolorosa" en honor a la madre de Rodrigo que se llamaba Dolores. Su casa era un trasiego de gentes procedentes de distintos lugares. 

En una ocasión en 1765, unos meses después de que Inmaculada cumpliera los doce, vino un caballero muy distinguido procedente de Virginia. Mi padre estaba esperando su visita con impaciencia. Al bajar de su caballo cuando llegó al pórtico, lo primero que hizo fue disculparse por su ligero retraso. Mi padre aceptó sus disculpas. Los dos hicieron por entenderse. Ninguno de los dos dominaban bien la lengua del otro. El Conde de Guzmán veía con buenos ojos a aquel joven. 

Vengo a hablarles de la preocupación en la que se desenvuelven nuestras vidas actualmente en las colonias inglesas, los colonos estamos bajo yugo implacable de Jorge III, la situación se está volviendo insostenible, necesitamos ayuda de los españoles. Bien, tu nombre era... Jefferson, Thomas Jefferson, señor. Bien, continuo el Conde, España también está librando sus propias batallas, no sé si podremos ayudarte en tus pretensiones. Creo en la igualdad de los hombres, señor... ¡Ja, Ja,Ja! perdona que te interrumpa, pero cada vez creo menos en la juventud de las palabras, la experiencia me ha llevado a ello, no creas... Mi hijo por ejemplo, anonadado todo el día como niño que es, luchando en aras de una monarquía que tan siquiera él llega a comprender realmente lo que es. ¡Ay! palabras de juventud. No obstante voy a proponerle tus inquietudes a mi Rey. Gracias Señor, me habían hablado muy bien de su talante mediador en esta clase de empresas. Si yo te contara. Quiero presentarte a mi hija, se llama Inmaculada Lucía de Guzmán, domina el francés perfectamente y entiende algo de inglés.

El Conde hizo llamar a Inmaculada inmediatamente, sus ojos empezaban a pernoctar en la ambición de sacar provecho de aquella situación. Se había alejado mucho de Carlos III y esa era una buena oportunidad de volver a retomar el poder perdido. Para ello necesitaba tener contento al joven Thomas, y quien mejor que Inmaculada para aquella misión. El Conde le dio las instrucciones precisas a su hija para que Thomas se sintiera como en su propio hogar. Inmaculada así lo hizo. Thomas se convirtió en su principal atención, no escatimando en cualquier clase de sutilezas femeninas tan elegantes que apenas se apreciaban ante los ojos de un vulgar observador. Era una niña pero se enamoró perdidamente de él. Todas las noches Thomas le leía un relato de Aristóteles o Cicerón. Ella quedaba quieta, presta en sus palabras. El joven Thomas se percató enseguida. También Rodrigo, cuyos celos le hacían romper a llorar cada noche.

Un día Thomas bebió más de lo normal, por lo que enseguida se indispuso y tuvo que subir a su cuarto, el Conde de Guzmán así lo dispuso, e hizo entrar a su hija en el cuarto y le dijo que se metiera en la cama de Thomas. A ella le habían instruido para servir en todo a su familia. La niña obedeció a su padre. El joven Thomas no pudo resistirse a aquella niña de surcos pechos y pecas en las mejillas. La niña apenas se movía, su cuerpo estaba inerte y tiritando. Durante una semana Inmaculada estuvo entrando al cuarto de Thomas semidesnuda sin articular ninguna palabra y expresión, por órdenes de su padre. La niña ni se inmutó, sentía el placer de la complacencia de su padre.

Thomas partió un quince de mayo para Virginia. El Conde le dijo con gesto adusto que dejara aquel asunto de la Independencia bajo su tutela en lo que respectaba a España, pero iba a llevarle mucho tiempo, por lo que tuviera la suficiente paciencia para encontrar la ocasión adecuada a su empresa. Mientras tanto adoctrinaría a su hijo Rodrigo para que guardara sumisión a las órdenes de tal cometido. Thomas complacido marchó inmediatamente.

La niña quedó preñada, con el consentimiento de sus padre. Inmediatamente se la llevaron a España. Doce meses después Carmen de Oleza  supuestamente había dado a luz a una niña que llamaría Eulalia. El Conde de Guzmán seguiría fielmente los pasos de aquella niña, que tanto le serviría a la Corona Española.



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¡Lucía vive, Mario! Clara necesitas descansar. Mario la he visto. Todavía tienes algo de fiebre. Has estado muy enferma. Pronto te pondrás bien. Mañana estará bien ya para continuar con vuestro viaje, dijo María.

miércoles, 16 de agosto de 2017

EL VIENTO QUE NOS MECE. XII

A la Luz de un Candil



Clara está delirando. Mario, no está bien. Tienes que tener paciencia, tal vez, en dos o tres días... puede ser que recobre totalmente la consciencia. Gracias María. Ten paciencia Mario, Clara es fuerte y audaz.

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¡Izar velas! Estoy preocupado, este barco está acusando el peso que llevamos en la bodega. Tal vez, si quitáramos algo de peso. Rodrigo ya sabes...
-¡Piratas! ¡Piratas!- No puede ser Sebastián, no puede ser. Por favor, ¡no! Haz que tus hombres lleven este barco a su puerto, cómo acordamos. Ha parado el viento, mi Capitán. Gracias Manuel. Necesitamos más hombres en la cubierta. ¡Nos están alcanzando, mi Capitán!

El barco parecía un transeúnte ebrio a la orilla de un riachuelo. Todo pasó, en un instante. Rodrigo estaba sumido en la desesperación junto al palo mayor del barco. Sus ojos iban perdiendo el reflejo de la aventura que unas horas antes se podía apreciar en su mirada. Todo se torno, negro y oscuro, el calor se hizo insoportable. Tuvo que arrancarse con brusquedad el pañuelo de seda que le asomaba debajo del cuello de la camisa. Se paró a meditar cinco minutos, mientras tanto el Capitán Sebastián no cesaba de dar ordenes a su tripulación. Chillaba desconsoladamente, las imágenes se tornaban en movimientos ralentizados, distorsionados por el calor del sol. Veía acercarse cada vez más la bandera pirata.

-Todavía nos quedan un día para llegar a la bahía de Pensacola, Rodrigo. No sé si lo conseguiremos. Debemos liberar espacio. No entiendo lo que ocultas, pero tiene que ser algo importante, para no dejarme bajar a la bodega.- Nos están disparando, Capitán. Son piratas ingleses. -No me extraña, espero que no lleven la cabeza de Galvez.- Nos están disparando Rodrigo. No tardaran mucho en abordarnos. Es la muerte Rodrigo. -Lo sé, Sebastian.- Rodrigo empezó a sudar, mojando las comisuras de las mangas de su camisa, esbozando una pequeña sonrisa. Sebastian, este mundo no está hecho para patriotas, lo siento. Se escuchó otro disparo de cañón. 

!Capitán, Capitán! -Por favor qué pasa ahora. ¡Qué locura es ésta! No terminó de decir la frase cuando Rodrigo le clavó el puñal en el corazón. Sebastián se le quedó mirando fijamente, y sin mediar palabra cayó muerto al suelo. Rodrigo comenzó a gritar al resto de la tripulación. El barco pirata se acercaba más y más, por lo que ya se podía apreciar nítidamente las personas que iban en él. El barco estaba pintado de un color azul intenso. La tripulación iba vestida de una manera ridícula, con casacas que intentaban imitar el uniforme del ejército inglés. De repente, se escuchó un gran estruendo. El barco pirata se había acercado tanto al barco español, que no pudo virar lo suficiente como para evitar el choque entre ambos. El casco del barco español se vio afectado, por lo que empozó a introducirse agua en la bodega. Rodrigo asustado bajó rápidamente a ella. Al llegar a la puerta, se le cayeron dos veces las llaves. Sus manos temblaban, como las de un anciano a la puertas de una iglesia pidiendo limosna. Al final, pudo lograr templar sus nervios y abrir la puerta. 

¡Salir! ¡Salir! ! ¡He dicho que salgáis! ¡Rápido! De entre los bultos oscuros, empezaron a escucharse ruidos, chasquidos de madera. De repente, las sombras se tornaron en figuras humanas. Uno de ellos dijo: ¡Subimos arriba ya, Rodrigo! -Sí, sube ya.- Empezaron a subir una especie de espectros humanos. Conformen subían y se acercaban a la luz del sol, se les iban distinguiendo sus ropajes. Eran uniformes ingleses. Pareciérase que formaban parte todos ellos del mismo batallón de infantería. El Alferez todavía respiraba en el suelo cuando salió Rodrigo otra vez a cubierta. Su sangre le manchó sus zapatos. Rodrigo hizo un gesto de asco. El capitán del otro barco lo saludó, y gritó: ¡según lo previsto! Rodrigo sonrió. ¿Habéis conseguido el manuscrito de Mason? 
Peter sonrió.


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Lalyam, ¿estás preparada? Sí, podemos iniciar el viaje cuando tú quieras, Claudia. Mamá se te ha caído una de tus muñecas del bolsillo, dijo Horace. ¡Oh! ¡Claro! Gracias. Me quedé ensimismada en un pensamiento extraño. Mi mirada se tornó en una mirada angelical llena de ternura, que brillaba más que nunca. Cogí la muñeca del suelo, y le dí un beso en su mejilla de trapo. Al separar mis labios le hablé con voz de otro mundo, "Sonyansém Irum Tantumdes Izan Muré". Todos callaron de repente, se enmudecieron también los ruidos que provenían del exterior. Apenas podía respirar. Mi inquietud iba creciendo conforme pasaban los segundos y el sonido cada vez se volvía más mudo, hasta que al final Horace sacó una cerilla de su bolsillo y la encendió, utilizando para ello la pared del carruaje. La soplé dándole las gracias a mi hijo. ¿Qué has hecho Lalyam? estabas susurrando algo extraño. Claudia no te preocupes. Estaba rezándole a la Virgen de Guadalupe. ¡Lalyam, por favor! Algunas costumbres debes perderlas. No vuelvas hacer eso en público si no te importa. -Claro, Claudia, disculpa.

Mientras iba en el carruaje camino a Filadelfia, me quedé un momento dormida. Mis ojos cansados vislumbraron cartas y manuscritos que viajaban de un lado para otro. El destino de un manuscrito era el comienzo de una Ley plasmada en un libro gigantesco que yo tenía el deber de cerrar. Tantas historias que me contó mi padre de caballería, que al final sirvieron para que yo comprendiera el sentido y la norma de los que se llaman caballeros. Realmente, todavía no había palpado la naturaleza de esos gentiles hombres buscando la verdad y la justicia a través de sus escritos. En el fondo de mi ser los imaginaba reunidos en torno a una mesa organizando papeles mientras sus mentes suscitaban pensamientos tan brillantes como la luz del fuego a través de una ventana. Mi mente jugaba con sus personajes, tal vez, porque intuía lo que iba a pasar, lo que iba a suceder.

El camino se hizo largo. Paramos varias veces, para repostar y dormir. Patrick nos acompañó un pequeño trecho. Paramos en la casa de una vieja amiga de Claudia. Patrick debía partir esa misma noche. Al despedirnos, Patrick empezó a jugar con mis cabellos, besándome las puntas. Acariciaba mi pecho, de una forma inusual. Suavemente y con delicadeza. Ojos de enamorado algunas veces me parecía verle bajo sus cejas, aunque no lo tenía claro. Era de noche, y al mirar al horizonte la luna me pareció que transmitía una luz tenue distinta a lo habitual. Una luz de fuego, que alumbraba los cabellos de Patrick, dibujando en ellos la divinidad. ¡Qué luna más bonita! pensé yo en varias ocasiones. Patrick me cogió de la cintura y me subió girándome con él para darme un beso, fue un momento tan enternecedor, que por un momento pensé que sí deberían de ser aquellos los ojos de un enamorado, pero al completar su giro y soltarme otra vez al suelo, mi perspectiva cambió, por lo que pude vez con nitidez esa luz, que un instante antes  había causado tal delicia en mi mente, que parecía que me veía reflejada en mí a través del rostro de Patrick a la misma Selene. Era la luz de un enorme candil, colgado en la pared que había situado, que por atares del destino le faltaba una mano de pintura. Al mirarle otra vez a los ojos, ya no supe qué pensar.

Mi mente se llenó otra vez de pensamientos. Ahora me importaba el amor aunque fuera a través de la luz de un candil viejo, sucio y oxidado, nunca antes había querido sentirlo. Destreza con desdén con un poco de sentimiento loco, eso debía de ser en las horas de luna llena en la que la luz de la montaña de los deseos no te dejan ver el prado que se ocultaba bajo sus pies, para no dejarte descansar ni comer. Algo así, pensé yo que debía ser el amor debajo de esa luz de candil a punto de romperse por lo viejo y lo mal cuidados que estaban sus oxidados lados.