-El padre Hidalgo a venido Mario.- Gracias María. Mario debes decírselo a Clara. Tienes razón ha llegado la hora. Mario se dirigió lentamente a la choza donde estaba Clara. Habían pasado tres semanas, y ella ya estaba totalmente recuperada. A Mario les temblaban las manos. No existe frontera para la verdad y la mentira en las tierras de Campeche, se decía a sí mismo, en modo de reflexión. Su sentimiento de culpabilidad era palpable y él lo sabía. Se quitó el sombrero de la cabeza, para poder agacharla y mirar así hacia el suelo. Su aspecto raído por la aridez del sufrimiento de su pueblo, no degradaba su forma de caminar y su manera de exhalar.
Se acercó a Clara y le dio un beso cariñoso en el cuello. A Clara le pilló por sorpresa ese gesto cariñoso. Nadie es impasible al calor de la caricia de otro ser. Se queda registrado en las huellas de nuestra memoria, y tarde o temprano como cuerpo inerte por estar inconsciente, emerge de su propia laguna. Clara recordó las caricias de su propio padre, por un momento quedó confundida, cerró los ojos, para tansformar cada beso de Mario en el recuerdo del lecho de Rodrigo. No le disgustó, es más, le indujo con el movimiento de su cintura, que no cesara en ese propósito de buscar por el camino del beso su perdón.
-Clara, ven conmigo, tengo que enseñarte algo.- ¿De qué se trata Mario? Ven y no digas nada. Se dirigieron hacia el anclaje de una antigua mina abandonada de oro. El sonido de los pasos de Mario pesaban en la conciencia de Clara y no encontraba razón alguna a esa extraña sensación, pero no dejaba de sorprenderse, por la diligencia de sus manos, que intentaban buscar la complicidad de Mario, en el compás de sus pasos. La unísono entraron juntos, avanzando hacia la oscuridad de la mina. De repente notó Clara la presencia de alguien más. Era el Padre Hidalgo. -Por fin nos conocemos Clara. Mario me ha hablado mucho de ti. Como sabrás nos estamos organizando para la revolución. Queremos ser libres. Estamos hartos de pasar hambre y enfermedades. Le hemos dado muchas oportunidades al Rey de España, pero no no hace caso. Ellos están librando su propia batalla. Además necesitamos tu ayuda. Se dirigió hacia Mario, y le dijo: Mario la Iglesia nos apoya, tengo una carta del propio Papa Pío VI, la invasión del Norte de los Estados Pontificios por Napoleón, ha puesto en alerta a Roma en estos territorios. La Iglesia va a empezar a actuar. La Revolución va a comenzar Mario. A la Iglesia le interesa esta lucha. -
Clara, quedó sorprendida, su rostro reflejaba un estado de ánimo de ambivalencia. Ayudar yo ahora, pensaba. Y los criados, y la Hacienda, y Carlos, y Rodrigo. Fuente incombustible de espera era su agonía, y ahora esa espera se convertiría en lucha.
-Clara-, dijo Mario. Me consta que Rodrigo ha estado en Pensacola pero ya no sabemos cuál es su actual paradero. Necesitamos tu ayuda para localizarlo. En su poder lleva un documento muy importante. No quiero darte más información, pero si conseguimos ese documento, Estados Unidos apoyará nuestra causa, así como la de Italia. Va a haber una fiesta en Filadelfia. En ella estará la élite de Estados Unidos, ha sido una invención de Jefferson precisamente para intentar recuperar ese documento. Esa fiesta es un fachada. Y nosotros sacaremos provecho. De repente, Clara notó una presión en su falda. Al principio creyó que se trataba de algún animal, un gato o un perro tal vez, pero después se dio cuenta de que se trataban de dedos jugando con los pliegues de su falda. Se dio la vuelta lentamente, y en su soslayo encontró pegada la melena rubia de Lucía.
-¡Lo sabía, Mario. No estaba loca! Lucía vive y está preciosa.- La hemos cuidado bien, no deja de ser la hija de Eulalia. Ella nos trataba bien. Si fuera por el amo, la había matado ya. De todos modos, no te encariñes con ella otra vez. Nunca se sabe lo que puede pasar. Mañana partiremos hacia Filadelfia, quieren que vaya una representación de la sociedad criolla mexicana, como motivo del discurso que Jefferson quiere pronunciar, a favor de la exaltación de los derechos de los hombres. La fiesta es una mera excusa. Si todo sale bien Rodrigo estará allí. Es el único que podrá reconocerte, así que debemos llevar cuidado.
Clara cogió a Lucía, la abrazó con tal fuerza que la niña dejó de respirar por un momento. Clara le susurró al oído a la niña: A partir de ahora, voy a ser tu madre, así que no te preocupes. Sus manos se entrelazaron. Las palpitaciones de sus corazones parecían escucharse a través del eco de la mina. Clara se acercó a Mario, y le preguntó que por qué no se lo había contado antes. Mario le comentó que todavía no estaba seguro de poder contar con ella para aquella misión. Clara no quiso saber más, y se dedicó a besar a la niña. Lucía temblaba de emoción.
Mario se acercó a Clara y en voz baja le dijo: le hemos dicho a Lucía, que Eulalia está en España cuidando de su padre, su abuelo. La niña ha quedado conforme. Gracias por decírmelo Mario. Mantendré la mentira. Pero cómo puede ser que esté viva, le preguntó nuevamente a Mario.
-Clara, nadie lo planeó tan sólo sucedió.- Clara se agachó para proteger a la niña. Di la orden al resto de compañeros para que nos sorprendieran y simularan un atraco, cuando Eulalia me dijo que quería partir a Champotón. No quería que sucediera así. Tan sólo queríamos el dinero, lo necesitábamos para poder comer. Los niños se mueren de hambre aquí arriba en la mina. Y ellos en la Hacienda con sus riquezas... me enfurecí. Y al final se me fue de las manos. No pude controlar mi ira, y lo peor de todo es que esa ira se contagió al resto del grupo. Lucía no estaba muerta como creía Eulalia, tan sólo se desmayó, pero ésta estaba demasiado asustada cómo para esperar allí sola en el carruaje, a que despertara Lucía. Realmente yo también creí al principio que estaba muerta. Eulalia era muy cariñosa conmigo, pero jamás me hubiera tratado como un hombre de verdad, en el fondo me veía como su esclavo. La odiaba, me entiendes la odiaba, porque me trataba bien, y eso me hacía recordar que podía ser un hombre libre, y es eso precisamente lo que más daño me hacía, por la imposibilidad de saber que no podía serlo, hasta que conocí al Padre Hidalgo. Lo entiendes Clara, ella en el fondo era la más cruel, la peor de todos ellos, ¡por tratarme bien, por hacerme creer que yo también tenía derecho a ser como ellos, a sentarme como ellos en una mesa, a vestirme como ellos, a asistir a sus fiestas, a que me hablaran con respeto.! ¡La odiaba, la odiaba! ¡No lo entiendes.! Era la peor de todos por darme esperanzas. La crueldad del tiempo de espera de la esperanza, sin saber realmente que podía existir otra clase de vida para mí, me enfurecía, me enloquecía. Lo peor era cuando tenía que ir y venir de la Hacienda como un perro sucio, para preparar sus fiestas, todos tan elegantes y galantes, y yo, ¡menos que un perro, una basura.! -Mario no me cuentes más- dijo Clara perpleja ante sus palabras. Mario agachó su cabeza y se dirigió sollozando al rincón más oscuro de la mina, como un niño asustado, mojando el rifle que había en sus pies. Clara seguía agachada, protegiendo a la niña, de las palabras de Mario.
Clara cogió a Lucía, la abrazó con tal fuerza que la niña dejó de respirar por un momento. Clara le susurró al oído a la niña: A partir de ahora, voy a ser tu madre, así que no te preocupes. Sus manos se entrelazaron. Las palpitaciones de sus corazones parecían escucharse a través del eco de la mina. Clara se acercó a Mario, y le preguntó que por qué no se lo había contado antes. Mario le comentó que todavía no estaba seguro de poder contar con ella para aquella misión. Clara no quiso saber más, y se dedicó a besar a la niña. Lucía temblaba de emoción.
Mario se acercó a Clara y en voz baja le dijo: le hemos dicho a Lucía, que Eulalia está en España cuidando de su padre, su abuelo. La niña ha quedado conforme. Gracias por decírmelo Mario. Mantendré la mentira. Pero cómo puede ser que esté viva, le preguntó nuevamente a Mario.
-Clara, nadie lo planeó tan sólo sucedió.- Clara se agachó para proteger a la niña. Di la orden al resto de compañeros para que nos sorprendieran y simularan un atraco, cuando Eulalia me dijo que quería partir a Champotón. No quería que sucediera así. Tan sólo queríamos el dinero, lo necesitábamos para poder comer. Los niños se mueren de hambre aquí arriba en la mina. Y ellos en la Hacienda con sus riquezas... me enfurecí. Y al final se me fue de las manos. No pude controlar mi ira, y lo peor de todo es que esa ira se contagió al resto del grupo. Lucía no estaba muerta como creía Eulalia, tan sólo se desmayó, pero ésta estaba demasiado asustada cómo para esperar allí sola en el carruaje, a que despertara Lucía. Realmente yo también creí al principio que estaba muerta. Eulalia era muy cariñosa conmigo, pero jamás me hubiera tratado como un hombre de verdad, en el fondo me veía como su esclavo. La odiaba, me entiendes la odiaba, porque me trataba bien, y eso me hacía recordar que podía ser un hombre libre, y es eso precisamente lo que más daño me hacía, por la imposibilidad de saber que no podía serlo, hasta que conocí al Padre Hidalgo. Lo entiendes Clara, ella en el fondo era la más cruel, la peor de todos ellos, ¡por tratarme bien, por hacerme creer que yo también tenía derecho a ser como ellos, a sentarme como ellos en una mesa, a vestirme como ellos, a asistir a sus fiestas, a que me hablaran con respeto.! ¡La odiaba, la odiaba! ¡No lo entiendes.! Era la peor de todos por darme esperanzas. La crueldad del tiempo de espera de la esperanza, sin saber realmente que podía existir otra clase de vida para mí, me enfurecía, me enloquecía. Lo peor era cuando tenía que ir y venir de la Hacienda como un perro sucio, para preparar sus fiestas, todos tan elegantes y galantes, y yo, ¡menos que un perro, una basura.! -Mario no me cuentes más- dijo Clara perpleja ante sus palabras. Mario agachó su cabeza y se dirigió sollozando al rincón más oscuro de la mina, como un niño asustado, mojando el rifle que había en sus pies. Clara seguía agachada, protegiendo a la niña, de las palabras de Mario.
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Lalyam ya hemos llegado a Filadelfia. Gracias Claudia